Cultura
José Hierro, el poeta del desarraigo
El escritor, que siempre mostró un profundo amor por la ciudad de Santander, se caracterizó por las obras publicadas tras la posguerra, marcadas por una profunda angustia vital y un sincero conocimiento de la fragilidad humana.
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José Hierro del Real (1922-2002) –también conocido como Pepe Hierro– forma parte esencial de la generación de escritores españoles afectados por la Guerra Civil y la posguerra, eventos históricos que se convirtieron, por fuerza, en los renglones sobre los que se asentaron no solo sus decisiones y desgracias, sino también su estilo literario. Hierro nació en Madrid, pero era cántabro de corazón: la familia se mudó cuando él contaba con tan solo dos años, pasando gran parte de su juventud en Santander. Hoy, una escultura instalada en el Paseo Marítimo recuerda su importancia a través de uno de sus versos más famosos: «Si me muero, que me pongan desnudo, desnudo junto al mar. Serán las aguas grises mi escudo y no habrá que luchar».
Fue en dicha ciudad donde José Hierro del Real empezó la carrera de perito industrial, si bien la guerra truncaría sus estudios universitarios. En parte, también truncaría su vida: terminó por mandarle a la cárcel por ayudar a los presos políticos, entre los cuales se encontraba su padre, un funcionario de Telégrafos que había sido detenido interceptando un cable de la Capitanía Militar de Burgos. Los cinco años que pasó en la cárcel de Torrijos, sin embargo, no serían en balde: fue entre rejas donde empezaría a dedicarse a la poesía de forma sistemática.
El precio de la libertad
Al recobrar la libertad, su poesía se tornó en este momento en lo que Dámaso Alonso –escritor, filólogo español y director de la Real Academia Española (RAE)– clasificó de literatura desarraigada, un estilo que recoge las semillas plantadas por poetas previos a la guerra como Neruda y Alberti y que se caracteriza por expresar una angustia vital y un vacío causado sobre todo por los horrores de la guerra, capaces como nada de mostrar la fragilidad humana. Durante esta época nacieron obras como Tierra sin nosotros, Alegría, Libro de las alucinaciones o Cuaderno de Nueva York.
Al recobrar la libertad, su poesía se tornó en lo que Dámaso Alonso clasificó de literatura desarraigada
Fue en 1937 cuando publica por primera vez en la revista izquierdista CNT. Tras la guerra, sin embargo, vuelve al mundo literario con una crítica pictórica en el Diario Alerta de Santander, un periódico controlado ya en ese momento por el franquismo. No sería el único medio controlado por el nuevo Estado, terminando por trabajar también en Radio Nacional de España y en Diario Arriba. En 1949, en plena posguerra europea, se casó con María de los Ángeles Torres, natural de Cantabria, instalándose poco después definitivamente en Madrid, donde volvería a mojar la pluma en tinta.
Hierro ganó su primer premio literario con La leyenda del almendro, presentado originalmente antes de entrar en prisión en un concurso del Ateneo Popular de Santander. Más tarde, gracias a su lírica de tintes sociales, consiguió labrarse un nombre en el mundo de la literatura, empezando a ganar premios de alto calibre de forma cuasi ininterrumpida. Ejemplo de ello son el Premio Adonais de la Poesía, el Premio Nacional de Poesía, el Premio de la Crítica, el Premio Nacional de las Letras, el Premio Príncipe de Asturias de las letras, que recibiría en 1981, o el Premio Miguel de Cervantes, que lograría en una fecha tan tardía como 1998. Esta retahíla de honrosas condecoraciones fue lo que hizo que la Real Academia Española se interesara en su figura. Hierro, sin embargo, rechazaría en multitud de ocasiones el ofrecimiento a convertirse en un académico de la institución.
Los que le conocieron cuentan que nunca escribió en su casa, sino que siempre frecuentaba, entre otras, la cafetería de la Avenida Ciudad de Barcelona. Fue en estos lugares donde se gestaron los 10 libros de poesía, las 11 antologías poéticas, los dos ensayos y las tres obras en prosa de una carrera literaria que le sobreviviría tras su muerte el 21 de diciembre de 2002.
Atrás quedan los días en los que escribió El muerto, pero podría decirse que, en sus propias palabras, Pepe Hierro sigue vivo porque supo vivir:
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo y no quede memoria de mí.
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