Sociedad

Apuntes sobre el suicidio

El filósofo Simon Critchley busca ordenar el conjunto de argumentaciones que a lo largo de la historia han demonizado la muerte voluntaria. Lo hace en ‘Apuntes sobre el suicidio’ (Alpha Decay), donde mezcla sus propias experiencias y dudas con el razonamiento de grandes pensadores como Hume o Sócrates.

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13
octubre
2022

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La gente no arroja su vida por la borda a la ligera o por capricho. Como dijo David Hume en su brillante opúsculo sobre el suicidio publicado póstumamente: «No creo que nadie haya tirado su vida por la borda mientras valiera la pena conservarla». La condición que nos hace pararnos a pensar es «mientras valiera la pena conservarla». ¿En qué condiciones vale la pena o no conservar la vida? Hume argumenta que cuando la vida se ha convertido en una carga insoportable uno tiene todo el derecho de quitársela. La cuestión apunta a los límites de lo que uno puede soportar, que son límites que habría que comprender de manera meditada y compasiva recurriendo a la empatía y la introspección, humildes herramientas que tomo prestadas de Jean Améry.

Aun a riesgo de hablar más de la cuenta –y de contradecirme–, aquí hay en juego algo más que la mera introspección. En realidad, para mí la cuestión del suicidio no es ni por asomo un tema para especialistas universitarios. Por razones en las que será mejor no entrar, mi vida se ha disuelto durante este último año como un azucarillo en una taza de té caliente. Por primera vez en mi vida, me he visto luchando de verdad contra pensamientos suicidas, «ideaciones suicidas», que es el nombre que se le suele dar sin que parezca ser de mucha ayuda. Estos pensamientos revisten distintas formas, múltiples fantasías de autodestrucción, normalmente motivadas por la autocompasión, el asco por uno mismo y los deseos de venganza. No voy a catalogarlos. Son conocidos, escasamente sorprendentes y emergerán aquí y allá, de soslayo, a medida que avancemos. Desde luego, decir tal cosa equivale a confesar que la primera frase de este libro tal vez no sea de fiar. Pero, por favor, tengan la bondad de no inquietarse. Como afirma Rust Cohle, el personaje de la serie de HBO True Detective: «No tengo la constitución mental de un suicida». O en palabras de ese maravilloso y muy añorado grupo de música inglés que es Black Box Recorder: «La vida es injusta: suicídate o supéralo». Este ensayo es un intento de superarlo.

Según Hume, cuando la vida se ha convertido en una carga insoportable uno tiene todo el derecho de quitársela

Después de decidir que iba a intentar abordar la cuestión del suicidio de la única manera que conozco –por escrito–, empecé a pensar en cuál sería el mejor lugar para hacerlo. Me pareció que iba a necesitar algún anclaje, un amarre firme frente al tirón gravitatorio del pasado que venciera cualquier deriva y diera a mis palabras las posibilidad de fluir sin verse sometidas a la represión, el decoro o la precipitación. Así que aquí he venido, a una agradable población de tamaño más bien modesto en la costa de East Anglia: un lugar que he visitado en muchas ocasiones, no muy lejos de donde vivía antes de mudarme a Nueva York hace once años. He alquilado una habitación de hotel y suelo contemplar el mar del Norte. Mientras escribo se oye el romper de infinitas olas de gris, verde y pardo sobre la playa. Es una playa de guijarros con una vertiginosa pendiente en la orilla. El viento no amaina y la lluvia no da tregua. Grandes gaviotas planean de un lado para otro. Sus graznidos son engullidos por las ráfagas de viento. Una caravana de cúmulos y cumulonimbos viaja sin fin de poniente a levante rumbo a las costas holandesas, hacia algún punto cerca de Flessinga, origen etimológico del barrio neoyorquino de Flushing. Se avecina el solsticio de invierno y el sol es un penacho azotado. La luz fluye y se despide del año. He venido a conocer la oscuridad en la oscuridad, en el finis terrae, frente al mar: el enorme, el ilimitado.

Quizá lo más cerca que podamos estar de la muerte es escribiendo, en el sentido de que escribir es ausentarse de la vida, un abandono provisional del mundo y de nuestras nimias tribulaciones para intentar ver las cosas con mayor claridad. Escribiendo, uno da un paso atrás y al lado respecto de la vida para verla con mayor desapego, tanto de manera más distante como más próxima. Con una mirada más firme. Escribir te permite dar las cosas por zanjadas: los fantasmas, las obsesiones, los remordimientos y los recuerdos que nos despellejan vivos.


Este es un fragmento de ‘Apuntes sobre el suicidio‘ (Alpha Decay), por Simon Critchley.

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