Cultura

«Quisimos sembrar libros para cosechar personas maduras»

El editor Hans Meinke tomó en 1980 los mandos del Círculo de Lectores para sembrar libros en los hogares de España, especialmente en los más desfavorecidos. Ya jubilado, repasa ahora desde su hogar en Barcelona la transformación cultural de la sociedad y el papel que esta institución jugó en «vencer el pesimismo cultural arraigado en la idea de que en España no se leía».

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Valeria Cafagna
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29
abril
2021

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Valeria Cafagna

Veintitrés de abril, día de Sant Jordi, del año 2021. La primavera va ganando con fuerza su espacio. La gente tiene ganas de celebrar al patrono de Catalunya, Sant Jordi, de regalarse libros y rosas rojas para honrar a la cultura y el amor. En el siglo XV ya se organizaba en Barcelona una feria de rosas con motivo del santo, y acudían sobre todo jóvenes que regalaban rosas a sus novias o esposas. Así surgió la costumbre de regalar por Sant Jordi una rosa a las mujeres para celebrar a aquél que muriera mártir por no renunciar a su fe.

La asociación de la festividad con el libro tiene sus orígenes más próximos en el tiempo, en los años veinte del pasado siglo, cuando el escritor valenciano Vicent Clavel i Andrés, director de la editorial Cervantes, propuso a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona y al Gremio de Editores y Libreros organizar una fiesta para promover el libro en Cataluña. La fecha escogida fue el 7 de octubre de 1927. En 1929, durante la Exposición Internacional de Barcelona, los libreros decidieron organizarse y salir a la calle a montar chiringuitos para presentar novedades y fomentar la lectura. La iniciativa tuvo tanto éxito que se decidió cambiar la fecha y se estableció como Día del Libro el 23 de abril, día que coincide con la muerte de dos, quizás los más grandes, escritores de todos los tiempos: Cervantes y Shakespeare.

En esta tarde primaveral me encuentro con Hans Meinke en su casa de campo a las afueras de Barcelona, un lugar que inspira tranquilidad y armonía, y en cuyo zaguán hay un azulejo donde están grabados los nombres de aquellos que la construyeron –albañiles, fontaneros, carpinteros– como forma de reconocer el trabajo manual de quienes levantaron una casa llamada a ser un hogar.

Me recibe todavía con la ropa de trabajo. De payés, de campesino, tarea a la que cada día dedica más tiempo –me confiesa– pese a que a la puerta de su despacho cajas enteras se apilan conteniendo AZetas, cada uno con una leyenda: Mario Vargas-Llosa, Octavio Paz, Miguel Delibes, Petra Kelly, Adolfo Suárez y, así, unas cuantas decenas a las que sabe que tiene que meterles mano para que las vivencias compartidas con ellos –correspondencia, conversaciones, anécdotas– no se pierdan. Siente Meinke que se le escapa el tiempo, que el que le queda no es suficiente para abordar esa ingente tarea: por eso se refugia en su huerto, en el que pasa horas recordando su niñez en Ceuta, en casa de sus abuelos, en el Monte Hacho y en Tetuán, donde residían sus tíos abuelos.

Meinke: «La idea de que llevar buenos libros a todos los hogares producía un beneficio social fue una potente motivación»

Como tantas otras tardes sentados alrededor de una mesa en la terraza de su despacho, que mira a un jardín repleto de árboles silvestres plantados por él y Úrsula –esposa y compañera desde su época de la universidad de Hamburgo–, hablamos de los libros a los que ha dedicado su vida profesional. «¿Nos hacen mejores los libros, incluso cuando proponen cosas perversas?», le pregunto. «No nos hacen necesariamente mejores, pero nos ayudan a conocernos mejor, a descubrir, a distinguir, valorar, madurar, y a conocer a los otros y al mundo en su inmensa y contradictoria variedad».

No hace falta decir que Meinke está convencido de que el libro es el instrumento cultural más potente, «el abracadabra que nos abre las puertas de la cueva del tesoro del saber y el conocimiento», afirma quien tuvo clara la que debería ser la misión del Círculo de Lectores,  «un instrumento de divulgación de la cultura a través de los libros» y la «visión» de ese proyecto bibliográfico que, en una reciente entrevista, el escritor Alfons Cervera calificó de «milagro laico», aunque Meinke lo describe como «sembrar muchos libros en los hogares de toda España, especialmente en los desfavorecidos económica y culturalmente. ¡Sembrar libros para cosechar personas! Sí, a eso queríamos contribuir, a cosechar personas más aptas, maduras y capacitadas. La idea de que llevar buenos libros a todos los hogares nos permitía ganarnos la vida y, al mismo tiempo, producir un beneficio social, fue una potente motivación que impulsó nuestra tarea».

«Esa tarea mediación cultural «no podía limitarse a la edición de los libros de éxito multitudinario que el público quiere de antemano. Para Círculo de Lectores, como para los proyectos nacidos posteriormente (Galaxia Gutenberg y Círculo del Arte), editar suponía proponer al lector contenidos valiosos en sí mismos, con independencia de su popularidad, sus previsibles ventas o su posibilidad de convertirse en éxitos mayoritarios», me explica.

Meinke: «Para mí un libro es bueno cuando deja una huella indeleble en la conciencia de su lector»

«Para editores con vocación de riesgo, el éxito o el fracaso de un libro no es necesariamente un criterio de su calidad. Hay libros de éxito editorial que no tienen valor alguno, y hay obras que fracasan comercialmente y que pueden revelarse como un tesoro cultural (basta con pensar en la obra de Kafka). Siempre he sentido una cierta reserva ante libros de aceptación masiva inmediata y acrítica. Los libros que consiguen abrirse camino sometiéndose al proceso pausado y natural de la lectura (y la crítica) merecen, en principio, más crédito que aquellos que se imponen fulminantemente con la artillería pesada de la publicidad. Para mí, un libro es bueno cuando deja una huella indeleble en la conciencia de su lector. Libros buenos son los que amplían nuestro horizonte, ahondan nuestras reflexiones y afinan nuestra sensibilidad y capacidad de percepción». Y sentencia: «En su máxima categoría merecen el calificativo de ‘libros esenciales de la vida’ que acuñó el célebre psicoanalista Bruno Bettelheim».

Es tarea de continua propuesta a los socios de nuevas o exigentes obras, como los ensayos de Julio Caro Baroja, de Julian Marías, de Lazaro Carreter, de Laín Entralgo, de Jose Luis López Aranguren o Emilio Lledó; así como textos biográficos –desconocidos para el gran público– como las del marroquí Mohammed Chukri, o novelas experimentales como El Cristo versus Arizona de Cela –una novela en torno al tiroteo en el O.K. Corral narrada a través de una única y extensa oración de un solo punto que pone final a un monólogo de 238 páginas – por poner algunos de los muchos ejemplos. Se empeñó Meinke, teniendo que lidiar en ocasiones con sus colaboradores, que hablaban (con cierto tono peyorativo) de «los libros de Meinke».

«Acompañados por maestros y escritores de la talla de Laín Entralgo, Caro Baroja, Miquel Batllori, Aranguren, Octavio Paz, Martí de Riquer o Federico Mayor Zaragoza fuimos enriqueciendo nuestro catálogo con sus escritos e innumerables obras de gran valía y alcance. El denominador común de nuestra relación con esos autores era la pasión por los libros, que se hacía visible tanto en la ambiciosa selección como en el cuidado de su diseño y la calidad de su material», relata.

Y eso que España seguía lastrada por la pesimista visión cultural de que «en España no se lee», expresión que uso en los sesenta Manuel Fraga, por entonces ministro de Información y Turismo, augurando fundadores del Círculo de Lectores el fracaso empresarial de su proyecto. «Afortunadamente, los hechos se ocuparon de desmentir aquel viejo tópico, fruto del tradicional pesimismo cultural ibérico de la época. Sirva como dato que, al llegar los finales de los noventa –tras más de dos décadas al frente de Círculo de Lectores como director general, y luego como presidente– contábamos con más de un millón y medio de socios, es decir, el 14,6% de los hogares españoles. A estos socios correspondía en realidad un número de lectores mucho mayor, porque detrás de cada socio registrado había generalmente toda una familia o un grupo de amigos, colegas y vecinos que obtenían sus lecturas a través de él. Esta multitud, movida por un íntimo y sencillo afán de enriquecer su vida con libros, convirtió al Círculo de Lectores en una entidad cultural de profundo arraigo popular y en la comunidad lectora más grande del mundo hispánico. Su demanda anual de ocho libros por socio permitió a la empresa nutrir los hogares españoles con hasta doce millones de ejemplares por año, y todos ellos –concluye orgulloso– editados cuidadosamente, y encuadernados en tapa dura con sobrecubierta».

Meinke: «Cuando publicamos las biografías de González y Fraga, propuse a ambos prologar a su contrincante, y aceptaron»

Precisamente junto con esa expansión del Círculo en los años ochenta nacieron otras iniciativas vinculadas a la empresa, entre las que destacan la editorial Galaxia Gutemberg, un sello exigente que consiguió rápido prestigio publicando, como rezaba su lema, «obras de autores que brillan con luz propia; o la Fundación Círculo de Lectores, que promovía en Madrid y Barcelona actividades propias o en colaboración con otras instituciones. «La labor del club se extendió organizando conferencias, debates, presentaciones de libros, veladas literarias, musicales y cinematográficas, exposiciones y homenajes a autores. En estos actos intervinieron personajes de primera línea del mundo cultural y político, tanto nacional como extranjero: desde Gorbachov a Willi Brandt, desde los fundadores del club de Roma a las figuras del incipiente movimiento ecologista como Petra Kelly».

Recordamos el ciclo de conferencias Visiones de España. Reflexiones en el camino hacia una España avanzada donde se concitaron intelectuales, académicos, humanistas, políticos y periodistas, todos ellos impulsados por la ilusión de construir una España moderna donde hubiera cabida para todos. Le pregunto –pues conversó con Suárez, González, Carrillo y Fraga– sobre las diferencias que encuentra entre aquella clase política y la actual, no más heterogénea que la primera. Se queda pensativo: no conoce personalmente a los de ahora. Pero considera que «el discurso político actual tiene un trazo más grueso, está cuajado de descalificaciones ad hominen. Los de aquel entonces eran oponentes, no enemigos», apostilla. «Cuando decidimos publicar las biografías de Felipe González y de Manuel Fraga, propuse a ambos prologar la de su contrincante político y ambos aceptaron».

Volviendo a su labor, le pregunto cómo surgió la idea de editar grandes obras maestras de la literatura ilustradas por artistas como Antonio Saura o Eduardo Arroyo. «Particularmente Saura, quien a lo largo de casi dos décadas creó más de medio millar de dibujos originales para las ediciones de lo que llamamos Los libros de su vida; entre ellos, Don Quijote de la Mancha (premiado con la Medalla de Plata en el certamen Los libros más bellos del mundo de Leipzig)  o Poesía y otros textos de San Juan de la Cruz, La familia de Pascual Duarte, Los Diarios de Kafka, El Criticón o la conocida novela de Orwell, 1984», apunta. «Pero también, entre otros muchos pintores, están Eduardo Úrculo, ilustrando El extranjero de Camus, o Eduardo Arroyo, que logró imprimir una huella inconfundible en la edición de arte con sus dibujos para Ulises ilustrado en el cincuentenario de la muerte de Joyce; además de Don Juan Tenorio o la trilogía de Goytisolo encabezada por Paisajes después de la batalla».

Meinke: «El libro impreso es un bien de primera necesidad espiritual (y, por qué no, también física y sensual)»

Todo ello, como cabía esperar, conjugado con el beneficio empresarial. «Sí, sí, pero el beneficio solo se consiguió apostando por un proyecto a largo plazo y conjugando siempre la necesidad de aportar también a la sociedad un beneficio intangible, siguiendo la manera social de entender el negocio del fundador de Bertelsmann, Reinhard Mohn» y, siempre, con enorme respeto por el lector, por la persona del socio. «A su servicio estaba un ejército de personas, dentro y fuera del Círculo –lo que yo llamaba ‘la cofradía del libro’–, cada una con su misión: autores, artistas y diseñadores; redactores, tipógrafos, correctores e impresores; también vendedores y captadores de puerta a puerta, repartidores, libreros, críticos, informadores en los medios…».

Cuando le pregunto qué sintió hace unos meses cuando el grupo Planeta comunicó su decisión de destruir el fondo bibliográfico del Círculo, sus ojos se nublan, quizás recordando cómo un trabajo editorial de tantos años (y tanto éxito) pudo desfallecer inexplicablemente. Sin embargo, subraya, «surgieron un montón de voces de escritores, críticos y lectores que, recordando lo que supuso para ellos la tarea llevada a cabo por el Círculo, clamaron unánimemente frente a la decisión de Planeta hasta el punto de que consiguieron su revocación».

[…]

Pasamos la tarde conversando. No me doy cuenta apenas del tiempo que transcurre, inexorable, a pesar que el sol parece querer demorar su poniente. ¿Sería posible que hoy, en la época del avance exponencial de las tecnologías, un club como el Círculo tuviese un lugar en el mundo editorial? «Un club del libro podía ser impulsado gracias a los avances tecnológicos, a la red. Podría servirse de ella, llegar más rápido y más lejos, con el objetivo de que ocurra algún día lo que sucedió con los panes y los peces del Nuevo Testamento: el milagro de una infinita multiplicación, capaz de saciar e iluminar a la humanidad. Todo ello sin perder la cercanía con el lector y el contacto con el libro impreso, un bien de primera necesidad espiritual (y, por qué no, también física y sensual)», reflexiona.

Recordamos también juntos el viaje de su vida, desde su primera infancia en Marruecos, su formación escolar, primero, en el Instituto Hispano-Marroquí –un lugar de convivencia intercultural e interreligiosa– y, luego, en Barcelona. También su aprendizaje como agente naviero en Rotterdam, sus estudios universitarios de economía, filología románica y germánica, en la Universidad de Hamburgo y su vida profesional en España. «¿Te ayudó el cosmopolitismo a tener una visión también cosmopolita de la labor que debía realizar el Círculo?», le planteo.

«El pasado histórico y el desarrollo futuro de mis dos patrias (España y Alemania) se convertirían para mí en objeto de un permanente interés que, en mis años de editor, cristalizaría en el afán de publicar obras destinadas a promover la reflexión crítica sobre nuestra historia, a mejorar el conocimiento de nuestros logros y carencias, así como a alentar la evolución hacia un modelo de sociedad más abierta, tolerante, moderna y participativa», responde. Pienso, para mis adentros, en los valores que intenta hacer llegar a los lectores Ethic, una propuesta también basada en el humanismo, desde el respeto al pluralismo y la diversidad, y la defensa de la democracia liberal, de algún modo objetivos encarnados en aquellos años por el Círculo de Lectores.

Ya jubilado, Meinke sigue teniendo su mesa repleta de libros, periódicos españoles y extranjeros, y correspondencia. Recientemente, la Fundación Princesa de Asturias le pidió que se reincorporara como parte de uno de sus jurados, en cuya tarea ya se ha enfrascado. Sigue pendiente la apertura y organización de sus archivos. Yo le animo a la publicación de un libro donde refleje, a modo de semblanzas personales, su visión sobre los grandes escritores, intelectuales y políticos con los que compartió trabajo, diálogos y tiempo, algo que, confiesa, no descarta. Lo dice mientras mira los árboles y esa tierra mediterránea por la que siente una atracción casi física, a la que cuida con esmero junto a sus abejas, quizás esperando no solo los frutos, sino que, el día de mañana (que, confío, le llegue tarde) esta le acoja benignamente pues, en definitiva, «de la tierra venimos, y a ella volveremos».

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