Siglo XXI

La app no es el pecado, pero los pecados siempre tendrán una app

¿Hemos dejado de saber vivir sin usar nuestras ‘apps’? Desde recordatorios para beber agua a aplicaciones para relaciones casuales, las ‘apps’ parecen dominar cada vez más nuestros espacios. Su uso masivo obliga a reflexionar sobre si, realmente, mejoran nuestras vidas.

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11
noviembre
2021

Antes de leer estas líneas, usted ya habrá comprobado si se encuentra bien hidratado. También habrá revisado los pasos que ha dado a lo largo del día y el número exacto de calorías ha quemado. Tal vez haya pedido algo de comer a su restaurante favorito, o quizá repasó sus finanzas domésticas. Es posible que haya pasado un buen tiempo mirando cómo amaneció el mercado de las citas online. Por supuesto, todo lo anterior, con un herramienta fundamental: su smartphone y su almacén de apps.

Hace 12 años, la publicidad del –entonces tan moderno– iPhone describía premonitoriamente la realidad que hoy innegablemente vivimos. Lo hizo con una frase que quedó grabada en el imaginario colectivo: «There’s an app for that» («Existe una app para eso»). Por aquel entonces solo había 250.000 aplicaciones en la App Store; hoy, en Google Play se contabilizan hasta nueve millones, mientras que la App Store almacena 2.5 millones y Windows, 700.000. Hay una app para todo. Y cuando decimos todo, es realmente todo. 

Salas: «Cualquier adicción tiene, ahora, su hueco dentro de nuestro teléfono»

Uno de los fenómenos que demuestran este incremento meteórico en el uso de las apps (o la dependencia de ellas) es, precisamente, el de las citas en línea. Algo que, indudablemente, se disparó durante el confinamiento. Durante los días más cruentos e inciertos de la pandemia, el número de usuarios de Tinder aumentó en 40%, principalmente, entre la ‘generación Z’. Sobre ese sector de la población se reportó un aumento del 19% en los mensajes emitidos a través de esa app respecto a febrero de 2020. Más datos: durante el confinamiento, las conversaciones fueron un 32% más largas. En paralelo, no son pocos los estudios que revelan que cada vez estamos más solos; en Japón, morir en soledad es ya una epidemia y tiene un nombre– kadokushi. ¿Realmente una app para encuentros casuales puede resolver los problemas de soledad? La pregunta sigue abierta.

Más allá de los encuentros casuales, es ya imposible encontrar a alguien que no utilice, por lo menos, las apps más comunes. Desde Tinder hasta Whatsapp, pero también las que funcionan para pedir la compra o comida a casa, videojuegos, redes sociales, programas para hacer música o dibujos… ¿Nuestras vidas están siendo gobernadas por estas herramientas? ¿Nos hacen más felices?

La ‘appificación’ de las adicciones

Chechu Salas, psicólogo experto en desarrollo tecnológico y autor del libro La fase cero de tu futuro, describe como evidente el hecho de que el móvil haya logrado concentrar todas nuestras necesidades en un mismo dispositivo. Nadie puede negar que el teléfono es nuestra biblioteca de música, billetera, radio, cronómetro, ordenador… «Como toda nuestra vida está metida dentro del teléfono, cualquier tipo de adicción –ya sea al juego, al sexo o al consumo– pasa por él. No se trata de dilucidar si existe una adicción a las apps, sino más bien comprender que son las mismas adicciones las que se han appificado. Ahora, cualquier adicción tiene un hueco en tu teléfono».

Las redes sociales son el centro del debate. Salas hace hincapié en que fueron diseñadas para fomentar los comportamientos adictivos. «Las redes sociales funcionan mediante microacciones que fomentan la liberación de xerotonina en los usuarios. Están diseñadas para hacernos sentir bien y animarnos a estar conectados cada vez más», asegura. Menciona el caso de Frances Haugen, la ex empleada de Facebook responsable de filtrar los archivos que dieron origen al escándalo Facebook files, donde se denunciaba que Instagram es una red sumamente adictiva y nociva para los menores de edad.

Hace 12 años, tan solo había 250.000 aplicaciones en al App Store; ahora se cuentan hasta 2.5 millones

De la comodidad al lado oscuro del entorno digital. Para Salas, las apps son parte de un entorno virtual que sí nos hace la vida más fácil y cómoda. Sin embargo, en ellas se esconden los dark patterns, o patrones oscuros, que hay dentro de las aplicaciones de micro compras y que funcionan, básicamente, como publicidad engañosa. Ejercen de mecanismos para enganchar a los usuarios y convertirlos en compradores compulsivos: «Saben que con un solo clic puedes comprar lo que ellos quieran. Si tus datos bancarios cargados dentro de la aplicación, tienen mucho más fácil el inducirte a una compra de la cual, posiblemente, no seas ni siquiera consciente en el momento». «En cierta medida, el mundo de las apps es como ‘el salvaje Oeste’ del comportamiento digital, porque es un entorno en el que la regulación suele llegar tarde y ‘los buenos’ se juntan con ‘los malos’», añade.

¿Las apps tienen cosas buenas? «Claro». «Hemos logrado reducir la cantidad de dispositivos que utilizábamos a uno solo. Y, por supuesto, internet tiene innumerables e innegables ventajas. Ambos han conseguido conectar a personas que se encontraban en lugares absolutamente remotos», enfatiza. «Pero también son la expresión más nociva de un sistema ultraconsumista en el que todo, absolutamente todo, se convierte en un consumible». Para hacer frente a este fenómeno, la educación digital resulta tan fundamental como abordar el tema con los jóvenes para evitar adicciones, abusos y situaciones peligrosas como el bullying. «Yo creo que el pecado no está en el dispositivo ni en las aplicaciones, sino que los pecados tienen su hueco ahí dentro, y por eso es que se convierte en un territorio sin ley», concluye.

«Las quedadas ya no son en el parque, sino en un videojuego»

La psicóloga Marisol Cortés, especialista en terapia de juego para adolescentes y niños, también utiliza apps para su vida personal. Dos en concreto: una para meditar y otra para hacer música. Ve en las herramientas digitales una oportunidad para facilitar el desarrollo de habilidades. Menciona, por ejemplo, aquellas especializadas en el mindfulness, o las que fomentan la creatividad gráfica (el dibujo y la ilustración). También las que permiten grabar o componer temas musicales. El problema, cuenta, «llega cuando se abusa de la tecnología en cualquiera de sus versiones». 

En los ocho años que lleva ejerciendo como terapeuta ha notado que muchos niños ya no son capaces de jugar si no es con un videojuego. Considera que la imaginación ya se está viendo afectada por el excesivo tiempo que pasan frente a una pantalla. «Muchos niños están bloqueados. No saben expresarse mediante el juego si no es vía una pantalla. He visto casos en los que ya no son capaces de inventar un juego nuevo o de expresarse con juguetes materiales porque están obsesionados con el mundo digital». Cortés define así el gran problema: «Por desgracia, las quedadas ya no son en el parque, sino dentro de un videojuego». ¿Que ocurrirá, entonces, cuando llegue el metaverso? La pregunta sigue abierta.

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