¿Estamos hechos para la monogamia?
El origen de la monogamia, aunque difuso, es explicable por cuestiones evolutivas, biológicas y culturales. Hoy, según la Universidad de Maryland, poco más de 40 de las 238 sociedades del mundo consideran el régimen monógamo como un estado natural de las parejas.
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Como un pesado deber, Raymond Carver nos dejó un recado dentro de uno de sus relatos. «¿Qué sabemos cualquiera nosotros del amor?» se preguntaba, desconcertado, el autor estadounidense. «Me da la impresión –proseguía– de que en el amor no somos más que unos completos principiantes». La eficacia de esta cuestión resplandece particularmente cuando su dirección alcanza las múltiples formas en que se plasman las propias relaciones humanas, construidas durante generaciones sobre los cimientos de la tradición y la costumbre. Al fin y al cabo, ¿qué sabemos cualquiera de nosotros de la monogamia que siempre hemos visto en nuestra sociedad?
Según afirma Arcadi Navarro, investigador de biología evolutiva en la Universidad Pompeu Fabra, la monogamia «tiene muchísimos orígenes y responde, principalmente, a una evolución convergente». Es decir, que no hay un solo factor que determine o haya determinado un comportamiento monógamo en los seres humanos. Las fronteras en la naturaleza son difusas, y el inabarcable número de especies, entornos y estímulos vuelven extremadamente complicado mostrar las razones de su aparición de una forma precisa. Así, no es extraño que el número de teorías e hipótesis asociado a este fenómeno sea enorme. Las múltiples raíces a las que se encuentra unida en nuestras sociedades –en términos religiosos, sentimentales o incluso económicos– hacen también más difícil que el foco no tiemble a la hora de apuntar.
«Fundamentalmente, la sensación más general es que la monogamia se desarrolla en la naturaleza por una cuestión de certeza en la inversión de la progenie. En algunos organismos del reino animal, como los pájaros, se tiene que criar al huevo durante los meses que haga falta hasta que la cría sea autosuficiente. En estos casos, un comportamiento monógamo ayuda a garantizar que la inversión la producen los dos progenitores, asegurándose así el macho de que está criando su progenie y no la de otros», señala Navarro. También añade, además, que nuestras acciones, al final, están orientadas «no a nuestra supervivencia, sino al paso de nuestra herencia a la siguiente generación».
El espejo del mundo animal, sin embargo, puede convertirse a veces en una trampa: la sofisticación de nuestra especie, así como la multiplicidad de entornos y estímulos sociales que nos rodean, vuelve extremadamente difícil cualquier comparación en términos absolutos, una complejidad que termina por enredar casi todas las investigaciones. Hay algo, eso sí, que es completamente evidente: esa especie de determinismo que se le asocia es algo que hoy solo cabe desechar. «Es verdad que se ha propuesto la monogamia como una característica imprescindible de nuestro desarrollo desde la infancia hasta la edad adulta… pero esto no puede ser cierto: hay múltiples casos de bebés criados por colectivos de mujeres, o incluso en kibutzs [granjas colectivas israelíes], que muestran un desarrollo, una cultura y una inteligencia normales», explica el biólogo.
Arcadi Navarro: «Se ha propuesto la monogamia como una característica imprescindible de nuestro desarrollo, pero no es cierto»
La realidad muestra la diversa complejidad en que el humano se sitúa, convirtiéndose en un ser cuyo desarrollo puede darse –y funcionar– en contextos completamente distintos. «Tú puedes tener organismos con programas genéticos para hacer obras arquitectónicas increíbles, como las termitas. Ahí no hay aprendizaje, sino que proviene todo de la carga genética. Sin embargo, también existen otros organismos en cuyo programa genético se les prepara para una descomunal variedad de cosas que pueden aprender y desarrollar. Aquí, la monogamia, forma parte de esto. Cabe recordar que la humanidad ha pasado por una enorme diversidad de culturas. En el caso concreto de la cultura occidental hay que tener en cuenta que entronca, además, con la cultura grecorromana y la semítica, donde hay, por ejemplo, múltiples ejemplos de poligamia», recalca Navarro. Para el investigador, el programa genético humano es el que tiene la clave del origen de casi todo; quizás no exclusivamente de la monogamia, pero sí de la elasticidad que muestran la casi infinita variedad de conductas y comportamientos sociales. Y es esa plasticidad casi absoluta la que ha habilitado, durante años, un espectro de distintos «estilos de vida» que van desde la monogamia y la poligamia hasta las conductas más violentas.
Aurora González, profesora de antropología social en la Universidad Autónoma de Barcelona, pone el acento, principalmente, en los factores biológicos de los primates pre-sapiens. «El paso a la bipedestación, el estrechamiento del canal de parto y el nacimiento de crías que tardan en completar su desarrollo hacen necesaria la cooperación de grupo no solo para la obtención de alimento y defensa, sino también para la crianza», explica. Sin embargo, también hace hincapié en la interdisciplinariedad, ya que según González no todo puede ser explicado desde una perspectiva biológica, sino que también debe haber aportes socioculturales y psicológicos.
¿Monógamos por error o por supervivencia?
Entonces, ¿podemos decir que la monogamia es producto de un mero accidente histórico o biológico? Las teorías se suceden y, a pesar de las apariencias, nada parece ser aleatorio y mucho menos un producto del amor romántico. Aunque no se trata de una decisión consciente, sí podemos decir que se trata, eso sí, de una elección –inconsciente, ajena, pero elección al fin y al cabo–. Una de las teorías específicas más notables y recientes reduce el origen de la monogamia, principalmente, al peligro de que los machos primates ajenos matasen a la prole propia. El estudio, divulgado por la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), entronca con la «inversión» de tiempo de las especies a la que aludía el propio Arcadi Navarro: los infantes son más vulnerables cuando dependen totalmente de la madre, pero la participación de los machos en la crianza abrevia el período de dependencia infantil y permite que las hembras se hallen disponibles para la reproducción en un menor intervalo de tiempo. A esto se uniría, según afirman, las ventajas de una maduración lenta, como ocurre con la aparición de cerebros de gran tamaño en los seres humanos.
Según afirma González, las variaciones a que se enfrentan los antropólogos para determinar causas de fenómenos como éstos, cuentan con muchas variaciones. «Por ejemplo, en medios hostiles como los ambientes desérticos o árticos, la fisión temporal en grupos pequeños de una mujer, un hombre y unos niños puede ser indispensable para la supervivencia», explica. Sin embargo, la experta también señala al patriarcado como una cuestión central. «Somos las mujeres las que tenemos los hijos, mientras que los hombres solo pueden tenerlos aliándose o controlando a las reproductoras. Hay que tener en cuenta muchos elementos, como que el ratio entre mujeres y hombres es cercano al 50%, y solo es posible la poliginia con un control de los hombres mayores no solo sobre las mujeres, sino también sobre los hombres jóvenes», apunta.
Según la Universidad de Waterloo, la monogamia pudo originarse debido a la menor transmisión que ofrece en cuanto a las enfermedades venéreas
Visto así, el origen se presenta enmarañado dentro de una suerte de mejunje de factores biológicos y culturales. Tanto es así que la monogamia cuenta con interpretaciones fundamentalmente diferentes en cuanto a su etiología. Mientras la Universidad de Cambridge puede hacer hoy hincapié en la teoría de la defensa de los machos a las hembras –cuyos esfuerzos protectores se reducirían a una hembra, ante la dificultad de poder defender a más de una–, Friedrich Engels lo hacía en las relaciones económicas: para él, fue la monogamia la que trajo la primera forma de familia basada en condiciones no naturales, sino económicas, y que por tanto, presentaba un triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común.
De hecho, el filósofo alemán no dudaba en afirmar que la monogamia «fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y las riquezas privadas, aquella época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo, y el bienestar y el desarrollo de unos se verifica a expensas del dolor y la represión de otros». Incluso añade conceptos que hoy podrían resonar profundamente en algunas corrientes feministas, afirmando que «el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino». No faltan tampoco teorías que se centren en la salud colectiva, ya que según la Universidad de Waterloo, la monogamia pudo originarse fundamentalmente debido a la menor transmisión que ofrece en cuanto a las enfermedades venéreas.
A pesar de todo, la monogamia tampoco se puede considerar como algo monolítico que transcurra inamovible en el tiempo. Mientras hasta hace poco una unión se daba por conveniencia, ahora se da –al menos, en principio– mediante una elección personal, y mientras la infidelidad podía ser una imposición de carácter profundamente religioso, ahora es una imposición puramente moral. Dicho de otro modo, las formas culturales cambian, pero también su contenido. Hoy, según la Universidad de Maryland, poco más de 40 de las 238 sociedades del mundo consideran el régimen monógamo como un estado natural de las parejas.
Para el profesor Arcadi Navarro, la principal cuestión relacionada con este sistema es aquella que el antropólogo Desmond Morris ya había calificado como «monogamia secuencial»: mientras los neandertales tenían una vida que no superaba el umbral de los cuarenta años, el alargamiento de la esperanza de vida actual hasta más allá de los ochenta ofrece la oportunidad de cambiar de parejas múltiples veces a lo largo de la vida –o, lo que es lo mismo, comprometerte con una sola persona en distintas ocasiones–. La evidencia muestra, de hecho, que la monogamia se ha desechado durante diversas ocasiones a lo largo de nuestra historia global, por lo que es fácil asumir que ha respondido a las necesidades y atracciones específicas de cada contexto.
Si en la naturaleza todo proviene de múltiples orígenes, no cabe sino confiar en que gran parte de las teorías biológicas y sociológicas sobre el tema son –al menos en cierta medida– correctas. Paradójicamente, sin embargo, parece que no cabe aquí ningún determinismo: nada nos ha obligado, salvo nosotros mismos, a ser sociedades monógamas. Carver tenía razón: en el amor, al final, no somos más que unos principiantes.
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