Sociedad

El autoservicio y la ¿conquista? de la libertad

La idea de que siempre podemos encontrar algo mejor nos ha llevado a externalizar el concepto del ‘self-service’ a todas las áreas de nuestra vida: desde una prenda de ropa hasta el amor o nuestras amistades, caminamos en una búsqueda (infinita) de algo que es ‘casi casi’ pero que nunca está bien del ‘todo todo’.

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07
noviembre
2022

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¿Puede el autoservicio convertirse en una forma de sumisión? No la tienda, sino el concepto, la idea de que uno mismo tiene que seleccionar el producto que desea. Antes, mucho antes, no se podía elegir demasiado: si uno quería comprarse unos zapatos tan solo podía elegir entre un par de modelos ideales (tres como mucho) y era la dependienta quien aconsejaba y vendía lo que mejor consideraba. De la misma manera, el verdulero seleccionaba los puerros o las patatas. Y, desde luego, en la farmacia solo se despachaba un tipo de jarabe para la tos. Curiosamente, a pesar de que casi nadie elegía lo que compraba, la gente era libre. Mucho más que ahora.

Porque, en algún momento, a alguna mente preclara se le ocurrió que, si la clientela siempre se quejaba de que no podía escoger, lo mejor que se podía hacer era repartirlo todo en cajas por la tienda para que fueran los propios consumidores quienes eligieran lo que quisieran. Como seguramente ya no podrían entregar el producto pasado de fecha a nadie, habría alguna mercancía que habría que tirar, pero con seguridad eso se compensaría por la mayor afluencia de público. Y así nació el autoservicio.

Los autoservicios, ya de cualquier tipo, vivieron su época de esplendor. Tanto que dieron el estirón y se convirtieron en hipermercados, auténticos gigantes donde a la vez que uno seleccionaba la mejor fruta escarchada también podía hacer lo propio con el anticongelante o los sostenes. Y más tarde, como sabemos, todo se volvió digital: el ciudadano, de repente, se sumergió en la búsqueda infinita, que es lo mismo que decir en la era de la sumisión.

La peligrosa idea de que siempre se puede encontrar una manzana mejor en el cesto ha equiparado las manzanas a las parejas, ya sean afectivas o sexuales

La moderna esclavitud consiste precisamente en la idea de que siempre se puede encontrar algo mejor, ya se trate de un paquete de pilas o de un alojamiento para las vacaciones. Este mercado, por ejemplo, se ha inflado hasta el paroxismo, sobre todo con la incorporación del prolijo mundo de los apartamentos y del ingente número de portales donde uno puede escoger su rincón soñado.

Ocurre lo mismo con cualquier área de nuestra vida, ya se trate de la decoración del hogar o de la suplementación deportiva: las opciones se multiplican exponencialmente. Incluso pareja, por supuesto –por cierto, la peligrosa idea de que siempre se puede encontrar una manzana mejor en el cesto ha equiparado las manzanas a las parejas, ya sean afectivas o sexuales–. Como la costumbre dice que siempre se puede encontrar a alguien mejor, si la elección ha sido fallida se la puede arrojar sin más al contenedor marrón y buscar otra. Y así hasta el peor infinito que existe, el infinito vacío.

No nos quedamos con nada a la primera: esa es la consecuencia más imortante del autoservicio vital. A veces, incluso cuando ya lo tenemos en el carrito de la compra, seguimos buscando para ver si encontramos algo con mejor precio o con los ojos más azules. Algo que sea más ecológico, o que no venga con cargas familiares. Y llega la segunda consecuencia: la tendencia a mantener varias apuestas abiertas a la vez.

Decía Byung-Chul Han que es «el compromiso, y no la ausencia de este, lo que hace ser libre»; es decir, solo cuando estamos comprometidos con algo que nos sirve de apoyo podemos volar alto y lejos

Así, poco a poco, nuestra vida se va desmembrando mientras nos deshilachamos en laberintos de disyuntivas. Seres licuados que pierden su sustancia porque dilapidan su tiempo en una sempiterna búsqueda que nunca acaba de satisfacer del todo. Y tal vez esa sería la tercera consecuencia, esa permanente insatisfacción de caminar por una asintótica que nunca llega a ser tangente. Por eso somos menos libres que nunca.

Alguien debería calcular el tiempo que nos pasamos en búsquedas, descartes, selecciones y devoluciones. De ahí la última consecuencia: nuestra falta de compromiso. Si nunca nos quedamos con nada a la primera porque siempre se puede encontrar algo mejor, si hemos asumido como válido que una parte sustancial de nuestro tiempo hay que invertirlo en leer reseñas de otros consumidores, y si además estamos siempre de morros porque todo es casi casi pero nada está bien del todo todo, la derivada lógica es nuestra falta de compromiso en general. También con las personas, claro.

Si el credo del autoservicio es una forma de sumisión, tal vez habría que reivindicar el compromiso como única manera de desengancharse de la búsqueda perpetua

Decía Byung-Chul Han que es «el compromiso, y no la ausencia de este, lo que hace ser libre». Es decir, solo cuando estamos comprometidos con algo que nos sirve de apoyo podemos volar alto y lejos. Para muchas personas, por tanto, la falta de libertad no solo deviene de la esclavitud de la búsqueda, sino de la base desleída sobre la que caminan.

Si el credo del autoservicio es una forma de sumisión, tal vez habría que reivindicar el compromiso como única manera de desengancharse de la búsqueda perpetua. Antaño uno tenía unas botas y una cazadora y eran para toda la vida. Nos definían. O una moto. O un reloj. O una causa justa. La fidelidad construía identidad y seguridad.

Desde luego, en otro tiempo, uno poseía un grupo de referencia y pertenencia; amigos de verdad. Y en muchas ocasiones alguien con quien compartir la vida. Alguien que, como reza la vieja canción, era el viento bajo sus alas. Quizá debamos repensar esto, volver a ello. Quizá debamos mirar de nuevo a los ojos de nuestra persona amada, esa que lo es de verdad, tomarla de la mano y reconquistar la libertad.


Jesús Alcoba es director creativo en La Salle Campus Madrid y conferenciante de Thinking Heads.

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