¿Y si no somos lo más importante?
Nuestra capacidad para enfrentar el desafío climático y promover una relación más justa hacia los demás, incluidos los animales, exige reordenar en profundidad las representaciones que tenemos de nuestro lugar (y rol) como humanos en la naturaleza. Expertos de la talla de Corinne Pelluchon o Juan Luis Arsuaga coinciden en la urgencia de replantear la relación del ser humano con su entorno para frenar la crisis ambiental.
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Históricamente, el ser humano se ha concebido a sí mismo como una especie superior al resto de seres vivos que cohabitan el planeta. Un análisis que, a grandes rasgos, no podría ser catalogado como erróneo, pues las personas hemos desarrollado a lo largo de los siglos una serie de capacidades que nos han brindado una posición a todas luces dominante con respecto a nuestro entorno y sus ecosistemas. Sin embargo, esa dominancia podría haberse vuelto ahora en contra.
En vista de los últimos acontecimientos relacionados con la crisis natural en la que se encuentra inmerso el planeta, surgen numerosas preguntas al respecto. ¿Qué ocurriría si esa posición presuntamente hegemónica fuera el origen del proceso que amenaza con destruir el planeta? ¿Y si el ser humano, desde esa atalaya de superioridad y sometimiento, estuviera hundiendo su propio hogar?
Esta es una reflexión de carácter obligado y sobre la que numerosos científicos y expertos en la materia llevan años alertando. «Hemos pensado que el humano era un imperio y que necesitaba consumo, sin tener en cuenta al resto del planeta y los seres con los que compartimos existencia. Debemos cuestionar esto, y la clave es la toma de conciencia de nuestra vulnerabilidad común», explica la especialista en filosofía política y ética aplicada Corine Pelluchon, quien ha dedicado buena parte de su carrera a estudiar la necesidad de situar a la ecología en el centro del debate político, en la presentación de su libro Reparemos el mundo (Ned Ediciones). En él, la pensadora trata de sentar las bases para volver a unir de una manera pacífica y equilibrada al ser humano y al mundo natural.
Pelluchon: «Hemos pensado que el humano era un imperio sin tener en cuenta al resto del planeta y los seres con los que compartimos existencia»
Su posición no es otra que la de defender que la sociedad necesita urgentemente de una revolución antropológica: «No es una receta concreta, sino una actitud. Atravesamos un momento crítico. Debemos tomar las cosas tal y como son y hacer un inventario para ver qué queremos conservar o modificar. Tener una racionalidad, como una lupa que ponemos sobre la experiencia para ver cómo modificar las cosas paso a paso».
Una idea que defienden un buen número de expertos. «Tenemos que pensar cómo vamos a vivir en las condiciones en las que parece se va a desarrollar la vida humana dentro de unos años. No es una cuestión de irse a vivir al campo. Lo que hay que plantearse es cómo podemos vivir en este nuevo medio de la forma más sostenible », coincide por su parte el prestigioso paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga, quien acudió a la presentación para debatir con la autora. No obstante, el paleontólogo, uno de los más reconocidos en este área, alerta del error que supondría pensar que la situación puede revertirse regresando a las formas de vida pasadas: «Me preocupa lo que yo llamo el síndrome Amish, la gente que se caracteriza por la nostalgia de que el pasado era mejor. La solución para los problemas del presente nunca están en el pasado ».
De esta manera, las revolución antropológica que abandera Pelluchon no sería tanto una vuelta a conceptos pretéritos como una comprensión del presente que permita salvaguardar su correcto funcionamiento, algo que no ocurre ahora mismo. «Debemos tomarnos en serio que no estamos solos en el mundo y que dependemos los unos de los otros, de los ecosistemas. La toma de conciencia de la pertenencia a un mundo común va más allá de los dualismos naturaleza-cultura y muestra que las políticas públicas no pueden limitarse a la coexistencia pacífica entre seres humanos. Hay una urgencia de redefinir el contrato social tomando en serio esta materialidad», ahonda la filósofa francesa.
Un consumo de carne desproporcionado
Uno de los temas que surgen a debate al plantar una nueva relación con el entorno corresponde inevitablemente al actual consumo de carne. Pelluchon, vegana desde hace varios años, no guarda dudas al respecto. «Para mí es un problema moral. Cuando nací solo éramos 3.000 millones de humanos; hoy somos 8.000 y queremos comer carne cada día. Esta demanda solo puede responderse a través de una ganadería intensiva. Comer carne todos los días no es sostenible », explica.
Arsuaga coincide: «Al margen de planteamientos éticos o morales, se consume demasiada carne. Que se produce más carne de la que es necesaria para el consumo es una obviedad, un hecho inobjetable. La mayor parte de las proteínas animales que consumimos ni siquiera la asimilamos, van directamente a la orina. Un ser humano adulto apenas necesita el equivalente a una loncha de jamón. Este exceso de carne es perjudicial para la salud y para el planeta».
Este aspecto, el de la dieta, es quizás la base sobre la que edificar esa nueva relación con nuestro planeta que plantea Pelluchon. Un nuevo orden con la ecología en el centro del debate político y en el que los seres humanos compartan escalón con el resto de especies. «No creo que los humanos sean superiores. Hay similitudes y diferencias. Los animales no ven la realidad de la misma manera y reconfiguran el mundo. Sin embargo, existe en ellos una intencionalidad», defiende Pelluchon. De integrar o no algunas de estas teorías en nuestro funcionamiento como sociedad dependerá, en buena manera, la supervivencia del planeta.
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