Sociedad

A propósito de la soltería

Ser soltero nunca estuvo bien visto. En Esparta, el castigo social era muy cruel: a quienes no compartían su vida con un amado se les prohibía participar de las fiestas civiles más importantes. Sin embargo, grandes genios de la talla de Newton, Da Vinci, Brontë o Dickinson decidieron huir del compromiso. ¿Qué habría sido de su legado si el humor les hubiera cegado?

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22
diciembre
2022

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¿Se imaginan a Juana de Arco ausentándose de la Guerra de los Cien Años para amamantar a su bebé? ¿O a Kant interrumpiendo su Discurso del Método para sentarse a la mesa con su familia a cenar? ¿O a Brahms colocando una semicorchea de menos en su turbulento Quinteto para piano porque uno de sus hipotéticos hijos entrara en el estudio para mostrarle el saltamontes que había cazado? Ninguno de ellos se enfrentó a situaciones de este estilo, ya que fueron tres insignes célibes.

Ser soltero nunca estuvo bien visto. Sobre todo si se era mujer. En Atenas, la ley trataba de garantizar que ninguna ateniense quedara agamos (soltera, sin hijos). Las herederas debían ser entregadas en matrimonio al pariente más cercano en orden de sucesión o, en su defecto, dotada por él. Quienes no tuvieran una situación económica deseable, quedaban igualmente amparadas por Derecho para evitar su soltería. Lo del amor, era  –durante siglos lo fue– una cuestión menor. La diosa Hera, divinidad de las uniones legítimas y del matrimonio, velaría por los contrayentes.

A modo de estigma, los solteros eran excluidos de la celebración de las Gimnopedias, una fiesta importante en honor a Apolo y Artemisa. En Esparta, el castigo social resultaba más cruel: se les prohibía participar de las fiestas civiles más importantes, se contemplaban castigos corporales específicos y se les retiraba el principio de respeto a la ancianidad.

Newton, cuyo hallazgo físico cambió la comprensión del universo, no solo renunció al matrimonio, sino que no hay constancia de que mantuviera relación con mujer alguna

De hecho, las despedidas de soltero, aunque parezcan un invento reciente, se remontan a Mesopotamia, cuando, en primavera, se celebraban fiestas antes de la boda para adorar a la diosa de la fertilidad. Durante doce días, estos festejos, en los que los hombres estaban vetados, todas las mujeres de la comunidad participaban. El matrimonio, sea cual fuera el rito de consagración, garantizaba la continuidad de los pueblos. Ser soltero resultaba, cuanto menos, sospechoso.

Tanto que el lenguaje alumbró un adjetivo peyorativo: «solterón» o «solterona», si bien su aplicación ha sido mucho más frecuente para ellas, que además «se quedaban para vestir santos» porque, antiguamente, a las mujeres que llegaban a los 30 años sin contraer matrimonio se las encomendaba atender y arreglar los templos religiosos, al igual que les sucedía a las viudas.

De hecho, Leonardo de Vinci, además de inventar el concepto del paracaídas, los vehículos blindados de combate, el uso de energía solar concentrada o la calculadora, y de legarnos la sonrisa más enigmática de la historia de la pintura, permaneció soltero. Parece ser que tuvo relaciones con sus discípulos Salai y Melz, pero es mera hipótesis.

Newton, cuyo hallazgo físico cambió la comprensión del universo, no solo renunció al matrimonio, sino que no hay constancia de que mantuviera relación con mujer alguna. Plantado en el altar dejó la fascinante actriz sueca Greta Garbo al también actor John Gilber. La boda iba a ser doble, junto a ellos, darían el «sí, quiero» el director King Vidor (El mago de Oz, Guerra y paz) y la actriz Eleanor Boardman. Garbo permanecería soltera y no se le volvió a conocer pareja alguna.

Soltera se quedó Emily Brontë, autora de ‘Cumbres borrascosas’, que dedicó su vida a cuidar a uno de sus hermanos, alcohólico

La soltería atañe hasta a la monarquía: Isabel I de Inglaterra, la última soberana de la dinastía de los Tudor (de quien Bram Stocker dijera que era un hombre), también permaneció soltera y sin descendencia. Se le atribuye la frase «mi esposo es el trono y mis hijos, mi pueblo». Aunque se la conocía como «la Reina Virgen», parece ser que su vida sexual resultó casi estresante.

Hay quien permanece soltero por convicción, como el filósofo Voltaire, que compartió más de veinte años de su vida con la física Émilie du Châtelet. Dos solteros insignes y enamoradizos fueron Beethoven y Andersen. Ninguno fue correspondido, el primero por su carácter hosco; el segundo, por su físico, poco agraciado.

Soltera se quedó Emily Brontë, autora de Cumbres borrascosas, que dedicó su vida a cuidar a uno de sus hermanos, alcohólico. Acaso la poeta más misteriosa de todos los tiempos, Emily Dickinson, también permaneció célibe, como Lewis Carrol o el químico Alfred Nobel, de quien se rumorea que no instituyó la categoría de Matemáticas en los premios que llevan su apellido porque la mujer de la que se enamoró se casó con un matemático.

En Islandia y Noruega, los dos países occidentales con mayor proporción de solteros, los gobiernos promueven campañas que animan a los hombres a contraer matrimonio con extranjeras

Enamorado estuvo Nietzsche de la psicoanalista Lou Andreas-Salomé, quien a su vez se enamoró de otro filósofo, Paul Rée. Nobel y Nietzsche permanecieron solteros. Gaudí abrazó el celibato por motivos religiosos y Fernandez Flórez (autor de El bosque animado) por convicción –aunque tuvo un hijo no reconocido–.

Van Gogh, Tesla («no creo que el corazón pueda experimentar ninguna excitación semejante a la que siente un inventor cuando ve que una creación surgida de su cerebro se transforma en algo exitoso»), Bernard Shaw, el Greco, Descartes, Cocó Chanel («sería muy duro para un hombre vivir conmigo, a no ser que sea terriblemente fuerte. Y si es más fuerte que yo, entonces sería yo la que no podría vivir con él»), en cambio, fueron solteros de solemnidad.

Japón, que junto a China tiene un serio problema con la soltería masculina debido a la desproporción entre la población femenina y la varonil, festeja cada 11 de noviembre el Día del Soltero, y se multiplican las citas a ciegas para dejar de serlo; el mismo problema tienen Islandia y Noruega, los dos países occidentales con mayor proporción de solteros, por lo que sus gobiernos promueven, con cierta periodicidad, campañas que animan a los hombres a contraer matrimonio con extranjeras.

No queda tan lejos aquella película en la que Robert Taylor llevaba una nutrida dotación femenina hasta el rudo Oeste para que los solitarios colonos encontraban pareja. A día de hoy, en España, existe una asociación con su mismo nombre, Caravana de mujeres, que organiza fiestas para promover la repoblación rural. Una especie de Tinder analógico. Y hablando de redes sociales, dado el éxito que tienen las distintas plataformas para buscar pareja, podría pensarse que sigue costándonos vivir de modo impar.

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