Sociedad

Una Luna sagrada, un cacique indio y la mayor hazaña de la Humanidad

El panameño Manuel Antonio Zarco, miembro de la etnia panameña emeberá querá, fue el responsable de enseñar a los astronautas del Apolo 11 las mejores tácticas de supervivencia –incluida la comunicación con tribus– en caso de aterrizar en un entorno tan hostil como la selva de Panamá.

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22
febrero
2022

El panameño Manuel Antonio Zarco fue, el 20 de julio de 1969, un espectador privilegiado de las imágenes que recorrían el mundo y que pasarían a los anales de la Historia tiempo después: tres astronautas estadounidenses que habían despegado desde Cabo Cañaveral alcanzaban la Luna por primera vez. Esta guardaba un significado sagrado para su pueblo, la etnia emberá querá, y sabía que si aquellos pilotos de un país lejano volvían de ella con vida sería gracias a sus enseñanzas. Porque, no mucho antes del despegue, los había tenido bajo sus órdenes aprendiendo a sobrevivir en los hostiles entornos de la mismísima selva del Panamá.

¿Qué se les había perdido a los astronautas en la jungla panameña? Como los actuales transbordadores espaciales aún no existían, las misiones al espacio se ejecutaban por entonces gracias a cohetes con una cápsula en su punta que se iban dividiendo en varias secciones a lo largo del viaje, por lo que su vuelta a la Tierra no podía dirigirse tan fácilmente y, casi siempre, consistía en un amerizaje amortiguado por un paracaídas integrado. En el caso del Apolo 11, los cálculos indicaban que la cápsula acabaría en alguna parte del sureste del océano Pacífico –su destino final fue una zona 1.500 al sudoeste de Hawái– de vuelta a la Tierra. Sin embargo, también cabía otra posibilidad: que el aterrizaje ocurriera en la selva.

Por eso, atendiendo a cualquier posible detalle, se decidió entrenar a los futuros astronautas en técnicas de supervivencia en este entorno con adiestradores similares a los que atendieron a los soldados del Ejército estadounidense en la Guerra de Vietnam. En la base de Albrook, ubicada en Panamá, trabajaba uno de los mejores: Manuel Antonio Zarco. Recomendado por Morgan Smith, director de la Escuela de Supervivencia en el Trópico de las Fuerzas Armadas, en marzo de 1963 y bajo el más estricto secreto, arrancó su entrenamiento intensivo de cuatro días con los astronautas que llegarían a la Luna.

De ese encuentro hay muchas versiones, pero muy pocos testigos. No obstante, la leyenda cuenta que el día que se conocieron, Zarco se emocionó a la hora de relatarles a esos hombres que se dirigirían a la Luna la importancia del satélite para la cultura emberá: cuando una persona muere, su espíritu asciende a la Luna. John Glenn pidió una traducción y, al entender sus palabras, dio un paso al frente y le estrechó la mano. En ese momento, según el relato, se convirtieron en amigos.

Yuval Noah Harari relata un supuesto encuentro entre los astronautas y los nativos de la etnia emberá

Precisamente Glenn, que había sido uno de los primeros hombres en caminar por el espacio apenas un año antes, fue uno de los alumnos de Zarco que no llegó a tripular el Apollo 11. En aquel grupo se encontraban también L. Gordon Coopera, Peter Conrad y, por supuestos, los célebres Neil Armstrong, Edwin Buzz Aldrin y Michael Collins, futuro piloto del módulo de mando.

Zarco, por otra parte, tenía 50 años cuando comenzó el entrenamiento. Por su posición familiar y su veteranía era considerado jefe tribal y jaibaná, es decir, un chamán de los emberá. Había migrado varias veces durante su vida y fundado varias comunidades de su etnia, considerada de tradición nómada. Es más, el antropólogo Yuval Harari recoge en su influyente ensayo Sapiens: De animales a dioses un supuesto encuentro entre los astronautas y los nativos de la etnia emberá.

Pero tampoco hace falta adornarlo, ya que es bastante probable que este se produjese durante las semanas del entrenamiento en supervivencia, cuando Zarco ya era un emberá considerado una mezcla de líder y celebridad. De hecho, el adiestramiento iba más allá de aprender a evitar especies peligrosas, identificar plantas comestibles, construirse un refugio o cazar boas y cocinarlas. Zarco enseñó a los astronautas algo más: a comunicarse con los indígenas. 

Así, aunque lo más probable fuera un aterrizaje en algún atolón del Pacífico y las costumbres locales difirieran de las de Centroamérica, el jaibaná explicó a sus alumnos formas de presentarse de manera amistosa. También a confiar en la hospitalidad de los extraños. Si los estadounidenses querían sobrevivir para contar la mayor hazaña de la historia de la Humanidad, estos astronautas capaces de pilotar la tecnología puntera del espacio debían encomendarse obligatoriamente a las tribus que aún vivían en el Neolítico. 

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