Cultura
Abandonar el victimismo: si no dejamos de llorar, no podremos escucharnos
Analizamos a través del ensayo del filósofo Daniele Giglioli, ‘Crítica de la víctima’ (Herder), cómo el lamento se ha convertido en un refugio que nos evita responsabilizarnos de nuestras acciones y por qué urge recuperar ese debate en el que la duda no es vista como el enemigo, sino como el aliado (de uno mismo y de los demás).
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El pasado 16 de junio el periodista Manuel Jabois firmaba una columna en El País dedicada a las declaraciones del padre del ‘nuevo periodismo’, Gay Talese, impresas en la portada del periódico ABC: «Hoy no podría escribir una palabra en prensa. No me publicarían». A través de ellas, Jabois analizaba las dinámicas de lo conocido como «políticamente correcto», una tendencia que lleva a grandes y muy respetadas voces a criticar la «nueva censura». «Lo que no se puede hacer es llorar en según qué sitios. Ni en las televisiones, las radios o los periódicos en los que trabajas (o a los que te invitan). Tampoco se llora si eres Gay Talese, ni se llora desde El País ni desde su competencia, ni desde cadenas generalistas, ni desde ningún lugar bien pagado y con mucha atención porque parece que necesitas un megáfono para decir que no se te escucha», concluía el periodista.
Daniele Giglioli, profesor de Literatura comparada en la Universidad de Bérgamo, describe detalladamente en su ensayo Crítica de la víctima (Herder) cómo el actual discurso público se ha constituido alrededor de la condición de víctima como una identidad, un espacio en el que, automáticamente, «se concita la atención y la unanimidad de manera inopinada». Relata así este autor que la calidad de víctima, es decir, el victimismo, se ha convertido en un refugio retórico, un lugar desde el que se inmuniza ante cualquier crítica y se garantiza la inocencia, disipando cualquier tipo de duda. Esta reflexión continúa en su siguiente ensayo, Stato di minoritá (Estado de minoría, en español) –todavía sin publicar en nuestro país– donde Giglioli aprovecha para recuperar a Kant y denunciar a través de su filosofía la tendencia a infantilizar a los ciudadanos democráticos y, por tanto, nuestro modo de ser y estar en la política.
Pero ¿cómo es el retrato de esa víctima? Potenciada por las redes sociales y, en opinión de Giglioli, el «narcisismo cultural del capitalismo», la identidad de víctima es «cerrada e indiscutible». Se castra así la capacidad de actuación sobre las propias circunstancias para dar lugar a un mundo inmutable en que la pregunta ya no es «¿qué puedo hacer?» sino «¿quién soy?». Así, en nuestra sociedad actual, denuncia Giglioli, deseamos «tener cosas por lo que somos y no por lo que hacemos»… Y la condición de víctima es la vía más rápida para exigirlo.
Reflexionar en lugar de cancelar
Una cultura profundamente individualista podría ser, según el ensayista italiano, el origen de esta víctima. Más concretamente, proviene de «treinta años de hegemonía cultural que cargan sobre el individuo las responsabilidades de sus circunstancias». Así, el victimismo cultural surge como respuesta desde el otro extremo: la huida de cualquier tipo de responsabilidad, el cero absoluto de capacidad para actuar sobre los propios actos. Giglioli, no obstante, aclara que la condición de víctima –como hecho material– siempre ha existido, aunque la diferencia estriba ahora «en la actitud con la que se expone dicha situación». Y, sobre todo, esa «tendencia a la victimización», a buscar el espacio en el que la requisito fundamental para tener la razón es convertirse primeramente en víctima, por la vía que sea, en lugar de construir un discurso crítico elaborado.
Giglioli comparte con otros filósofos la idea de construir un debate público en el que el discurso se guíe por la duda y la complejidad
Giglioli recurre a cientos de ejemplos para explicar esta corriente. Ataca, primero, al «nacionalismo elitista» del norte de Italia –vive en Lombardia, región natal de la Lega Norte de Salvini– y, después, al de Cataluña; también el que define como «activismo identitario que infantiliza a las minorías», las políticas populistas en América Latina y Europa… E incluso, en un doble giro de lucidez –el ensayo se publicó en 2017– adelanta críticas como las de Jabois indicando cómo las «víctimas de los victimistas» no están libres de caer, a su vez, en el victimismo. Y es que, al ser esta la posición retórica más cómoda –indica– todos competimos por ver quién es, de forma más legítima, una mejor víctima. Esto vicia cualquier tipo de debate público.
En las páginas finales de su ensayo, el ensayista da en la clave con una idea: el ser humano no es, de manera natural, nada; ni siquiera víctima. Es un «animal naturalmente artificial» que vive en constante revolución, cambiándose y mejorándose a sí mismo. Y la identidad es, precisamente, algo que se da como fijo, completamente contrario a esa revolución inherente a lo humano. Sin embargo, lo que reivindica Daniele Giglioli no difiere de las ideas de otros pensadores recientes, como Françoise Jullien en La identidad cultural no existe o la española Marina Garcés en Nueva Ilustración radical: la necesidad de volver al ‘humano racional’ que mencionaba la Ilustración, ese espacio crítico en el que, aún sin renunciar a la individualidad, no no nos cerramos al otro, sino que construímos un espacio de reflexión compartido en el que la duda y los discursos complejos no son el enemigo, sino el aliado. En otras palabras, un debate público en el que no se procura callar al otro lo más rápido posible acusándolo de atacarnos o cancelarnos.
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