Desigualdad

«La amenaza ambiental nos toca a todos, el hambre solo a los pobres»

El periodista y escritor Martín Caparrós, considerado una de las grandes plumas del oficio, plantea a la sociedad desde las páginas de ‘Hambre’ una crónica comprometida sobre uno de los grandes problemas estructurales de nuestro tiempo.

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13
abril
2021

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«Si no fuera tan púdico ensayaría una introducción, si no temiera la rima fácil aprestaría un introito, si hablara en general lanzaría un bando, si supiera pronunciar las erres sería perorata. Pero siendo, en síntesis, un ambulante sin fines ni intenciones, sin medios ni osadías, sin dios ni lógica ni orden, particular y temeroso, tan poco pronunciado, tendré que limitarme a hablar, que es tanto más difícil», dice Martín Caparrós de sí mismo en su blog. El periodista y escritor, considerado como una de las grandes plumas del oficio, responde a Ethic escéptico y sarcástico. «¿Cómo podemos vivir con una realidad como la que pintas en ‘Hambre’?», le preguntamos. Es el mismo interrogante que lanza desde su libro a todo aquel que se atreva con un volumen que deja meridianamente claro que el hambre es todo menos un problema estructural. «Bastante fácilmente», responde despacio, escéptico y sin atusarse el bigote. ‘Hambre’ es un volumen de casi 700 páginas a caballo entre ensayo y crónica del que Juan José Millás dice que daría una mano por haberlo escrito. Antes, unos datos que explican ese adjetivo de «ambulante» con el que se autodefine: nacido en Argentina en 1957, se exilió durante la dictadura de Argentina a París, donde estudió Historia. Vivió en Madrid y Nueva York, dirigió revistas, recorrió medio mundo, tradujo a Voltaire, Shakespeare y Quevedo, y cuenta con premios como el Rey de España, el Herralde o el Planeta Latinoamérica. 


«Try again. Fail again. Fail better». Así arrancas El Hambre, con una cita de Samuel Beckett. ¿Fallamos cada vez mejor a la hora de tratarla?

Sí, ese epígrafe me sigue pareciendo un buen procedimiento, intentarlo de nuevo. Al final del libro hablo de la ética de los resultados, de que la idea de hacer las cosas solo si van a funcionar es una excelente excusa para no hacerlas. También puse ese epígrafe en referencia al título: el hambre es el mayor fracaso de nuestra civilización. Hoy tenemos la técnica y la posibilidad de acabar con ella, pero que seamos capaces de erradicarla, no significa que hayamos decidido hacerlo: falla la voluntad política y falla el sistema. La Tierra desde los 70 y 80 tiene capacidad para producir comida para todos. El problema es que la producción de alimentos está hecha en función de proveer a los mercados ricos. Durante milenios, la concentración de la riqueza alimentaria estuvo en manos de unos pocos, pero tenían la excusa de que no había técnicas para producir y distribuir. Ahora todo eso es perfectamente factible, pero hay que quererlo. Y para eso, hace falta que mucha gente diga que queremos.

¿Se necesita renunciar a privilegios?

Antes que eso, se necesita pensar que el hambre es algo que nos importa. Cuando yo empecé a estudiar en los 70, en mi facultad los ecologistas eran siete: nadie les hacía caso. Pero siguieron hablando, moviéndose y consiguieron instalar la idea de que eso era importante. Con el hambre no lo hemos conseguido; entre otras cosas porque la amenaza ambiental nos toca a todos y el hambre sólo a los pobres. Lo indispensable es que nos convenzamos de que nos importa y que encontremos la manera de movilizarnos para obligar a nuestros representantes a que trabajen en esa dirección. Que no puedan presentarse a un cargo electivo sino explican cómo van a hacer para mejorar la distribución de la riqueza. Porque si yo dejo de comer durante una semana, no cambia nada. Cambia que podamos encontrar las formas de relación política para que sea un objetivo común de mucha gente. El problema es que les permitimos ganar elecciones sin tenerlo en cuenta y esa responsabilidad es nuestra. Tenemos que pensar qué nos importa y empezar a exigírselo a nuestros supuestos representantes.

¿Cómo cambiar el sistema? 

Es complicado. Hay que rediseñar todo el esquema mundial de producción de alimentos. Para darte un ejemplo que me toca de cerca, voy a Argentina, un país que lo único que hace es producir alimentos y que se supone que es capaz de producir alimentos para cuatrocientos millones de personas. Bien, son cuarenta y cinco millones y hay entre cuatro y cinco millones de personas que no están comiendo suficientemente. ¿Entonces? Lo decisivo de la producción argentina es la soja, que se exporta para alimentar a chanchos y pescado chino… y eso no soluciona en absoluto el hambre del país. Lo que consigue ese modelo es recaudar dinero para los dueños de la tierra que exportan y que son pagados en dólares, lo cual tiene otro efecto secundario. Y es que como esos pocos no viven del mercado interno sino del externo, no necesitan que el mercado funcione y que las personas tengan el suficiente dinero para comprar comida. En síntesis, esa organización del sistema de producción de alimentos hace que haya gente que no coma. Se necesita poder político para obligar a todos los grandes productores de alimentos a cambiar su modelo para que la gente viva y no para que ellos ganen dinero alimentando chanchos chinos.

«Si no se producen todas las vacunas necesarias es porque siguen estando monopolizadas por seis laboratorios»

¿Ha sido la globalización el detonante de que las corporaciones pesen más que los gobiernos?

Lo que hace la globalización es darle el poder de los estados y de organizaciones como Naciones Unidas a las corporaciones, y como el espacio desde el que ejercen ese mando es distinto al de los gobiernos, no hay forma de presionar sobre ellas. Hay que encontrar formas supraestatales que puedan influir en la esfera donde operan. En estos días comparo mucho el problema de la distribución de la riqueza alimentaria con el de la riqueza sanitaria. No hay nada en este momento más importante que la vacuna, que sigue en manos de cinco o seis corporaciones farmacéuticas. Inmunizar a la humanidad es una prioridad absoluta, pero para los grandes capitalistas también debería serlo. Necesitan que gastemos, que consumamos para seguir ganando dinero. Pero no, no dejan de lado la idea de la propiedad privada y no permiten que la vacuna se produzca en todos los lados para que el mundo se vacune rápido… Ellas volverían a ganar dinero, entre otras cosas. Pero quizás tienen razón, quizás les conviene más mantener los principios –aun en una emergencia como esta– que romper con las reglas y vulnerar los principios de la propiedad privada. Quizás a mediano plazo les podría resultar más caro por el precedente que sentarían. En general, no se equivocan mucho. Lo curioso es que no estemos todos en las calles gritando que nos vacunen rápido y yendo al centro de la cuestión. Si no se producen todas las vacunas que se necesitan, es porque siguen estando monopolizadas por seis laboratorios.

Hablando de suprainstituciones. ¿Dónde queda la Iglesia, dónde está ante los pobres, los hambrientos?

Los pobres de la tierra son los hambrientos, aquellos a los que la Iglesia ha convencido durante 2.000 años de no hacer nada con el pretexto de que les iban a dar un tiempo compartido en un lugar de largas vacaciones. Son el mejor instrumento de conservación de la pobreza que se ha inventado. Probablemente sin esa herramienta hubiera sido imposible. En eso la pandemia me dio cierta esperanza. Este pasado seis de abril habrá que festejar cierto aniversario del año pasado, algo que puede llegar a ser muy simbólico. Hablo de que en medio de esta peste no hubiera mayor recurso a la religión. Hasta hace muy poco, en situaciones como esta, lo primero que hacían era sacar a las virgencitas y arrodillarse y pedirle a Dios que nos perdonase la vida. Esta vez no sólo no lo hicieron, sino que cerraron todas las iglesias de Roma, el centro de la cristiandad para que la gente no se contagiara en las misas. Me parece que es un símbolo bastante extraordinario de cambio de época. De creer en la religión pasamos a creer en la ciencia, pero claro, eso es complicado porque en la ciencia no se puede creer, no está hecha para eso; está hecha para dudar.

¿Vamos a aprender algo de esta pandemia?

Ojalá sirva para eso, para marcar el principio del fin del recurso religioso. Y después creo que servirá para cosas pequeñas; no mucho más. Ayer, un amigo de Ciudad de México me comentaba lo mucho mejor que vivía sin tener que desplazarse a su oficina. Ahora cuenta a diario con tres horas más, lo que le suponía ir y venir al trabajo.

¿Y en cuanto al medio ambiente, va a cambiar nuestra relación con el planeta?

No lo sé. Yo no veo una relación muy directa. No me parece que se haya desatado como castigo por no tratar bien a la naturaleza.

¿Cómo ves el periodismo hoy?

Bueno… por Internet [bromea]. Me parece que hay cosas muy interesantes. Desde hace unos años nos vienen vendiendo la idea de la crisis del periodismo, algo con lo que yo no estoy de acuerdo. Lo que sí hubo, sin duda, fue una crisis muy fuerte de un modelo de distribución de las noticias y de los medios que durante el siglo XX monopolizaron todo el espacio, esos que se constituían incluso como garantes de la verdad y la objetividad. Esos grandes medios han empezado a desarmarse básicamente por cuestiones técnicas: llegó Internet y multiplicó las fuentes, y cambió la distribución. También por cuestiones más periodísticas, pero lo cierto es que su crisis no es la del periodismo. Ocurre que, como todavía tienen cierto poder, nos han convencido de que su crisis es la del periodismo. Creo que hacer hoy periodismo es tan difícil como siempre, pero eso no lo hace ser menos vivo y activo. Hay mucho espacio y muchas posibilidades. Cuando yo traté de hacer mi primera revista era muy complicado y caro conseguir dinero para pagar papel, la imprenta, la distribución… Ahora todo eso lo puedes hacer muy fácil. Lo grave es que tengas algo que decir o no.

«Imaginamos América Latina como un continente ligado a lo natural, pero el 80% vive en megaciudades con enormes cordones de pobreza»

Dijiste adiós al New York Times por tu libertad y abriste tu blog, chachara.org. ¿Funciona?

¿Si funciona chachara? No sé. Cada vez que publico, unos cuantos miles de personas lo leen. No mucho, pero se lee. Es una experiencia rara porque no lo hago por dinero. Por suerte ahora vivo de mis libros. Es curioso porque durante muchos años hice periodismo para poder escribir libros, y ahora escribo libros para poder hacer periodismo. Al final, está bien, pero como digo, es algo extraño porque el dinero facilita mucho las cosas en el sentido de que te da respuestas. Cuando no sabes para qué haces algo pero te lo pagan, está claro, lo haces por dinero. Yo escribo porque quiero. Entonces, a menudo me pregunto: ¿realmente quiero pasarme todas estas horas trabajando en esto? Por ahora sí.

Hablemos de Ñamerica, tu próximo libro, un volumen que estás a punto de cerrar y que cuenta qué es América del Sur hoy. 

Está casi entregado pero me faltaba un viaje a Chile que casi estoy renunciado a él, dadas las circunstancias. Es un libro en el que hay una mezcla de ensayo y mucha crónica, como en Hambre. Hay mucho de relato de situaciones y de cosas que viví y, por otro lado, largos textos de temas que me parecen decisivos allí como las migraciones, la desigualdad, la violencia, el feminismo, la cultura, la política. Todo está tratado para entender que, básicamente, lo primero que se nos ocurre al pensar en América Latina está bastante alejado de lo que es hoy. La imaginamos como un continente muy ligado a lo natural, a lo campestre y no, es el continente más urbano del mundo. Más del 80% de Latinoamérica vive en megaciudades con enormes cordones de pobreza. América del Sur no son esas cholas que pintamos en las postales con el sombrero. Esas son cuatro: ¡me he tomado el tiempo de contarlo! Probablemente esas cholas sean cuatro millones dentro de una población de 420, menos del 1% de la región. Ñamerica es un intento de cambiar esa imagen y de reflexionar: esas imágenes que tenemos están caducadas.

Tampoco es correcta la imagen que tenemos de ciudades del futuro con rascacielos y coches que no pisan el asfalto. 

Sí, en muchos casos, especialmente en los países pobres, las ciudades del futuro no son ni serán así. En general, los suburbios, las ‘villamiserias’, como quiera que las llamemos, se levantaron como lugares transitorios, espacios de llegada de gente humilde que –en teoría– irían pasando a casas sólidas, con agua y demás. El problema es que esos suburbios han pasado a ser permanentes y los propios estados no hablan de reubicación, sino de llevarles agua potable o soluciones así.

Cambio de tema. Voy a tu novela Un día en la vida de Dios. ¿Por qué hiciste a Dios una diosa?

Porque tenía ganas. Porque no había ninguna razón para no hacerlo, porque me gustaba y porque la frase «Dios estaba aburrida esa mañana» me parecía extraordinaria. ¡Que uno pueda decir Dios y el adjetivo sea femenino! Yo creo que sólo por darme el gusto de escribir esa frase, escribí toda la novela. Y eso es de antes de que se hablara del lenguaje inclusivo, hace casi veinte años.

Por cierto, defiendes el lenguaje inclusivo.

Yo estoy totalmente a favor de que el lenguaje no suponga una hegemonía masculina. Lo que no me gusta es cuando se combate esa hegemonía con la «e», con el «todes». En Argentina se usa mucho. Yo estaría mucho más dispuesto a que el plural, en vez de hacerse sólo en masculino, se pudiera hacer de una y la otra manera, que pudiésemos decir: «Tú y yo estamos sentadas en esta mesa» y no como dice la norma que, puesto que somos hombre y mujer, deberíamos decir «sentados en la mesa». Estoy dispuesto al «todos» y «todas» indistintamente y que no haya así preeminencia de ninguno de los géneros.

Hablemos de feminismo. ¿Qué se puede aprender de esos derechos que estamos reclamando las mujeres?

Yo tengo una especie de historia feminista intrínseca. Mi madre es una de las líderes del movimiento pro aborto en Argentina y a mí me criaron en ese ambiente de derechos. Nada de esto me resulta sorprendente.

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