Sociedad

Paciencia, la madre de la ciencia

Dejando a un lado los problemas de salud vinculados con la realidad de vivir en un estado permanente de aceleración, hay algo que a menudo olvidamos: con la prisa no dejamos espacio a la lentitud de la paciencia cuando, precisamente, el método científico se caracteriza por dar espacio a la prueba, el error, la comprobación y la pausa (y los avances que hemos conseguido hasta ahora lo demuestran).

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12
diciembre
2022

No es nada nuevo. Sabemos que vivimos en sociedades postmodernas donde las exigencias, la urgencia y el estrés son señas de identidad. Tenemos la eterna sensación de que siempre nos estamos perdiendo algo, que es necesario aprovechar cada segundo de nuestra vida (aunque podríamos debatir sobre qué es eso de aprovechar). No nos permitimos dejar de producir y simplemente ser, dejando a los minutos deslizarse por nuestra espalda, dejando paso al descanso y a la relajación que solo parecen existir en vacaciones.

Dejando a un lado los problemas de salud vinculados con la realidad de vivir en un estado permanente de aceleración, hay algo que a menudo olvidamos: con la prisa no dejamos espacio a la lentitud de la paciencia. Y es que en otras épocas donde el tiempo no se había convertido aún en una mercancía más, la espera y la persistencia eran básicas: sin ellas, muchos de los avances de la ciencia no se habrían dado. Precisamente el método científico se caracteriza por dar espacio a la prueba, el error, la comprobación y la pausa.

El siglo XX fue un siglo de avances con retrospectiva. En 1916, Albert Einstein aventuró que cuando ciertos objetos con masa suficiente aceleran la velocidad, pueden generar ondas que se desplazan a través del espacio y el tiempo. En los años 70 algunas pistas derivaban hacia la existencia de estas ondas, pero no fue hasta 2015 cuando se tuvo constancia de ello. El observatorio LIGO de Estados Unidos captó la colisión de dos agujeros negros. Todo un siglo de hipótesis y espera que desembocó en un importante hallazgo.

Los grandes logros de la ciencia llegan con sosiego, esfuerzo y dedicación (y, en la mayoría de los casos, también con un trabajo colaborativo que trasciende el propio tiempo)

No fue el único tesoro. En 1964 se dio a conocer la existencia del bosón de Higgs, Premio Nobel de Física del año 2013, después de medio siglo de investigación práctica para demostrar su existencia. En 1969 todavía se desconocía la existencia de fuerzas geológicas que afectan directamente a la superficie, creando valles, montañas y profundidades abisales bajo los océanos. Dan McKenzie, geólogo británico de la Universidad de Cambridge, quien recogió las pesquisas de un meteorólogo alemán llamado Alfred Wegener que en 1915 empezó a sospechar que había un proceso por el cual las masas continentales se desplazaban unas con otras a lo largo de grandes períodos de tiempo. Tras investigar las propiedades del lecho marino con ecómetros y magnetómetros, dio con las placas tectónicas. Fue otro medio siglo de pesquisas.

Como vemos, la ciencia es un trabajo colectivo y, como tal, requiere de mucho tiempo y cooperación. Uno de los hallazgos más importantes, la electricidad, es una prueba de ello. En Grecia ya se descubrió la electricidad estática, pero ero el estudio en sí se remonta a la década de 1550. En 1600, el médico inglés William Gilbert llamó electricidad a la fuerza que ejercen dos sustancias cuando se frotan una contra otra.

En 1800, Alessandro Volta inventó la pila voltaica pero no fue hasta 1879 cuando Edison consiguió iluminar una bombilla incandescente, gracias a un extenso trabajo previo

Benjamin Franklin comenzó a realizar sus experimentos en 1752 (donde llegó a la conclusión de que existían cargas positivas y negativas), y Nikola Tesla, Thomas Edison o Alexander Graham Bell crearon diferentes inventos relacionados con la electricidad durante el siglo XIX. En 1800, Alessandro Volta inventó la pila voltaica, y en 1879 Edison consiguió iluminar una bombilla incandescente, gracias a un extenso trabajo previo. Una tarea definida por la aportación de tiempo y la colaboración en la ciencia.

El hallazgo de los virus también fue también fruto de la paciencia. El médico británico Edward Jenner desarrolló en 1796 la primera vacuna contra una enfermedad causada por la viruela, aunque no sabía que se trataba de un virus. Lo mismo le sucedió en 1885 a Pasteur con la vacuna contra la rabia. No se tuvo constancia de estos descubrimientos hasta 1901, en Cuba, cuando el médico Carlos Finlay descubrió el virus que causaba la fiebre amarilla. En 1931, con la invención del microscopio electrónico, ya no hubo lugar a dudas.

Se precisan décadas y siglos de investigaciones y estudios para dar con hallazgos que suponen un avance para toda la humanidad. La certera frase «la paciencia es la madre de la ciencia» demuestra lo que ya intuimos, pero cada vez nos cuesta más interiorizar: los grandes logros llegan con sosiego, esfuerzo y dedicación. Y en la mayoría de los casos, también con un trabajo colaborativo que trasciende el propio tiempo.

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