Sociedad

De vocación, profeta

Atribuirle poderes extraordinarios a personas capaces de ver el futuro o interpretar mensajes divinos no es algo nuevo. Sin embargo, aún en tiempos en los que la ciencia avanza más rápido que la propia humanidad, todavía dotamos a algunas personalidades de ese aura de profeta cuando lo que hacen con su discurso es, simple y llanamente, poner sobre la mesa hechos ya conocidos.

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01
julio
2022

Cuando en 1559 el rey Enrique II murió en un torneo, Europa quedó boquiabierta ante las capacidades adivinatorias del profeta del momento, Michael Nostradamus. Resulta que, cuatro años antes, ese antiguo boticario e investigador había publicado la obra que robó la atención de medio continente: Las profecías, un libro en el que advertía de ese y otros tantos fatídicos hechos, como la apocalíptica llegada de pestes y pandemias, el nacimiento de nacionalismos fanáticos, el cambio climático y la escasez alimentaria (que ya vivimos en 2022).

Pero él no fue el primero en atribuirse capacidades extraordinarias para adivinar el futuro. La presencia de videntes, profetas y agoreros es casi tan antigua como la de las primeras civilizaciones. Todo comenzó en el año X a.C con los profetas de Israel. Uno de los más conocidos fue Samuel, considerado el último juez de Israel.

La historia bíblica dice que él recibió el llamado de Dios (posiblemente a los 12 años), una condición atribuida por estos hombres que era clave en las antiguas estructuras del poder, ya que poseían virtudes extraordinarias para interpretar lo divino y eso les situaba por encima del resto. Además, los antiguos profetas israelíes, como Natán (confesor y asesor del rey David) también se distinguían por su capacidad de influir en la sociedad para guiar y organizar a los pueblos. En términos concretos, eran una suerte de intérprete de Dios (y de sus voluntades), así como un nexo entre el pueblo y los reyes judíos de su tiempo.

Lo de adivinar el futuro sucedió mucho más tarde. De nuevo, con Nostradamus: buena parte de la meteórica fama que logró no solo fue por las visiones tempranas de los desastres que sucederían, sino por la mística que brindaba el alto nivel interpretativo en la redacción de sus profecías. Él no las escribía con rigor y exactitud; todo lo contrario, utilizaba un lenguaje casi poético para seducir a las élites que gozaban de la educación suficiente para pagarle por sus servicios premonitorios. Una de sus técnicas consistía en emplear vocablos del griego, latín, hebreo, árabe y otras lenguas para darle un aire de alta cultura a sus piezas y que no fueran accesibles al público.

De Nostradamus a Greta Thunberg

El nacimiento de Napoelón Bonaparte (así como sus conquistas) y el de Adolf Hitler (y el surgimiento del régimen nazi) son dos de las profecías más conocidas de Nostradamus. Pero el cambio climático y el desabastecimiento global de productos agrícolas, ambos temas de furiosa actualidad, son también dos cuestiones que el famoso profeta francés vaticinó. Hace cinco siglos, escribió: «Como el sol,  la cabeza sellará el mar resplandeciente, los peces vivos del Mar Negro casi hervirán»; «La miel costará mucho más que la cera de las velas; tan alto el precio del trigo».

Hay personas que han llegado a comparar a Greta Thunberg con Juana de Arco

Al margen que esos versos pudiesen haber sido interpretados como una premonición (o no), lo cierto es que la necesidad de encontrar profetas del cambio climático y el apocalipsis medioambiental no termina en Nostradamus. En 2019, Greta Thunberg, la niña que movilizó al mundo entero hacia su causa ambientalista con una pequeña manifestación frente al Congreso de su natal Suecia, hoy es considerada para muchos como una profeta. Hay quien incluso la ha comparado con Juana de Arco, como la cantante Lizzy Hale (de la banda Halestorm) y algunos medios franceses. Con o sin razón, lo cierto es que en el discurso de Thunberg hay elementos comparables con los profetas de otros tiempos: desigualdades, organización popular, la idea de un futuro apocalíptico, etcétera.

Al respecto, algunos se muestran muy críticos ante esa idea de darle aires proféticos a una activista medioambiental y se inclina más por una postura en la que ha sabido utilizar muy bien su imagen en tiempos del marketing digital. De hecho, Ellen Boucher, del Armhest College, se pregunta en un artículo si es realmente necesario tener un mesías climático. Concluye que no: ni por la urgencia de tener profetas en tiempos en los que la ciencia ha avanzado tanto, ni porque sea necesaria una voz que ‘adivine el futuro’.

«Tradicionalmente se ha considerado que los profetas son mensajeros encargados de transmitir la palabra de la divinidad. Expresan revelaciones que, o bien eran desconocidas, o bien habían sido malinterpretadas. Ezequiel predijo la destrucción y reconstrucción de Jerusalén; a Moisés le fueron entregados los Diez Mandamientos; a Mahoma le fue revelado el Corán. En otras palabras: los profetas ven verdades para las que otros son ciegos; (sus mensajes) desafían los límites de la comprensión humana… Pero Thunberg, por su parte, se limita a decirnos lo que ya sabemos. Dentro de la comunidad científica hay un abrumador consenso (desde hace décadas) acerca de que el ser humano está provocando el calentamiento global», sentencia.

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