Sociedad
Los límites de la resiliencia (o por qué la superación necesita su tiempo)
¿Tenemos la fuerza para poder sobreponernos siempre las crisis personales y colectivas? ¿Y si hay un punto en el que adaptarse a las circunstancias sea demasiado para nosotros? Algunos filósofos proponen ya reescribir el concepto de una resiliencia que, erróneamente, huye de los procesos de dolor que necesitamos para poder crecer.
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Llega un punto en la vida de todo ser humano en el que se siente desbordado. Lejos de tener el control de nuestra vida y saber hacia dónde nos dirigimos, llegamos a sumirnos en la desesperación de una existencia que, de repente, no tiene un sentido claro y solo vive de obligaciones, responsabilidades y tareas que no nos aportan nada y para las que, además, no creemos tener el valor suficiente. Mejor dicho: más que el valor, la fuerza. Porque es cierto que, como dice el refranero popular, lo que no mata te hace más fuerte; sin embargo, hay momentos en la vida en los que ni morimos, ni fortalecemos. Sencillamente, no podemos más.
El famoso concepto de la resiliencia es un valor que se ha alabado exponencialmente durante los últimos años a raíz de la búsqueda de soluciones para el cambio climático, la pandemia y las crisis económicas. Es, simple y llanamente, esa palabra de moda bajo el tópico (o la ilusión) de que, si somos pacientes y seguimos esforzándonos, todo va a ir a mejor. Sin embargo, si bien la resiliencia debe ser un valor social, un camino a seguir por parte de las sociedades contemporáneas, no debemos olvidar un factor clave: todo proceso de resiliencia pide unos tiempos que, a veces, nuestra impaciencia es incapaz de aceptar. Nos hace falta tocar fondo para resurgir de la incertidumbre o del miedo para afrontar nuevas etapas vitales. En la serie Maid (Netflix, 2021) vemos un gran ejemplo de ello cuando la protagonista se encuentra sentada en el sofá mientras un pozo de dolor le absorbe hasta tocar fondo.
Numerosos filósofos, como Carlos Javier González, defienden concepciones de la resiliencia que huyan de la clásica autoayuda que dice que tú puedes con todo o que si te lo propones, puedes conseguir lo que quieras. La resiliencia no va de eso, y sería un error pensar que este concepto es caer en la trampa de asumir que la felicidad o la prosperidad tienen alguna relación con las ganas que tenemos de lograrlas. De otro modo, lo que necesitamos es recuperar la conciencia de que los procesos de resiliencia pueden ser duros, y que requieren pasar por fases de dolor o pesimismo para encontrar su nuevo espacio para crecer y guarecer. Como explica el propio González, «el pesimismo nos resitúa en nuestro ahora, cuestionándolo, al contrario del optimismo actual, que nos invita a aceptar la realidad tal y como es».
Todo proceso de resiliencia pide que, a veces, toquemos fondo para poder resurgir de la incertidumbre y afrontar nuevas etapas vitales
Existen dos conceptos que, dentro de esta reflexión, pueden inspirar en la búsqueda de una resiliencia más amable que recupere el sentido original de la palabra y permita al concepto encontrar sus propios límites. Uno de los más paradigmáticos es el sisu finés, término que describe la determinación estoica, tenacidad de propósito y valentía ante lo peligroso o desconocido. Su origen etimológico se encuentra en una raíz del finés que significa interior o dentro y hace referencia a la fuerza interior que nos conduce a tomar decisiones o superar las adversidades. Si bien no tiene una traducción literal a otros idiomas, pues los propios fineses lo ensalzan como un valor nacional, podríamos equipararlo con la resiliencia.
Otra variación del concepto es el kintsugi, que surge de la técnica japonesa para arreglar las fracturas de cerámica con barniz de resina o con oro, plata o platino. Esta filosofía busca poner en valor la ruptura como parte de la historia del propio objeto y, en lugar de esconderla, reivindicarla como una forma de embellecerlo. Dentro del kintsugi hay cinco fases: el accidente (que incluye tanto la fractura del objeto como la reunión de los fragmentos), el armado (la limpieza de las piedras y ensamble), la espera, la reparación y la revelación (el momento donde, terminada la tarea, nos paramos a contemplar su resultado).
Así, necesitamos una resiliencia que nos permita encontrar nuestros propios límites en sus procesos. Superar los traumas, mejorar nuestras condiciones de vida o reorientar nuestra carrera profesional requiere de tiempo y de procesos diversos y cambiantes que la resiliencia (o lo que entendemos por ella) debe abrazar y permitir.
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