Medio Ambiente

Los problemas del ambientalismo: paradojas, mentiras verdes y alarmismo ‘buenista’

Tras la inconformidad generada por la COP26, el alarmismo medioambiental ha vuelto a surgir de nuevo. Pero ¿dónde quedan dentro de él las buenas intenciones y dónde lo hacen el interés propio, el cinismo y el marketing?

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16
diciembre
2021

El vídeo arranca: la mano de una persona agarra una pajita de plástico y la lanza por la ventana. La razón para explicar este acto es más simple de lo que parece. Aparentemente, sirve para demostrar que en el siglo XXI la solución a los problemas medioambientales es sustituir esa pajita de plástico desechable por una reutilizable. El vídeo es una de las publicaciones más recientes de Alejandra Ramos Jaime, influencer mexicana y escéptica del ambientalismo buenista, autodefinida como «economista ambiental». En él, Ramos elabora una reflexión sobre lo absurdo que resulta adentrarse en el discurso ecologista sin mostrar un cambio profundo de hábitos: hay demasiadas incoherencias, demasiadas mentiras verdes.

«Lamentablemente, la forma en la que tratamos de resolver el problema de la contaminación es culpando a un objeto. Estamos ignorando el problema de raíz, que es la mala administración de residuos. Además, luego reemplazamos este objeto con productos cuya publicidad nos hace desearlos porque nos dan la reconfortante sensación de que estamos haciendo algo bien», explica Ramos. Y añade: «Nos enseñan a reemplazar objetos y no malos hábitos». Menciona un concepto al respecto: mentiras verdes. Lanza, además, un dato escalofriante: en México, por ejemplo, todos los días quedan 19.000 toneladas de basura sin ser recolectadas. El 87% de esos residuos, además, se acumulan en descampados, a cielo abierto.

¿Sirve para algo, entonces, comprar una pajita reutilizable sin un hábito colectivo de recolección, separación y reciclaje de residuos?

Bangladesh: una paradoja plástica

El escepticismo al respecto no es una casualidad. Hay casos como el de Bangladesh que exhiben con franqueza el fracaso de esta clase de esfuerzos cuando solo una de las partes de la sociedad –las empresas, el gobierno o la sociedad civil– cumple con su parte.

En Bangladesh, el 87% de los residuos corren el riesgo de terminar en el mar

El país asiático, que ha sido el primero en prohibir los envoltorios de plástico, es hoy uno de los países que menos plástico consume per cápita. La información parece perfecta para un discurso a favor de las políticas de prohibición y, sin embargo, algo falla en Bangladesh: según Our World In Data, la nación asiática está entre los 10 países que más plásticos arrojan al mar. La respuesta, según señala Ramos, es que «cayeron en las tres mentiras verdes: culparon a un objeto y lo prohibieron, lo reemplazaron por otros materiales más contaminantes e ignoraron los fallos estructurales del Estado. Estas debilidades no son pequeñas: en Bangladesh, el 87% de los residuos corren el riesgo de terminar en el mar debido a que la ciudadanía los sigue arrojando en las calles y en los ríos (mientras el gobierno, además, no impone sanciones al respecto).

Los datos, en este sentido, son preocupantemente claros. Según The New Plastics Economy, un informe del Foro Económico Mundial y la Fundación Ellen MacArthur, hacia el final de esta década, por cada tres toneladas de peces habrá una de plástico. De seguir así, en el 2050 en los océanos Atlántico, Pacífico e Índico, habrá más plástico que peces.

Noruega, un contraste eficiente

Noruega es uno de los países que más plástico consume per cápita y, sin embargo, los nórdicos no aparecen en la lista de los 100 países que más plástico arrojan al mar. ¿Por qué? «Porque no cayeron en mentiras verdes. Los ciudadanos saben que deben separar sus residuos correctamente, el gobierno aplica sanciones a quienes no lo cumplen y, además, garantiza también una recolección adecuada. A su vez, las empresas cumplen las normas medioambientales», explica Ramos.

El resultado es un «sistema integral de aprovechamiento de residuos que no solo es bueno para el medio ambiente, sino para la economía noruega». Al fin y al cabo, con estas medidas se generan empleos formales, pero también se crea un sistema tan eficiente que gestiona no solo residuos propios, sino también residuos de otros países (a los cuales, por supuesto, les cobran) que convierten en energía.

El daño del alarmismo

En el mundo de hoy, donde existe una obsesión colectiva por encasillarlo todo, es difícil ubicar a Michael Schellenberger,  considerado por la revista Time en 2008 como uno de los «héroes del medio ambiente». Schellenberger llegó a colaborar con la administración de Barack Obama, impulsando las energías renovables. No obstante, posteriormente se apartaría de dichas energías. Schellenberger, de hecho, fundó en 2016 Environmental Progress, una organización dedicada a promover la energía nuclear como una vía más accesible y funcional para los países en desarrollo, convirtiéndose en un crítico del alarmismo que –considera– difunden activistas como Greta Thunberg.

La prueba máxima de su escepticismo es su último libro, No hay apocalipsis. Por qué el alarmismo medioambiental nos perjudica a todos: en él habla del negacionismo y del alarmismo como las dos posturas contrarias que rigen la agenda medioambiental. Cada una de ellas pertenece a una postura política situada a cada extremo del tablero.

Según Schellenberger, las muertes por catástrofes naturales han disminuido en un 90% desde el año 1900

En una entrevista ofrecida a El Confidencial, Schellenberger sostiene que no es cierto que «miles de millones morirán», tal como sugiere el grupo Extinction Rebellion, un movimiento social global centrado en la concienciación de la supuesta extinción masiva que puede provocar el calentamiento global. Gran parte del problema, según él, radica en «el periodismo alarmista», que no cuenta las cosas como son, que parte de estudios poco serios, y que en determinados casos responde a intereses particulares. «Las afirmaciones exageradas sobre el cambio climático benefician a los periodistas que buscan lectores, a los activistas que buscan la salvación y a las empresas de energía renovable que desean ganancias», afirmaba entonces.

Ahora bien, la polémica existe: según él, las muertes por catástrofes naturales han disminuido en un 90% desde el año 1900, si bien lo cierto es que es difícil contar con un censo exacto sobre ese tipo de calamidades a nivel global. En sus duras críticas lega a hablar incluso de «una religión alarmista» en la que sus seguidores «han llenado sus cuentas bancarias con dinero procedente de intereses energéticos para promover el cierre de las centrales nucleares». Prescindir de ella, sostiene, «sería un escándalo», ya que «es nuestra mejor fuente: no produce emisiones, preserva el hábitat, no aumenta los precios de la energía y genera grandes cantidades en poco terreno, mientras que las energías eólica y solar sólo funcionan respaldadas por las energías fósiles». Tal como se pregunta, «¿quién ha resuelto algo con mentalidad de pánico?».

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