Economía

«Acabar con la libertad económica es el primer paso para acabar con todas las libertades»

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30
septiembre
2022

La economía está estrechamente relacionada con la historia de las ideas. Es el resultado de la acción humana y las condiciones materiales en las que se desenvuelve, su naturaleza. En esta época convulsa política y económicamente, Carlos Martínez Gorriarán (San Sebastián, 1959) ha escrito ‘En defensa del capitalismo. Una filosofía del progreso de la humanidad’ (Espasa), un libro en el que el filósofo y diputado por UPyD en la X legislatura del Congreso hace un viaje por la historia de nuestra economía, invitándonos a reflexionar sobre lo que tenemos y lo que tendrá nuestra sociedad en el futuro.


Desde el 1992 ha impartido clases en la Universidad del País Vasco (UPV) y durante una legislatura ha sido diputado en el Congreso. Profesor o político, ¿qué ha pesado más a la hora de escribir su nuevo libro?

Lo mismo. Hace tiempo que conozco como profesor la implantación en la universidad de un pensamiento único iliberal –empeorado en el caso vasco por el nacionalismo radical)– y anticapitalista muy dogmático, que implica una auténtica negación del pensamiento crítico indispensable. Y como político me di cuenta de lo mal que se defienden generalmente las ideas básicas de la democracia liberal, que incluyen la libertad económica de la economía social de mercado o capitalismo, ingrediente básico de la democracia moderna digna de ese nombre. Así que, de vuelta a la universidad, aprovechando el encierro forzado del confinamiento y tirando de la biblioteca acumulada durante tantos años de profesión, decidí escribir.

¿Por qué se necesita un libro que defienda el capitalismo en la actualidad?

Como toda creación humana, el capitalismo necesita crítica, pero basada en el conocimiento. Y resulta que hay gran desconocimiento de economía política, la teoría ilustrada y liberal de la producción y el comercio de Adam Smith. Fue la que primero explicó el sistema que, con gran éxito, Marx llamó «capitalismo». Por tanto, me pareció necesario un libro que entrelazara la historia socioeconómica y de las ideas (tanto de liberales como de anticapitalistas) para examinar cómo y por qué la actividad productiva humana termina desembocando, casi por necesidad, en el capitalismo, especialmente con la revolución industrial y el desarrollo posterior. La mayoría de la gente no lo sabe (y la mayor parte de la bibliografía existente es muy técnica, de historia económica o de economía teórica). Así que es un ensayo que puede leer cualquiera con una cultura básica, pero sin eludir cuestiones teóricas más complicadas. Y hay un segundo motivo: que se ha convertido al capitalismo en el gran villano del siglo. Todo lo que va mal, de la sociedad al clima pasando por la educación o la geopolítica, se achaca al capitalismo sin reconocer sus indudables ventajas, la primera de las cuales es haber acabado con la condena a la pobreza de la mayoría de la sociedad y con la desigualdad extrema típica de la época precapitalista.

«No hay ‘capitalista’ en sus cabales que crea que es un buen negocio destruir el medio ambiente»

Hay una frase, de hecho, que dice que «la libertad económica acaba con las demás libertades». ¿Considera esta afirmación correcta?

No. Es una burrada. Casi todos los docentes que tocan la economía teórica en la universidad pública están más o menos en contra de la libertad económica, de limitarla poco o mucho o de prohibirla. Yo pienso lo contrario: acabar con la libertad económica es el primer y más decisivo paso para acabar con todas las libertades, como se vio en los regímenes comunistas. También es el paso que sentencia el futuro colapso del sistema socialista, totalmente insostenible porque se opone a cosas tan básicas como la eficiencia de la competencia reglada, la necesidad humana de propiedad privada como base de la libertad personal y plantea el disparate de planificar absolutamente todo como si azar, cambio y evolución no existieran. Quedó demostrado con la caída del muro de Berlín en 1989 y el radical giro económico de China después de Mao.

¿Qué es necesario mejorar del capitalismo?

La competencia y la cooperación, las reglas legales que regulan los mercados, impedir monopolios y oligopolios, proteger a los consumidores más vulnerables, fomentar la innovación, evitar daños al medio ambiente, y mil cosas más. La economía práctica es un work in progress sin fin, como el arte, la filosofía y la política. Nunca habrá un «capitalismo perfecto», pero tampoco perfección económica sin capitalismo. Y no será porque no ha habido experimentos alternativos, desde el comunismo de distintos tipos al cooperativismo dentro del sistema.

¿Ha llegado el momento de refundar el capitalismo para que atienda más a cuestiones apremiantes, como el medio ambiente y derechos sociales?

Refundar el capitalismo me parece una de esas expresiones retóricas más grandilocuentes que otra cosa, destinadas al consumo de campaña electoral. El capitalismo forma parte de un sistema social muy complejo; no es todo, solo la parte económica. Los derechos sociales y el cuidado del medio ambiente son fines en sí mismos. Pero resulta que el socialismo resolvió mucho peor esas necesidades: derechos sociales precarios y desastres medioambientales como Chernóbil, la desaparición del mar de Aral y del lago Lob Nor, los del Gran Salto Adelante en China que casi acaban con los gorriones y un largo etcétera. Una de las herencias comunistas es que la protección social es muy baja en China, donde el pago sanitario por casi todo es la norma.

«La guerra en Ucrania impulsará a la fuerza la transición ecológica»

En contraste, los países con Estado de Bienestar más sólido y mayores derechos sociales son los que también tienen más libertad económica, en concreto los del norte de Europa, Australia, Canadá y Nueva Zelanda. El ejemplo de esas economías desmiente que haya oposición entre derechos sociales y libertad económica: son parte del mismo todo. En el lado contrario tenemos a las dictaduras, inevitablemente corruptas, que condenan a la mayoría a la pobreza y destrozan su ecosistema. Un contraste muy conocido es el de las Corea del Norte y del Sur: partieron de la misma situación tras su devastadora guerra, pero mientras el norte comunista todavía sufre hambrunas y es la peor dictadura del mundo, el sur capitalista es un modelo de economía innovadora con pleno empleo.

Hasta los Emiratos Árabes Unidos se han puesto las pilas y se han convertido en el mayor inversor estatal en energía limpia del mundo. En el mundo actual, ¿todos los progresos capitalistas deberían tener especialmente en cuenta el medio ambiente?

Ya los tienen. De hecho, hay una carrera industrial y tecnológica en campos como la energía nuclear de fusión y la del hidrógeno verde, además de las renovables. No hay «capitalista» en sus cabales que crea buen negocio destruir el medio ambiente. Además, el desarrollo económico siempre necesita fuentes de energía abundante y barata. Primero fue la hidráulica, luego el carbón, después la electricidad. La evolución industrial ha ido buscando y encontrando sustitutos, aunque lógicamente cada etapa productiva ha tenido un impacto en todo, incluyendo clima y medio ambiente. Por otra parte, la presión es muy buena para la evolución: si no hubiera estallado esta crisis de energía, que se debe a muchos factores, algunos culturales e ideológicos, no habría la carrera actual por encontrar soluciones. Siempre ha sido así. Schumpeter definía brillantemente el capitalismo como el sistema de la destrucción creativa, donde cada nuevo avance surgía de una crisis que destruía sectores productivos obsoletos y desarrollaba otros nuevos, por ejemplo la navegación a vela sustituida por el vapor o el carbón por la electricidad.

¿Los recursos energéticos son el auténtico reto económico y político de este tiempo?

El reto es, como decía, energía barata, abundante y, por supuesto, limpia. Las renovables cumplen en parte esos requisitos; pero no nos engañemos: también tienen inconvenientes, como la minería del litio y otros elementos imprescindibles para las baterías eléctricas o el impacto paisajístico de la eólica. Por otra parte, hace falta energía de respaldo para compensar la producción desigual e intermitente de las renovables, y para eso la alternativa más limpia es la nuclear. La nuclear de fusión es la gran promesa, pero se hace esperar porque es increíblemente difícil conseguirla; no obstante, se habla de fusión comercial en unos 25 años. Y finalmente tenemos el boom del hidrógeno verde, con coches, trenes y barcos movidos con hidrógeno. En cuanto se resuelva el proceso productivo, de modo que no consuma tanta energía de otras fuentes.

«Todo anticapitalismo alberga una forma de populismo»

La guerra en Ucrania, ¿ha frenado por completo la transición energética?

No, la va a impulsar a la fuerza. Primero porque Europa y muchos países han visto que no pueden depender de Rusia o cualquier otro país productor de hidrocarburos dispuesto a usarlos como arma. Segundo, porque por desgracia las guerras siempre obligan a saltos rápidos en innovación y tecnología. Por ejemplo, gran parte de las nuevas tecnologías actuales surgen de la Segunda Guerra Mundial, se desarrollan cosas que se conocían solo en teoría: nuevos materiales sintéticos, electrónica, computación, construcción por módulos… incluso la incorporación en masa de las mujeres a la industria, los servicios, las fuerzas armadas y todo lo demás, acabando con la discriminación por género sexual. Por supuesto, es lamentable que la humanidad dependa tanto de crisis mortales como las guerras para cambiar de verdad, pero me temo que sea nuestra naturaleza. Y también va a obligar a repensar la transición energética, porque está claro que había más voluntarismo tecnocrático y control burocrático que otra cosa en muchas decisiones. Por ejemplo, poner en marcha el coche eléctrico con grandes ayudas públicas, sin pensar en el precio y garantizar el abastecimiento de electricidad suficiente, disponible y barata. Ahora el coche eléctrico es un producto para ricos. Se han creído que todo se puede planificar por decreto y eso es un error que la guerra de Ucrania ha puesto al desnudo: también se creía que era imposible porque Putin no arriesgaría su economía.

De hecho está movilizando a la población civil para combatir en la guerra. ¿Qué debería hacer la Unión Europea para evitar un avance ruso? Especialmente porque, quién sabe, tal vez podría continuar su expansión.

Lo que está haciendo: ayudar a Ucrania en todos los campos posibles, incluyendo el militar, y advertir a Rusia de que no se aceptará ningún cambio que imponga por la violencia. Pero es muy dudoso que Putin o su régimen salgan vivos de esta guerra insensata de agresión imperial con casi todo el mundo en contra. Por otra parte, ha puesto sobre la mesa algo desagradable que preferíamos olvidar: que la democracia y los derechos conllevan obligaciones como recurrir a la fuerza cuando es legítima para defenderse.

Volviendo a la economía: el anticapitalismo es un movimiento que sigue vivo en la sociedad actual, tal y como usted defiende en el libro, anclado en la repetición de un conjunto de prejuicios y falacias de la corrección política más de moda. ¿Cómo ha influido la corrección política en este asunto?

El anticapitalismo es muy complejo porque reúne ingredientes religiosos, utópicos e ideológicos muy variados. De hecho es una especie de religión política, por eso se basa en la fe y la creencia, y es tan impermeable a los argumentos y a la realidad material. Incluso hay hombres y mujeres de grandes empresas que se sienten culpables y apoyan agendas anticapitalistas que, de todos modos, son un buen negocio porque mejoran su imagen social. Pero no es nuevo: el cristianismo primitivo condenaba los beneficios por considerarlos usura, igual que Aristóteles condenaba prestar dinero con interés por considerarlo crematística inmoral mientras, en cambio, aprobaba alquilar una casa o una parcela de tierra.

«Europa y muchos países han visto que no pueden depender de Rusia o cualquier otro país productor de hidrocarburos dispuesto a usarlos como arma»

Los romanos consideraban innoble dedicarse a ganar dinero trabajando (negotio), tarea de esclavos y plebe, pero en cambio reverenciaban las grandes fortunas, indispensables para hacer carrera política en Roma. Siempre ha habido muchas contradicciones en la relación entre ética o moral y dinero. En teoría, la antigua aristocracia tenía prohibido meterse en negocios vulgares para ganar dinero, salvo si era a lo grande. Es, por tanto, una actitud muy antigua, muy arraigada en la humanidad que, de todos modos, no ha tenido más remedio que inventar formas de ganar dinero y acumular bienes para huir del hambre, actividades que inevitablemente condujeron a la globalización y el capitalismo. Mejor dicho, a los diversos capitalismos actuales porque no son iguales los modelos de Estados Unidos, Europa, Japón o China.

¿Considera el anticapitalismo una corriente económica o puro populismo?

Económicamente es un auténtico desastre, porque negar el capitalismo es simplemente negar reglas básicas de la economía que no tienen nada que ver con la ideología, la moral o la política. Por ejemplo, que los precios se regulan por la oferta y demanda de un bien, y que el intercambio de bienes automáticamente crea un mercado con o sin permiso de la autoridad. Pero el anticapitalismo promete el paraíso en la Tierra a cambio de casi nada, el «derecho a la pereza» de Paul Lafargue, el yerno de Marx, y por eso todo anticapitalismo alberga una forma de populismo o es una religión política, como el marxismo (que hasta tiene cismas y herejías con excolmugados) y el anarquismo.

En el escenario político español actual impera sacar de contexto frases de unos para atacar a otros y las medidas que suenen muy rimbombantes (sin profundizar en los asuntos). ¿Hay seriedad en la política española?

Es un problema mundial, al menos de todas las democracias occidentales. La política se ha hecho populista por muchas razones. Desde luego cuenta la falta de ideas y el oportunismo sin límite, pero también la demanda social de soluciones fáciles, baratas y sin riesgo. Un político europeo, me parece que Jean-Paul Juncker, lo explicó perfectamente: «Sabemos qué hay que hacer para resolver muchos problemas, pero no sabemos cómo volver a ganar elecciones si lo hacemos». Mi experiencia en UPyD coincide con eso: la gente no vota a quien le dice cosas que prefiere no oír, como que la corrupción es insoportable o que el modelo de Estado es insostenible, sin separación de poderes y con un gasto público disparatado, etc. Sencillamente, deja de creerte y de votarte. Prefiere el populismo.  Por otro lado, el adelgazamiento de las verdaderas diferencias políticas entre los grandes partidos también ayuda: al final se da por descontado que todos harán más o menos lo mismo y se eligen políticos menos antipáticos, o más nuevos y con mejor imagen, y eso es todo.

«La democracia y los derechos conllevan obligaciones como recurrir a la fuerza cuando es legítima para defenderse»

En las últimas semanas, se han sucedido varias polémicas en las Cortes de Castilla y León con el vicepresidente de la Junta (de Vox). ¿Cree que las coaliciones PP-Vox están dañando a alguno de los partidos?

Normalmente los errores o fallos de las coaliciones los paga la parte más débil, y esta vez no creo que sea diferente con las de Vox y PP. La política es implacable, feroz y nada sentimental.

Junto con Rosa Diez, usted fue uno de los fundadores de UPyD, ¿cómo se vive la creación de un partido político desde dentro?

Es el trabajo más agotador y complicado del mundo si, como fue con UPyD, no tienes dinero ni apoyo mediático (indiferencia en el mejor de los casos) y muy pocos «cuadros» con experiencia política o comparable. Y la política devora gente bienintencionada a raudales, personas que se queman enseguida en el combate político porque es durísimo, ácido e ingrato, mientras promueve fácilmente a gente poco recomendable de la que ningún partido se libra. Por otra parte, es una magnífica experiencia porque descubres que es posible hacer cosas que parecen imposibles, como un nuevo partido que no quiere ningún poder fáctico y hostiga la prensa concertada, pero consigue tener un grupo parlamentario en el Congreso y cosas así. Y a mí al menos me enseñó muchas cosas de la política real, de la naturaleza humana y del funcionamiento del mundo del poder en la trastienda. Todas valiosas. Aunque creo que prefiero no repetir.

¿Y el ocaso de un proyecto como este?

Está claro que aparte de los muchos errores de principiantes ilusos que cometimos, no era el tiempo ni el espacio favorables a un proyecto como UPyD, un partido muy original, quizás demasiado. Nosotros abrimos la crisis del bipartidismo tradicional con apoyo nacionalista, pero fuimos desplazados por Ciudadanos y Podemos. Dejémoslo ahí.

Yolanda Díaz acaba de presentar su nuevo proyecto, Sumar. ¿Cree que correrá la misma suerte que los otros partidos de su cuerda?

No sé si podemos siquiera llamar partido a lo de Yolanda Díaz. Solo parece una iniciativa más de liderazgo mesiánico personal basado en la sonrisa publicitaria, el buen rollito y el mensaje sentimentaloide sin chicha política, enmascarando los mensajes anticapitalistas fracasados de siempre: prohibir a la derecha, acabar con el mercado libre, más Estado y más autoritario, igualdad solo por abajo y economía irreal basada en ilusiones y planificaciones delirantes. Dudo que llegue a ninguna parte en plena canibalización de una izquierda demasiado esclerótica y cada año más dividida, como el ejército de Pancho Villa.

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