Educación

¿Es el bilingüismo la última burbuja educativa?

Las sociedades tienden a idealizar la condición del bilingüe como si las personas dotadas de esa facultad gozaran de un amplio acceso a posibilidades laborales, sociales e intelectuales ‘premium’. Sin embargo, algunos expertos critican cómo se está instaurando en las aulas españolas, especialmente debido a la falta de preparación de los profesores no nativos.

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08
febrero
2022

La admiración (y, en ocasiones, cierta envidia) con la que se contempla a las personas que aparentemente se manejan con idéntica soltura en una lengua extranjera y en la propia, esos a los que llamamos ‘bilingües’, quizá solo sea comparable a la que los mortales con trabajos perecederos y sujetos a la extinción de su contrato laboral sienten en presencia de un funcionario de la Administración Pública hablándoles de sus trienios y días para asuntos propios.

Tendemos a idealizar la condición de bilingüe como si las personas dotadas de esa facultad gozaran de una doble visión de la realidad, una especie de pase VIP al mundo que les otorga acceso a posibilidades laborales, sociales e intelectuales premium que a quienes no dominan más de un registro idiomático les están vedadas. Esa admiración hacia las capacidades multilingües que acreditan suecos, holandeses y otros nacionales de países con larga tradición en el estudio de idiomas foráneos, unida a un cierto complejo de inferioridad respecto a las propias, hizo que a principios de los años 2000 algunas Comunidades Autónomas españolas incorporaran un modelo bilingüe a sus sistemas educativos.

Conviene aclarar que cuando los políticos hablan de bilingüismo, en realidad suelen referirse a ‘hablar bien en inglés’. Porque bilingües en sentido estricto –persona competente para expresarse en más de una lengua– ya hay muchos en España, especialmente en aquellas regiones como Galicia, País Vasco, Cataluña, Comunidad Valenciana, Baleares o Asturias que tienen su propia lengua –oficial o no–, que alternan con el castellano.

Los expertos critican que la falta de preparación de los profesores que no son nativos es una de las rémoras del sistema

Sobre el papel, aquella idea del bilingüismo educativo no sonaba mal. Se trataba de incorporar mayor carga de horas lectivas en inglés para alumnos de educación primaria y secundaria, al margen de la propia asignatura de idioma extranjero. Una inmersión progresiva que era de unas pocas disciplinas, como ciencias naturales o gimnasia, para los niños más pequeños, y que podía llegar a abarcar casi todo el programa para aquellos alumnos de la ESO que acreditarán mayores niveles de conocimiento de ese idioma. Con este tratamiento de choque se pretendía subsanar en unos pocos años los déficits que en esta materia habían arrastrado los españoles durante generaciones.

Sin embargo, más de 15 años después de su aterrizaje en los programas de estudio, el bilingüismo no ha logrado convertirse en ese revulsivo que saque a España de las últimas posiciones del informe PISA, y sigue despertando muchos recelos entre padres y docentes. Las principales críticas: los niños no están hablando el inglés shakespeariano prometido, y, encima, están empeorando en otras asignaturas.

Los expertos explican este aparente fracaso en deficiencias de base en el modelo. En primer lugar, que una verdadera inmersión solo se consigue cuando esta es completa, es decir, cuando el niño se traslada a vivir a otro país o habita en un entorno en el que muchas de sus interacciones son en ese segundo idioma (lo hablan con sus padres, lecturas, programas de televisión, etc.). Además, la falta de preparación de los profesores que no son nativos es otra de las rémoras del sistema.

Muchos docentes se lamentan, además, de que el sistema rema en contra de los intereses de los estudiantes ya que el idioma, lejos de facilitar el aprendizaje, actúa como barrera que hace que se pierdan infinidad de matices y se dificulta la conexión emocional entre alumno y profesor. La segregación de alumnos en distintos grupos en función de sus niveles de inglés –y no de sus capacidades de aprendizaje tomadas de manera global– o la guerra comercial entre los colegios usando el bilingüismo como reclamo son otras críticas al sistema. 

La politización de esta cuestión es otro de los problemas. El sistema bilingüe fue, por ejemplo, una de las banderas de la política educativa del Partido Popular en Madrid, que la implantó en 2004 con gran aparato propagandístico y bastante éxito de seguimiento. En el documental La chapuza del bilingüismo, se subraya la paradoja de que a los mismos políticos que en la actualidad exigen el derecho de que los niños en Cataluña reciban educación en castellano no les moleste que en sus propias comunidades muchos jóvenes de la ESO no aprendan la Historia de España en español y se refieran al Siglo de Oro como The Golden Age.  

La ciencia ha demostrado los grandes beneficios del bilingüismo, pero la duda recae sobre la manera en que se quiere imponer en las aulas

La ciencia ha apoyado la causa bilingüe aportando diferentes estudios que reafirman sus beneficios. Se ha demostrado, por ejemplo, que la manera en que un cerebro bilingüe procesa la información en sus procesos cognitivos es más rica y da lugar a mayor número de conexiones neuronales que la de un cerebro monolingüe. Un despliegue de recursos que favorece la formación de un cerebro entrenado, ágil y eficiente. A nivel laboral, también las ventajas de un segundo o tercer idioma son más que evidentes. Sin embargo, muchos dudan de que la manera en que las autoridades educativas quieren imponerla en las aulas sea la más adecuada.

Suecos, daneses, noruegos u holandeses hablan un inglés excelente, sí, casi al mismo nivel que sus idiomas maternos. Pero es lógico, si pensamos que las posibilidades de esas lenguas vernáculas propias –que solo comparten unos pocos millones de personas en el mundo y exclusivamente dentro de sus territorios nacionales– son muy limitadas. Necesitan un segundo idioma de alcance más global para desenvolverse en igualdad de condiciones por el mundo. En contraposición, los niveles de inglés en países como España, Alemania, Italia, Portugal o Francia son sensiblemente inferiores. Algo que, probablemente, en parte sea debido a que sus ciudadanos no sienten tanta necesidad de acudir a la escuela de idiomas, ya que sus propias lenguas tienen unos niveles de influencia a nivel global lo bastante altos como para permitirles salir más o menos airosos de cualquier aventura internacional. Y ya no digamos de Reino Unido respecto a cualquier otra lengua.

Por si este argumento no fuera lo bastante convincente, ahí va otro: C-3PO, el robot de protocolo de Star Wars, hablaba con soltura más de seis millones de lenguas. Pero esa capacidad nunca le convirtió en el personaje más popular de la saga. Los espectadores siempre prefirieron y cayeron rendidos a los pies de los carismáticos R2D2 –un robot que solo se expresaba mediante pitidos ininteligibles– y Chewbacca –un monstruo peludo de dos metros al que en pantalla solo se le escuchó gruñir con distintos niveles de intensidad–.  Lo que hace sospechar que, tal vez, los caminos de la Fuerza (y los de la vida) no necesiten tantos idiomas para ser transitados con éxito.  

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