Formación profesional como antídoto contra el desempleo
La ley de formación profesional recientemente aprobada por el Gobierno, que busca revalorizar este tipo de educación tan fundamental para la economía española, se inspira en el modelo dual alemán para romper el muro entre el mundo académico y el laboral.
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COLABORA2022
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«Mi madre me dijo que “ni de coña”, que con un ciclo “no iba a llegar a nada” y que, si quería vivir bien, tenía que estudiar una carrera»: siguiendo el consejo –forzoso– de sus padres, Nacho empezó el primer año de ingeniería electrónica y automática, pero no llegó al segundo. La misma suerte correría al probar con ingeniería informática. Solo después de trabajar un año como celador en Londres y, especialmente, tras una «muy larga charla», sus padres le apoyaron en su decisión de inscribirse en el ciclo superior de robótica y automatización industrial.
Sin embargo, son muchos los jóvenes que no encajan en la universidad o el bachillerato y que, a diferencia de Nacho, terminan abandonando su educación. Los trabajos que no requieren cualificación, en muchos casos precarios, suelen ser el destino de estos jóvenes. «Siempre quise dedicarme a la robótica, pero si no hubiese podido estudiar la formación profesional (FP) me hubiese quedado de celador», asegura el joven. Tras haber terminado el ciclo en junio de 2021, en octubre de ese mismo año ya estaba trabajando como técnico con un primer sueldo de 24.000 euros brutos al año.
La formación profesional ya supera a la universitaria como la más demandada en España
Mientras, con una tasa de desempleo juvenil superior al 30%, la inserción laboral de los jóvenes españoles, herederos de la crisis de 2008 y protagonistas de la actual, se enquista como un problema estructural que amenaza la sostenibilidad económica y social del país: la edad de emancipación se extiende, los proyectos vitales se frustran y la tasa de natalidad continúa decreciendo. Las causas, si bien son complejas y variadas, como ocurre con la temporalidad o la inestabilidad, dejan entrever un problema que sobresale ante el resto: la desconexión entre formación y trabajo. Prueba de ello es que para un 53% de las empresas, el principal problema del contexto laboral actual es dar con perfiles con la formación adecuada, según un informe de Infoempleo y la Fundación Adecco.
En la mayoría de los casos no es la formación universitaria la que se busca, sino la formación profesional. Esta, que es más técnica y menos teórica, ya supera a la universitaria como la más demandada del país, si bien tan solo un 23,2% de los profesionales españoles cuentan con estudios medios frente a un 39,7% que escogen estudios universitarios y un 37,1% que se queda en los estadios más bajos. En contexto, las cifras facilitadas por la Fundación Bertelsmann muestran una desviación respecto de la media en la Unión Europea, donde un 46% de personas cuenta con estudios medios, un 32,5% de nivel superior y tan solo un 20,8% cuenta con estudios bajos. Esta realidad se traduce en un tejido laboral hilado por miles de personas que bien están sobrecualificadas para su puesto de trabajo o bien son incapaces de conseguir uno. No obstante, sobre todo se traduce en un enorme grupo con baja formación y pobres posibilidades de crecimiento.
Tan solo un 23,2% de los profesionales españoles cuentan con estudios de nivel medio
Es una situación lejos de ser pasajera. Según el Observatorio de la Formación Profesional en España 2021, realizado por Caixabank, en la próxima década la demanda de puestos técnicos en España ascenderá a los 10 millones: ¿cómo salvar esta brecha entre formación y empleo? ¿Podremos adaptarnos a las crecientes demandas de puestos técnicos que requieren la transformación sostenible y digital?
En un esfuerzo por resolver el problema de desempleo, de abandono escolar y de falta –o desajuste– de formación, el Congreso ha aprobado recientemente la Ley Orgánica de ordenación e integración de la Formación Profesional, un texto que pretende dar un vuelco al modelo actual y dirigirlo hacia la empleabilidad de los jóvenes. Entre algunas de las apuestas más disruptivas se encuentran la remuneración de las prácticas o la fácil convalidación de la experiencia de quienes que llevan años trabajando sin formación. El principal objetivo de la reforma, sin embargo, es la demolición del muro que existe entre el mundo académico y el profesional a través de la FP dual, que facilita la alternancia entre la formación en centros académicos y las empresas.
Para comprender la importancia de este aspecto y por qué puede ayudar a mejorar la situación actual, viajamos a una ciudad en la que la formación profesional dual lleva más de un siglo ofreciendo resultados exitosos, donde el paro juvenil apenas llega al 3% y en la cual muchos aprendices tienen la oportunidad de crecer en un entorno laboral que los abraza: Múnich, Alemania. Si bien son muchas las diferencias con España, quizás haya ciertos aspectos de su modelo –en el que, de hecho, se inspira la nueva ley– que podamos replicar.
Aprender trabajando
Entre un bosque de brazos robóticos sincronizados bajo un ritmo mecánico se abre una nave en la que decenas de extremidades –en este caso, humanas– conectan cables y piezas acompañados de gafas de realidad aumentada. Se trata del centro de formación de la fábrica de BMW en Múnich, donde cerca de 840 jóvenes aprenden oficios como el mecatrónico (mecánica y electrónica) de la mano de los trabajadores de la fábrica. Emma, que prefiere mantenerse anónima, es una de ellas: de pequeña se le daban muy bien las matemáticas y la física, pero las clases teóricas se le complicaban. «Quería estudiar formación profesional, me informé de las salidas profesionales y decidí entrar en BMW para estudiar mecatrónica», explica.
A diferencia del proceso español, el primer paso para empezar a estudiar formación profesional en Alemania pasa por encontrar una empresa y superar su proceso de selección. Desde entonces, los alumnos pasarán dos tercios de su tiempo de aprendizaje en la compañía, donde recibirán obligatoriamente una remuneración desde el primer año; el tercio restante, en cambio, lo pasarán en los centros de formación, si bien siempre en alternancia; así, si pasan una semana en la escuela, las dos siguientes aprenderán en la compañía.
Peters: «Quienes se quedan en la compañía ya conocen la cultura de la empresa, los estándares… y eso es algo muy difícil de encontrar»
Se trata de un modelo originario de la tradición de los gremios medievales, donde eran los maestros artesanos quienes enseñaban a sus aprendices. Así, la sofisticación de los años llevaría a un sistema sostenido por tres patas: la administración, las empresas y las cámaras de comercio e industria o de artesanía.
Como principales espacios para el aprendizaje y primera barrera de entrada, las empresas asumen un papel central. Serán ellas quienes se responsabilicen de pagar la remuneración a los alumnos, pero también quienes habrán de asegurar que los formadores de la empresa tengan la cualificación adecuada, así como quienes habrán de cumplir con el marco definido por la administración y las cámaras. Responsabilidades que, como asegura Fritz Peters Senior, exdirector general de la empresa de soluciones industriales Gebrüder Peters, siempre merece la pena porque «quienes se quedan en la compañía ya conocen la cultura de la empresa, los estándares… y eso es algo muy difícil de encontrar».
De hecho, desde su centro de formación propio, Gebrüder Peters va más allá, ayudando a los jóvenes a pagarse el piso o el permiso de conducir. De media, la compañía invierte unos 40.000 euros por alumno a lo largo de sus tres años y medio de formación, pero tal como aseguran desde Gebrüder Peters, ven «un retorno positivo en el tercer año». La misma visión tienen desde el centro de formación de BMW, donde a los alumnos que, como Emma, terminen quedándose en la empresa (el 90%), les ofrecerán un primer sueldo de unos 2.300 a 3.000 euros netos mensuales.
Esta situación encaja con la realidad de un país en el que la oferta de empleo es mucho mayor que en España. Así lo confirma Peters: «Competimos por llevarnos a los mejores profesionales y con las mejores competencias». Tanto BMW como Gebrüder Peters son dos empresas grandes con estructuras que les permiten desembolsar la inversión que supone formar a los aprendices y asumir que un porcentaje de ellos abandone la empresa una vez terminen su formación. Pero, ¿qué sucede con las pymes? ¿Cómo arriesgarse a invertir tanto dinero en la formación de un aprendiz sin garantías de que este se vaya a quedar?
También en las pymes
El olor a galletas y bizcocho recién hecho transporta grandes bandejas de un lado a otro de la estancia. Entre la harina de la mesa en la que se amasan los pretzels emerge Burham, un joven de primer curso del ciclo de panadería. «Estoy muy contento de poder trabajar y aprender en la panadería. No me imagino en otra cosa», apunta sobre la empresa de 20 empleados en la que desempeña sus prácticas. No obstante, no es allí donde se encuentra Burham; en realidad, el aprendiz se encuentra en la Cámara de Artesanía de Múnich.
«En caso de que una empresa no pueda enseñar alguna de las habilidades prácticas que se requieren para la formación, las enseñamos aquí», explica Dieter Vierlbeck, gerente la División de Centros Educativos en la Cámara de Artesanía de Múnich. Si bien es cierto que la formación siempre requiere un esfuerzo económico y que, en muchos casos, «las compañías solo están dispuestas a formar cuando el aprendiz se queda en la empresa», Vierlbeck explica cómo muchas otras, incluso de menos de cinco empleados, apuestan por formar a aprendices.
En estos casos, apunta Vierlbeck, las semanas que los jóvenes pasan en los centros formativos de la cámara ayudan a que cualquier empresa, del tamaño que sea, incluya alumnos de formación profesional. «Si un aprendiz trabaja en una panadería que no hace dulces, aquí le enseñamos a hacer pasteles», explica. De esta forma, los jóvenes menos brillantes o que lo han tenido más complicado para entrar en las grandes corporaciones industriales, tal como apunta Vierlbeck, siguen teniendo la garantía de que podrán aprender su oficio aunque el tamaño de la empresa o la remuneración que les ofrezcan sean más humildes.
Vierlbeck: «Si un aprendiz trabaja en una panadería que no hace dulces, aquí le enseñamos a hacer pasteles»
Respecto a los costes para la empresa, el propio desempeño de los aprendices a lo largo de su formación termina compensando el desembolso. Como en el caso de Burham, además, muchos sí quieren quedarse donde se están formado. «Mi idea es trabajar en la panadería y, cuando pasen unos años, quizás montar mi propio negocio», apunta el joven. Con una remuneración de unos 515 euros en su primer año, un piso cedido por una asociación de ayuda a refugiados y una ayuda municipal, el adolescente de 18 años ha podido instalarse en Múnich tras huir de Afganistán. Pero tal como insiste, «aunque no pudiese recibir remuneración, no me pondría a trabajar, estudiaría formación profesional igualmente porque te abre muchas más puertas».
Uno de los motivos esgrimido por Burham es que en la inmensa mayoría de puestos de trabajo se requiere titulación. De hecho, también es un requisito indispensable para montar prácticamente cualquier negocio. Existe otro motivo, eso sí, por el cual la inmensa mayoría de los jóvenes estudian, al menos, un grado de formación profesional básico: se les prepara para ello desde que son niños.
Preparados para el futuro
Con apenas 11 años, bien los padres o bien los profesores decidirán qué tipo de educación secundaria van a recibir los niños: diseñada para acceder a la universidad, para optar a un grado superior o para cursar la fórmula más básica de formación profesional. Este modelo permite integrar en el sistema a aquellos alumnos que probablemente terminarían abandonando sus estudios, según argumenta Mona Brand, directora de uno de los centros de formación profesional de Múnich.
Además, el gobierno obliga a los mayores de 15 años a cursar secundaria o un grado de FP. «De intentar saltarse tal norma, los padres recibirán multas», explica Brand, que incide en la gratuidad tanto de la FP como de la universidad. Así, en una misma clase de segundo pueden coincidir alumnos de 16 años llegados directamente de la escuela con otros de 19 que acaban de terminar el bachillerato o incluso con ex universitarios. En las aulas, todos ellos estudiarán los mismos contenidos teóricos que pondrán a prueba con ejercicios prácticos y material donado por grandes compañías como BMW: palancas de trenes, motores, carrocería e incluso vehículos enteros son algunos de los recursos cedidos por empresas al centro que dirige Brand.
La permeabilidad entre academia y empresa es una realidad que cala en la mentalidad de los estudiantes, que tienen el mundo laboral muy presente desde primero. «Como dice mi abuelo, siempre van a hacer falta trenes: es un trabajo seguro», apunta Katerina, que estudia para ser maquinista, tras mover una detallada maqueta de un tren con palancas reales cedidas por la compañía en la que hace las prácticas y que se han instalado en un aula del centro. La joven subraya que, además, la transición ecológica «va a dar un impulso al ferrocarril en Alemania y toda Europa». De dentro de un coche asoma otro alumno: está haciendo las prácticas en la policía de Múnich como técnico especializado en movilidad eléctrica. Sin embargo, «la policía todavía no tiene ni un coche eléctrico», apunta: están preparándose para los cambios que vendrán en los próximos años.
¿Qué podemos ‘copiar’?
Como lamenta la subdirectora del centro: «Normalmente, los hijos de universitarios, que viven en barrios de universitarios, van a la universidad. Mientras que los hijos de técnicos, que viven en barrios técnicos, suelen seguir la senda de sus padres», una consecuencia de su modelo educativo de clasificación. Además, como explica Clemens Wierald, experto de la Fundación Bertelsmann en el modelo de FP alemán, «existe una importante concentración del talento en carreras como la mecatrónica, pero algunas formaciones, como la de carnicero, apenas tienen alumnos».
Sin embargo, y pese a los muchos retos, las bajas cifras de paro juvenil en Alemania (un 7% a escala nacional) muestran un modelo que logra integrar a los jóvenes en el sistema atendiendo de paso a las demandas de la revolución sostenible y digital. Ni las estructuras educativas ni las administrativas ni las empresariales permiten calcar este sistema en España, pero, tal como busca la nueva ley, sí se pueden hacer grandes avances para acercar el mundo empresarial y el académico. De hecho, se puede hacer también que los jóvenes –y no tan jóvenes– dejen de ver la formación profesional como una educación de segunda y empiecen a verla como una de las más brillantes opciones para su futuro.
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