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¿Nació el liberalismo… en una cruz?

Aunque pueda llegar a parecer contradictorio, según intelectuales como Alexis de Tocqueville el cristianismo pudo haber jugado un papel fundamental en el desarrollo de la actual democracia.

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04
mayo
2022
‘Los conquistadores de la Bastilla ante el Hotel de Ville en 1789’, por Paul Delaroche (c. 1830-1838)

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En el breve –y celebrado– discurso pronunciado en Gettysburg, Abraham Lincoln logró que la frase conclusiva «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo…» se convirtiera en una de las definiciones de democracia. Tanto es así que, de hecho, la frase se encuentra incluida actualmente en el segundo artículo de la Constitución de la V República Francesa. La democracia, sin embargo, no es el paraíso terrenal, precisando del término «liberal» –muchas veces omitido– para que su significado sea completamente pleno. 

Conocemos por democracia a secas aquella que nació en la Antigua Grecia. En ella, los ciudadanos escogían a representantes y participaban en asambleas desde las que se dirigían los asuntos de las ciudades. El funcionamiento del sistema era relativamente fácil debido al pequeño tamaño de las urbes o polis y al escaso número de ciudadanos: las mujeres, los menores de 20 años o los esclavos no entraban dentro de la categoría de ciudadanía. La liberalización de la democracia, en realidad, llegó siglos después a través de filósofos como John Locke, que promulgaba la libertad e igualdad para todos los hombres, así como un contrato social a través del cual se formaba un gobierno; el ejecutivo, a través de esta fórmula, solo podía surgir del consentimiento de las personas a él sujetas. 

Pero ¿cómo hemos pasado de la sencilla democracia de los griegos a los complejos regímenes liberales en los que hoy vivimos? Más allá de la suma de ideas y culturas que constituye Occidente, lo cierto es que hay un actor que también parece jugar un papel fundamental: el cristianismo.

¿Una religión… liberal?

Los filósofos clásicos no estuvieron influenciados de ninguna manera por el cristianismo, así como tampoco lo estuvieron los grandes pensadores europeos que fundaron la Ilustración y el liberalismo, que se consideraban ateos o agnósticos. Diderot, por ejemplo, llegó a decir que «el hombre solo será feliz cuando el último rey sea ahorcado con las tripas del último sacerdote».

La liberalización de la democracia llegó a través de filósofos como Locke, que promulgaba la libertad e igualdad para todos los hombres

A priori, tanto la Ilustración como la democracia liberal exigen el cumplimiento de dos condiciones que podrían ser consideradas incompatibles con el cristianismo: el ejercicio de la razón como mecanismo a través del que aclarar todos los aspectos de la vida humana en contraposición a la fe; y la libertad moral, que convierte la verdad en un concepto subjetivo, cuyo poseedor es cada uno de los individuos. Algunos intelectuales como Gilbert K. Chesterton, escritor y pensador profundamente católico, rechazaron con prontitud algunos de estos postulados: «Un liberal podría ser definido aproximadamente como un hombre que, si pudiera hacer callar para siempre a todos los que engañan a la humanidad con solo mover su mano en un cuarto a oscuras, no la movería».

La mezcla de las tradiciones grecorromana, celta, germánica y eslava ha configurado lo que hoy conocemos como cultura occidental, pero el cristianismo –con sus múltiples luces y sombras– también ha dejado su huella a lo largo de la historia. Prueba de ello son la fundación de numerosas escuelas y universidades, así como también la esencial labor de los monasterios medievales en cuanto conservadores y transmisores de cultura y conocimiento. Grandes pensadores pertenecen al cuerpo religioso: es el caso de Tomás de Aquino, Agustín de Hipona o Tomás Moro, cuyas obras se estudian aún en las universidades más prestigiosas del planeta.

Pese a la percepción habitual, el cristianismo ha sido considerada con asiduidad como una de las religiones más favorables a la libertad y a la igualdad. Así lo defendía por ejemplo Alexis de Tocqueville, jurista, historiador e ideólogo del liberalismo: «El cristianismo, aún cuando exige la obediencia pasiva en materia de dogma, es de todas las doctrinas religiosas la más favorable a la libertad, ya que no se dirige nunca más que a la conciencia y al corazón de los que quiere someter». Una libertad que también tiene unos límites claros, tal como quedan delimitados con precisión en los Diez Mandamientos: las prescripciones que hacen referencia al prójimo –como las ‘obligaciones’ de no matar o no robar– podrían resumir medio código penal. 

A pesar de que la cuna de la democracia fuera Grecia, algunos apuntan de este modo a que el cristianismo pudo aportar un importante matiz de libertad e igualdad que más tarde recogerían los filósofos ilustrados. Estos, si bien se consideraban ateos o agnósticos, bebieron de una forma u otra de enseñanzas que han reposado sobre los hombros de algunos de los más importantes autores cristianos de la historia.

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