Sociedad

Amor de usar y tirar

¿Existe realmente el amor a primera vista? ¿O, en realidad, es una forma de llenar nuestras carencias afectivas? En ocasiones, tendemos a establecer conexiones románticas con excesiva rapidez, iniciándose relaciones precipitadas que a menudo culminan en un fracaso. Y volvemos a repetir.

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29
abril
2022

Nacemos con la capacidad de amar, de crear vínculos y ofrecer nuestro cariño a las personas que nos rodean. Con el tiempo, estas relaciones se vuelven tan selectivas que, como dice la cultura popular, se podrían contar con los dedos de una mano. Pero ¿qué ocurre cuando tenemos tanto amor por dar que se lo acabamos regalando a cualquiera?

Resulta contraintuitivo pensar en la capacidad de amar como si de una variable estadística con máximos y mínimos se tratase, pero lo cierto es que las relaciones comparten ciertas características con las matemáticas. Por ejemplo, basamos nuestras interacciones sociales en una media ponderada de atributos, o al menos así lo creía Norman Anderson el psicólogo social que en 1968 analizó los procesos de formación de impresiones o, en otras palabras, por qué nos gustan las personas que nos gustan.

Descubrió que tendemos a dar más importancia a unos rasgos frente a otros, valorando mucho más la sinceridad, la comprensión, la lealtad, la confianza y la inteligencia. Sin embargo, sus hallazgos no respondieron a una pregunta que sigue vigente en la actualidad: ¿por qué nos enamoramos de personas a quienes apenas conocemos?

Aunque no existen las relaciones ideales, sí hay dinámicas más o menos saludables. Entre ellas, dedicar cierto tiempo a conocer a la persona con la que queremos establecer una relación. Sin duda, la impresión inicial está marcada por el físico; si alguien nos resulta atractivo, querremos ir más allá –quizá hasta sintamos que nos hemos enamorado a primera vista–. Es entonces cuando la comunicación entra en juego con un objetivo muy claro: descubrir los intereses, creencias y rasgos de la personalidad del otro.

El amor ‘express’ alimenta la codependencia: acabamos una relación y volvemos a enamorarnos demasiado rápido, dando otro salto al vacío

Pero no siempre tenemos el tiempo y la paciencia suficiente como para conocer a otra persona a fondo, lo que da lugar a relaciones prematuras. Puede ser la excepción: nos gusta tanto alguien que metemos quinta marcha y en cuestión de meses estamos viviendo con esa persona y tenemos planes de futuro. Lo problemático es cuando convertimos esta dinámica en la norma. 

Daniel Jones, experto en psicología de la personalidad y psicología social, puso a este fenómeno el nombre de emoofilia, la tendencia a establecer conexiones románticas con excesiva rapidez, iniciándose relaciones precipitadas que a menudo culminan en un fracaso. Cuando ocurre, el círculo vicioso de codependencia se reinicia: en cuestión de días o semanas conoces a otra persona de la que te enamoras profundamente, das pie a algo más serio de lo que realmente es y vuelves a sufrir un desengaño.

Lo difícil para Jones (y para quienes lo padecen) es entender por qué a veces el amor se siente de una forma tan intensa y precoz, una explicación que parece hallarse en el contexto en el que nos desenvolvemos a nivel proximal y distal. Por un lado, las experiencias precoces de afecto intermitente pueden condicionar nuestras expectativas futuras. Cuando de niños nuestros padres alternan rachas de abandono emocional –nos ignoran, invalidan nuestras emociones o incluso nos faltan al respeto– con rachas de apego muy intenso –nos sobreprotegen o nos hacen sentir culpables por no ser más cariñosos–, aprendemos que eso es lo normal. Al comenzar la adolescencia y la adultez perpetuamos esa dinámica en las relaciones afectivosexuales: nos sentimos abandonados cuando estamos solos y depositamos todas nuestras ilusiones en la primera persona que nos hace caso.

Quienes se lanzan demasiado rápido corren el riesgo de encontrarse con la ‘triada oscura’: narcisistas, maquiavélicos y psicópatas

Por otro lado, la cultura en la que nos desenvolvemos reproduce los patrones del amor express. Muestra de ello son algunas de las ficciones que consumimos. Nadie se lleva las manos a la cabeza cuando La Cenicienta y el Príncipe deciden casarse habiéndose visto solo en un baile, o cuando Maria y Tony planean fugarse la misma noche en que se conocen en West Side Story. Nos resulta entrañable porque, de alguna forma, confirman ese ideal del amor a primera vista al que aspiramos.

Incluso más allá de la ficción, iniciar una relación con un completo desconocido ha sido una práctica común a lo largo de la historia de España. Eran muchas las parejas que surgían de arreglos, uniones seleccionadas por un tercero –normalmente los padres de los novios–. Ni se conocían, ni se querían, pero con el tiempo surgía el amor. A día de hoy el proceso es a la inversa: primero nos enamoramos, después nos conocemos.

Este amor de usar y tirar puede parecernos banal, pero sus efectos a largo plazo son más graves de lo que pensamos. No solo estamos cubriendo nuestras carencias afectivas con la validación ajena, sino que estamos exponiéndonos a pautas peligrosas, tal y como encontró Jones en sus investigaciones. Según el psicólogo, las personas con puntuaciones altas en emoofilia tienen mayor dificultad para detectar las señales de alarma de una relación dañina. Es decir, les cuesta más percibir comportamientos de manipulación o abusos y, por eso, son más susceptibles a comenzar relaciones con personalidades englobadas dentro de lo que se conoce como la triada oscura: narcisistas, maquiavélicos y psicópatas. Paradójicamente, a más relaciones abusivas encadenan, más relaciones abusivas necesitan.

Dejar atrás esto implica llenar un vacío emocional que se ha ido gestando a lo largo de los años, a veces durante toda una vida. Para lograrlo necesariamente debemos aprender a estar a solas, que no solos; una utopía en una sociedad que fomenta las relaciones vacías, especialmente las que mantenemos con nosotros mismos. Sin tiempo para escucharnos ni para desenmarañar los conflictos no resueltos de nuestra psique, avanzamos de puntillas por la vida con sentimientos tan intensos como volátiles. Pero si no nos sentimos cómodos conociendo nuestras fortalezas y vulnerabilidades, ¿cómo vamos a esforzarnos en conocer las de los demás?

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