Ciudades

«Hay que reinventar el tejido de las ciudades para evitar que se conviertan en parques temáticos»

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20
septiembre
2022

La historia del urbanismo español siempre se ha movido entre el lujo más deslumbrante y la ruina. Cada edificio que puebla nuestro país tiene un relato sobre cómo llegó a ser así y lo que representó para la historia en su momento más álgido. El artista Álvaro Perdices (Madrid, 1971) lleva tiempo explorando a través de la fotografía ese camino que transitan los lugares desconocidos de nuestro país. Tras una formación de 20 años en Los Ángeles, Perdices ha trabajado como coordinador de exposiciones en el Museo Nacional del Prado, donde también llevó a cabo diversos proyectos educativos y de comisariado. Su trabajo se despliega de manera paralela a su actividad laboral en museos y entornos educativos, y se centra en el complejo entramado de correspondencias entre el individuo y la institución.


Walter Benjamin reflexionaba en un ensayo publicado en 1931 sobre cómo la fotografía estaba haciendo cambiar ciertos patrones sociales, los debates intelectuales que suscitaba y la profunda reflexión metafotográfica que podía hacerse en torno a su influencia. ¿Cuándo se convirtió la fotografía en arte? 

La fotografía surge en el siglo XIX como una nueva manera de grabar datos y a partir del XX empieza a ser utilizada por diferentes personas en el ámbito artístico. Pero las fronteras reales son difusas, aunque el momento clave son las vanguardias. En realidad, la fotografía se convierte en arte cuando es el medio que el artista necesita utilizar: no se trata de atenernos a una cuestión cronológica porque su uso ha ido cambiando según hemos interpretado su lenguaje.

En tu última exposición, Espejo y Reino / Ornamento y Estado, te adentraste en el antiguo Museo del Ejército de Madrid y en un hospital de Toledo, de la mano de la fotografía, para «cuestionar el pasado». ¿Es la arquitectura un reflejo de la evolución de la sociedad?

Sí, porque la arquitectura es también símbolo e imagen del poder. Y ese poder utiliza precisamente los edificios para construir una imagen. Es un concepto más relajado de las catedrales góticas, que hablaban del poder de la Iglesia en ese momento. En el caso del franquismo, por ejemplo, es muy interesante destacar esa necesidad de arquitectura para un nuevo régimen y un nuevo país que se quiso reconstruir y refundar. Hubo una necesidad del Estado franquista de construir edificios que simbolizaran esa idea y, al no existir la arquitectura moderna, lo que se hizo fue ir al pasado, un pasado heroico sobre el cual quiere construir la historia del país. Pero los arquitectos no eran arquitectos, sino ingenieros militares, así que lo que se crea en la época franquista es una arquitectura de cartón piedra que no es moderna y que no evoluciona.

«La mayor evidencia de la especulación y la falta de conocimiento político es la demolición de La Pagoda, en Madrid»

¿En qué consiste exactamente el «estilo remordimiento» del que hablas habitualmente y cómo de presente está en los edificios y el mobiliario españoles?

En la década de los treinta en España se dan dos corrientes: una mucho más moderna y racionalista, y otra historicista (que llega incluso a la política). La historicista quiere volver a ese pasado de país heroico y para ello busca los elementos clave de ese esplendor del Imperio español. Esta corriente se da tras la caída de la República y el ascenso del franquismo, un momento en el que se encuentra ese estilo remordimiento –llamado así, en tono jocoso, porque lo que hace es imitar el Renacimiento español, el plateresco–. Se trata de muebles muy pesados, oscuros, bustos con caras de conquistadores, de romanos, de personajes del renacimiento, patas de león, etcétera.

¿Tiene relación ese estilo remordimiento con el modelo neoliberal inmobiliario y la desvalorización de la arquitectura?

El momento neoliberal habla más de especulación, de falta de educación, sensibilidad y conocimiento hacia la arquitectura. El caso más flagrante es, sin duda, la demolición de La Pagoda, que era un emblema de modernidad que veíamos cuando salíamos y entrábamos a Madrid. Es la mayor evidencia de la especulación, de ese abandono y de esa falta de conocimiento por parte de los poderes políticos.

Mientras los edificios más clásicos son preservados con especial cuidado en toda España, en muchas ciudades se pueden ver otros más sencillos del siglo pasado semiabandonados. ¿La cutrez de los edificios del franquismo puede ser la responsable del abandono de muchos centros de las ciudades de provincia?

En realidad, hay edificios cuyo uso no es necesario o ha ido cambiando. Tiene más que ver, sobre todo en ciudades más pequeñas y medianas, con la aparición de los centros comerciales y de los polígonos. Estos han generado competencia con las tiendas tradicionales que había en los centros. Es un modelo batante nefasto, sobre todo porque destruye toda una red de relaciones sociales y todo una economía basada precisamente en el individuo.

En la instalación artística de El tercer patio imaginabas en Córdoba un patio andaluz abandonado en una zona de periferia. ¿Puede ser un reflejo de lo que pasará en muchos pueblos de España si se siguen vaciando?

Planteé la intervención de carácter botánico en un patio de periferia porque me interesa mucho esta idea de la que habla el paisajista y antropólogo francés Gilles Clément: cómo la naturaleza reconquista los espacios que antes fueron suyos. Al final, El tercer patio se hizo en el patio del Museo Arqueológico y precisamente lo que me encontré allí fueron unos grandes fragmentos de arqueología romana, espectaculares, pero fragmentos de una crisis. Hay que verlo también como la consecuencia de un accidente, de una rotura. El elemento crisis es la pérdida del poder, del Estado político, económico… En otras palabras, la arquitectura es muy importante porque hace una relectura política del paso de la historia.

«El turismo está ahí y es una fuente económica, pero hay que primar a la gente que vive allí con sus necesidades y sus usos, porque si no se destruye completamente la ciudad»

En el libro Palacios del pueblo, el sociólogo Eric Klinenberg sugiere que el futuro de las sociedades democráticas no se basa simplemente en valores compartidos, sino en espacios compartidos.  Precisamente ahora estás trabajando en un proyecto sobre las ruinas del Palacio de Valsaín (Segovia), que actualmente son utilizadas por las peñas del pueblo. ¿Recuperará la ciudadanía los espacios que un día fueron regios para sí? 

El caso de Valsaín es muy interesante. Es un palacio que manda construir Felipe II cuando todavía es príncipe y vuelve de su viaje iniciático por Europa. Llega como un joven renacentista y decide hacer en ese lugar, que había sido cazadero real de la Casa de los Trastámara, un palacio ecléctico en términos arquitectónicos. Posteriormente, Felipe V decide hacer otro palacio, el de La Granja de San Ildefonso por lo que, a partir del siglo XX, el de Valdaín entra en un estado de descomposición absoluta. Un proceso de ruina y de abandono que es muy lamentable. Ahora, en un espacio que no estaba usado, la ciudadanía ha construido, con un poco de ocurrencia y cierta precariedad, una serie de conjuntos de casetas que los jóvenes del pueblo han utilizado para hacer algunas peñas. Es la convivencia de la ruina de un palacio renacentista con un tipo de arquitectura mucho más precario. Más allá de qué pasa con el palacio o qué han hecho estas personas con él (realmente no han hecho nada), lo interesante es ese trasvase de un espacio que antes fue regio y de una arquitectura de alta cultura, a una cultura popular y una arquitectura del bricolaje.

Entonces, ¿debemos mirar al pasado de las ciudades con fotografías como las suyas para saber a dónde debemos dirigirlas?

La cuestión pasa por regenerar o reinventar el tejido de las ciudades, sobre todo en los centros urbanos, para que no se conviertan en parques temáticos a costa del ciudadano que vive en ese centro. No podemos permitir que los centros comerciales desbaraten absolutamente esa estructura.

¿Ha sacado alguna conclusión de hacia dónde deberían dirigirse las ciudades tras fotografiar tantos rincones abandonados e imaginar evoluciones?

El turismo está ahí, y evidentemente es una fuente económica, pero hay que primar a la gente que vive allí con sus necesidades y sus usos, porque si no destruyes completamente la ciudad. Uno de los ejemplos más claros se está viendo claramente este proceso de gentrificación en el madrileño barrio de Lavapiés con la desaparición de muchísimas tiendas para el uso cotidiano, que desaparecen en pro de los bares.

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