Medio Ambiente

¿Cómo afectará el cambio climático a nuestro olivar milenario?

Incluso el cultivo más antiguo y simbólico del Mediterráneo corre el riesgo de sufrir las consecuencias del calentamiento global y los eventos meteorológicos extremos. Ante este escenario –donde, en realidad, es complicado hacer previsiones fiables–, numerosos investigadores trabajan para dar con adaptaciones que permitan proteger el oro líquido de España.

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24
agosto
2022

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«Quienes expandieron la cultura del olivo en el Mediterráneo fueron los fenicios», explica Joan Mayol, payés y presidente del Consejo Regulador del Aceite de Mallorca. «Y después se empezó a cultivar en España, que ahora es el mayor productor y exportador del mundo». Según cuenta, ya existió «un escritor romano de Cádiz del siglo I que describía perfectamente cómo debe ser el cultivo del olivo y todas las variedades de aceitunas».

Tal y como afirma Joan desde su olivar en la Serra de Tramuntana de Mallorca, España es el mayor productor y exportador de aceite de oliva del mundo, incluso por delante de Italia y Grecia. Los olivares han evolucionado con el clima Mediterráneo y son conocidos por su resistencia a la escasez de agua. Aún así, los últimos años han mostrado que hasta el olivo, árbol simbólicamente resiliente, podría ser uno de los cultivos afectados gravemente por los efectos que conlleva el cambio climático, poniendo en peligro una fuente de subsistencia, cultura y comercio milenaria.

Georges Duhamel dijo que «el Mediterráneo acaba donde el olivo deja de crecer». La historia del olivo va atada a la historia del Mediterráneo y su gastronomía. En conjunto con la vid y el trigo forma parte de la llamada ‘trilogía mediterránea’, cultivos que fueron de los primeros en ocupar sus tierras costeras. Su origen se sitúa en el levante mediterráneo entre el 4000 y el 3000 a.C. Desde el principio de su historia, el olivo trajo mucho más que aceitunas y aceite. «También era una sustancia con valores medicinales, combustible, cosmética…», explica Mayol. Su gran valor, entonces, ha reflejado y determinado la historia de los grandes imperios fenicios y romanos.

El cultivo actual, ocupando un 14% de la superficie agrícola española, representa casi la mitad (45%) de la producción mundial. Las grandes superficies de olivares, como pasa con cualquier gran plantación de árboles, absorben una cantidad considerable de CO2. Como Joan describe, «cada olivo, por término medio –ya que hay olivos más grandes y más pequeños– absorbe 30 kg de CO2 al año, lo que convierte al olivar en un importante factor de freno al cambio climático».

Un árbol que afecta y es afectado por el clima

Y sí, aunque los olivos pueden, en cierta medida, combatir los efectos del cambio climático, también son sus víctimas. Las emisiones ilimitadas de gases están causando un aumento en las temperaturas y en la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos como sequías, tormentas o temperaturas impropias de cada estación.

Así, un estudio publicado en 2019 halló que el cambio climático, principalmente a causa de un clima más seco y caluroso en verano y otoño, va a reducir el área donde el cultivo de olivos es posible en Andalucía, la mayor región productora de aceite de España, y probablemente en otras regiones. La falta de lluvia y los periodos de sequía previstos causarán estrés hídrico al olivo y, al mismo tiempo, las temperaturas más altas causarán estrés térmico. Este estrés daña a los árboles fisiológicamente, comprometiendo la floración y, por lo tanto, la producción de aceitunas.

La falta de lluvia y los periodos de sequía causarán estrés hídrico al olivo, comprometiendo la floración y, por lo tanto, la producción de aceitunas

Históricamente, los olivos han sido percibidos como indestructibles. No obstante, los aumentos de temperatura y los cambios e irregularidades en las estaciones están afectando a los procesos clave que resultan en una buena temporada. Los procesos fenológicos del olivar más afectados son la floración de los olivos, que ocurre rápidamente en la primavera y su comienzo es muy susceptible a la temperatura, y la etapa donde el fruto se desarrolla y madura, que tiene lugar a mediados o finales de verano. Sin embargo, los patrones de los últimos años muestran que la floración está adelantándose y la maduración se está acelerando, resultando en la caída de flores antes de cuajar –el proceso que inicia la maduración hacia el fruto– así como en la disminución de la calidad de las aceitunas y su cantidad de aceite.

Además, el riesgo de estrés por altas temperaturas y falta de recursos hídricos en verano está aumentando. Todos estos factores contribuyen a cosechas menos productivas. Por ello, y debido a la dificultad de hacer previsiones fiables sobre la respuesta del olivar al cambio climático, investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) han desarrollado un modelo biofísico llamado OliveCan 2.0 que simula varios de los procesos que podrían ocurrir a causa de los efectos del cambio climático; por ejemplo, el descenso en el porcentaje de floración en un escenario de temperaturas más altas o la tendencia a un avance de semanas o meses en fechas de floración en este mismo escenario con temperaturas más elevadas.

Posibles adaptaciones

En resumen, a corto plazo, hay una mayor probabilidad de cosechas fracasadas y, a largo plazo, el riesgo está en una reducción general de la cantidad y calidad de la producción. Aunque existen adaptaciones para ambos escenarios.

Siguiendo la proyección de OliveCan 2.0 donde la floración ocurre más a principios de año bajo un clima más caluroso, los agricultores pueden adaptarse a corto plazo cambiando sus patrones de cosecha. Para prevenir el estrés hídrico habrá que hacer grandes inversiones en riego y ajustar los momentos del año donde aplicarlo. Por otra parte, habrá circunstancias a las que no será tan fácil adaptarse.

Joan lo ejemplifica cuando cuenta que «en 2020 hubo un pequeño tornado en Mallorca que acabó con un 80% de la cosecha de aceite del productor más grande de la isla. Perdí muchísimo en unas horas con ese tornado. Si se hacen cada vez más frecuentes, hay mucho riesgo para la producción». Acontecimientos meteorológicos extremos como este, nuevas temperaturas medias subóptimas para el cultivo, olas de frío o calor más frecuentes y brotes graves e inesperados de plagas requerirán transiciones extremas en la agricultura del olivo.

La adaptación trae consigo un riesgo: otras zonas podrían albergar más olivares, lo que disminuiría la competitividad de las franjas costeras mediterráneas

Para afrontar estos cambios, habrá que investigar las variedades de olivos más resilientes y robustas, considerar técnicas de cultivo intercalado, conservar la salud del suelo para mantener o mejorar retención del agua y, en algunos casos, incluso cambiar por completo el área de cultivo de olivares hacia zonas más aptas. Aunque esto último podría significar que, a medida que zonas en el centro de Europa, Nueva Zelanda o California puedan albergar olivares con facilidad, la competitividad de las franjas costeras mediterráneas disminuirá, y con ello el estatus protagonista de España en la producción global de aceite de oliva.

Las repercusiones del cambio climático, al menos inicialmente, serán principalmente para los productores y agricultores pues, dada la complejidad y magnitud de la cadena alimentaria, hay un retraso entre lo que ocurre en el campo y lo que encontramos en el supermercado. Eso no quiere decir que nos podamos despreocupar, porque lo que nos está diciendo la vulnerabilidad del olivo ante el cambio climático es algo sumamente significativo: es probable que en un futuro no se salven esos cultivos en los que hemos confiado durante miles de años y que han sobrevivido tantos cambios a través de los siglos.

Se avecina una etapa de inestabilidad e incertidumbre agrícola y, por consiguiente, social. Joan reconoce que «[el cambio climático] puede ser una amenaza más grande, pero no tanto para el aceite como para nuestras vidas». Habrá que arremangarse y trabajar para adaptar y proteger los paisajes tan apreciados como atados a nuestro pasado (y presente) Mediterráneo.


Este artículo fue publicado en ‘Food Unfolded’, impulsado por el Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT) Food, un organismo de la Unión Europea dentro del programa Horizon Europe. Lea el original aquí.

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