Salud

Superbacterias: ¿qué hemos hecho para que maten más que el sida o la malaria?

Las cepas de bacterias, virus, parásitos y hongos resistentes a la mayoría de los antibióticos causan la muerte a más de un millón de personas anualmente. De no poner el freno, el número se multiplicará por 10 en 2050.

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09
febrero
2022

—Tómate un antibiótico de estos, a mí me vino fenomenal.

¿Quién no ha recibido algún consejo de este tipo tras confesar un leve dolor de cabeza causado por un resfriado? No pocos hemos seguido esas indicaciones provenientes de personas que, como nosotros, carecen de la preparación adecuada para tales recomendaciones.

—El tratamiento era de 14 días, pero ya estoy bien, no me apetece seguir tomando pastillas.

Esto también es algo habitual cuando, tras una visita al médico con la consiguiente receta de algún antibiótico, sin haber pasado todos los días que marcaba el tratamiento de dicha receta decidimos abandonarlo ante una innegable mejoría de nuestro estado de salud.

No parece alarmante, al ser algo muy habitual. Pero tiene mucha importancia, y quizás este tipo de prácticas comunes despierten más recelo si hablamos de las superbacterias: cepas de bacterias, virus, parásitos y hongos resistentes a la mayoría de antibióticos y otros medicamentos comúnmente utilizados para tratar las infecciones que causan.

Es importante tener en cuenta que estos son entes vivos y, como tales, luchan por su propia supervivencia. La resistencia que ofrecen a los medicamentos, por tanto, es natural. Y desde hace tiempo, las consecuencias de este proceso natural son demoledoras para la salud de la población mundial. Y amenazan con serlo aún más: un estudio publicado recientemente por la revista médica The Lancet revela que, en 2019, cerca de 1,27 millones de personas murieron por infecciones causadas por superbacterias resistentes a los fármacos. 

Si no se toman medias urgentes, las superbacterias acabarán con la vida de 10 millones de personas al año cuando lleguemos a 2050

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), si no se toman medidas urgentes, las superbacterias acabarán con la vida de 10 millones de personas, anualmente, cuando lleguemos a 2050. Hablamos, por tanto, de una amenaza de dramáticas dimensiones que, por otra parte, no parece estar teniéndose en cuenta y que ha crecido debido al excesivo uso de antibióticos durante la pandemia. Así, la incertidumbre ante la manera más óptima de atacar a la covid-19 ha provocado un desmesurado incremento en las prescripciones médicas de antibióticos. Y es que la administración incorrecta de las dosis de antibióticos y su uso innecesario destruyen las bacterias buenas de nuestro organismo, fomentando el desarrollo y fortalecimiento de las tan nocivas superbacterias.

Para tener una visión más concreta del riesgo que enfrentamos, podemos hablar de una de estas superbacterias conocidas por todos, la salmonela, de la que justo a finales del año pasado registró, en nuestro país, un brote en hamburguesas de pollo que fueron distribuidas en residencias de mayores. Los síntomas –en principio no excesivamente graves– de una infección por salmonela se complican cuando afectan a personas con el sistema inmunológico debilitado. Hasta hace poco, infecciones de este tipo se trataban con antibióticos cuyo componente principal es la ciprofloxacina. Pero desde hace casi una década, la salmonela viene desarrollando una elevada resistencia contra la ciprofloxacina, y a nosotros solo nos queda como opción el extremar las precauciones para evitar el contagio.

La automedicación y el uso incorrecto de antibióticos son los principales aliados de las superbacterias

En tiempos en que la industria farmacéutica y la comunidad científica han demostrado una alta capacidad de reacción, si nos fijamos en la celeridad con que se han elaborado las vacunas contra la covid, puede resultar extraño que no se logren desarrollar nuevos antibióticos que combatan a estas superbacterias. A este respecto, hay que recordar que los tratamientos con antibióticos no suelen durar más de 14 días, y el beneficio que proveen a las empresas farmacéuticas no puede equipararse al de tratamientos de enfermedades crónicas, por ejemplo. Esto, junto a la rápida resistencia que encuentran las bacterias ante los nuevos fármacos, provoca que la inversión en los mismos no compense un mínimo beneficio económico.

Mientras se buscan respuestas, como el desarrollo de virus bacterianos capaces de eliminar las infecciones más complicadas si se usan en combinación con antibióticos, es importante mantener en mente que el problema no es únicamente económico y científico, también de comportamiento. Por eso, ante este panorama, sería vital que la población abandonase definitivamente procederes tan habituales como los que encabezaban este artículo. Vivimos tiempos de consumo desenfrenado, pero un medicamento no es equiparable a ninguno de los muchos productos de consumo que adquirimos guiados por impulsos con la intención de satisfacer un deseo en muchos casos irracional. Porque la medicina no existe para satisfacer deseos, sino para cuidar nuestra salud.

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