Medio Ambiente

Un desierto llamado España

El 74% del territorio español ya se encuentra en tierras áridas o semiáridas. Estas zonas son especialmente vulnerables frente a la desertificación y amenazan con multiplicarse en los próximos años si las temperaturas siguen incrementando como consecuencia del cambio climático y, a la vez, no se limitan los incendios forestales, la contaminación o la sobreexplotación de recursos hídricos.

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27
septiembre
2022

España se convertirá en un desierto. Es el distópico escenario al que nos aproximamos a pasos agigantados de continuar por la actual senda de degradación acuífera de nuestros territorios. El incremento de temperaturas como consecuencia del cambio climático (se habla de hasta 2 grados más en 2040), las sequías extremas, los incendios forestales, la contaminación, la sobreexplotación de los recursos hídricos, el abuso de la agricultura de regadío intensivo, los suelos pobres con tendencia a la erosión o un turismo masivo y voraz concentrado en las zonas costeras forman la tormenta (sin agua) perfecta que explica las razones de por qué la Península Ibérica del futuro podría ser el entorno idóneo para rodar cualquier secuela de Dune o de Mad Max.

Según datos manejados por el Gobierno de España, el 74% del territorio español se encuentra en tierras áridas, semiáridas o subhúmedas secas y, por tanto, susceptibles de sufrir procesos de desertificación. En total, más de 9 millones de hectáreas, con los dos archipiélagos y el sur de la península como zonas especialmente vulnerables. Una sangría que gana terreno a gran velocidad y frente a la cual no acaban de llegar soluciones eficaces.

Entre las medidas puestas en marcha para revertir el secado ultrarrápido del país, el Gobierno de España aprobó el pasado mes de julio, a petición del Miteco, la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación (ENLD) que actualiza el anterior Programa de Acción Nacional contra la Desertificación de 2008. Algunas de sus propuestas, lanzadas con fecha de caducidad en 2030, incluyen «un plan de restauración de terrenos afectados por la desertificación, la creación de una red de proyectos piloto y demostrativos de lucha contra la desertificación, la puesta en marcha de un inventario nacional de suelos, la aplicación de buenas prácticas de gestión sostenible de la tierra en el sector agrario, forestal  y de los recursos hídricos, la creación de un Consejo y un Comité Nacional de Lucha contra la Desertificación o la elaboración de una Ley de conservación y uso sostenible de los suelos».

Más de 9 millones de hectáreas en España son especialmente vulnerables a la desertificación

Siendo estas propuestas gubernamentales bienvenidas, de su redacción se deprende un cierto aroma administrativo-burocrático y una carencia de concreción nada tranquilizadores, especialmente ante un problema tan acuciante y que parece empeorar año tras año como es el de la progresiva desertificación del territorio. Mientras esos Consejos de forman y los comités se reúnen, las preguntas surgen. ¿De qué otras formas podemos combatir la desertificación? ¿Hacia qué otros referentes podemos mirar? 

La oenegé Reforesta, por ejemplo, brinda en su blog una serie de recomendaciones cívicas para que cada persona haga su pequeña contribución personal a esta lucha. Entre sus propuestas están la participación en acciones voluntarias de reforestación y restauración del medio natural, evitar caminar o circular en bicicleta –y , naturalmente, en vehículo motorizado– fuera de los caminos autorizados; no hacer hogueras ni barbacoas, así como respetar la legislación en materia de desbroces de matorral y quema de rastrojos para evitar los incendios forestales y hacer un uso responsable del agua, por ejemplo, consumiendo productos locales y de temporada.

¿Qué hacen en otras partes del mundo?

La imaginación está logrando sorprendentes resultados en la lucha contra la desertificación en otros puntos del planeta donde este problema es todavía más acuciante que en España. En Burkina Faso, la salvaje erosión del suelo y la degradación de la tierra que asoló el país en la década de los 80 estuvo a punto de llevarse toda la economía por delante. Si se consiguió evitar el desastre no fue gracias a una estrategia de un ministerio, sino a un agricultor, Yacouba Sawadogo, a quien cabe atribuirle el lanzamiento de aquel salvavidas al hacer evolucionar una práctica agrícola tradicional, el Zai, que ayuda a los cultivos a sobrevivir en condiciones de sequía extrema. Hoy la técnica desarrollada por Sawadogo, conocido como el hombre que frenó la desertificación, se ha extendido a gran parte de África con excelentes resultados.

Como en casi todos los campos, la tecnología también puede aportar soluciones al problema de desertificación. El Internet de las Cosas, la IA o el cloud computing ya están permitiendo recolectar datos a gran escala que, una vez incorporados a un algoritmo, permiten a los científicos comprender lo que está sucediendo en tiempo real y alumbrar soluciones de un modo más rápido. Un buen ejemplo es la empresa argentina S4Agtech, que, en colaboración con Microsoft, logró en 2019 desarrollar el primer índice del mundo para cubrir los efectos de la sequía. ¿Cómo?Distintos satélites de la NASA recogen los datos que son analizados mediante herramientas de machine learning de Microsoft, con algoritmos capaces de reconocer el tipo de cultivo de cada imagen satélite, determinar su ritmo de crecimiento y medir su nivel de riesgo ante cualquier eventualidad.

En la actual España, cada vez más africana climáticamente hablando, también se necesita multiplicar recursos para evitar un árido futuro. Y en ese mix de voluntades cabe absolutamente todo: políticas, leyes, colaboraciones público-privadas, innovación y tecnología, esfuerzos individuales y mucha imaginación.

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