Opinión

El destino del progreso

Nuestra civilización va hacia algún sitio, eso está claro. Pero, ¿sabemos hacia dónde? ¿Será ese panorama en el que todos los seres humanos nacen, viven y mueren en igualdad de condiciones?

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11
noviembre
2020
Mad Max: Fury Road

Las civilizaciones antiguas miraban al pasado para intentar comprender su destino, y lo hacían a través de los relatos. Nosotros, en cambio, miramos al futuro sobre los restos de un pasado conquistado. Lo más parecido a esos mitos serían las narrativas de ciencia ficción, que situamos en el futuro, manteniendo un diálogo constante con uno de los principios fundamentales de nuestra forma civilizatoria: el progreso. La creencia en el progreso nos hace mirar al abismo de lo posible, como por ejemplo la expansión de la humanidad más allá de los límites del planeta y el encuentro con otras formas de vida. Así surgió en 1950 lo que se ha llamado la paradoja de Fermi, la aparente contradicción entre las posibilidades de encontrar civilizaciones tecnológicamente avanzadas y el hecho de que no hayamos observado evidencias de ninguna. Existen innumerables respuestas a esta paradoja, pero ninguna tan pesimista como la del propio Fermi, quien en aquella época estaba trabajando el desarrollo de la bomba atómica y conjeturó que el desarrollo de la tecnología implica un potencial cada vez mayor de autodestrucción. Esa advertencia ya la habían recogido los antiguos griegos en el mito de los atlantes, que fueron destruidos como castigo por su soberbia.

Hace tiempo que los relatos de nuestra cultura, esos que podrían cumplir la función de mitos y leyendas, nos están advirtiendo de nuestra propia soberbia: La Fundación de Isaac Asimov comienza con la inevitable destrucción del Imperio galáctico; Mad Max nos sitúa en un irremediable futuro después del colapso ecológico; y seguro que quien lee es capaz de citar con facilidad una decena de ejemplos de eso que llamamos distopías. Yo creo que en realidad nos están avisando sobre un tipo concreto de progreso, ese que se justifica a sí mismo, sin importar nada más; ese que avanza solo porque cree que avanzar es provechoso. Es evidente que no siempre es conveniente avanzar, pues si me lleva hacia un lugar lleno de peligros donde encontraré una muerte segura, a lo mejor merece más la pena quedarme quieto. Por lo tanto, más importante que avanzar sería saber hacia dónde vamos.

«Más importante que avanzar sería saber hacia dónde vamos»

Nuestra civilización va hacia algún sitio, eso está claro. Pero, ¿sabemos hacia dónde? Y, sobre todo, ¿podemos controlarlo? Yo creo que no sabemos muy bien qué tenemos delante. Otro paisaje, eso seguro; algo diferente, que suponemos mejor… Pero, ¿será realmente el paisaje que queremos ver? ¿Será ese lugar plácido en el que la comunidad reconoce a través de sus sistemas la igual dignidad, libertad y derechos de todos los seres humanos? ¿Será ese horizonte en el que estamos en equilibrio entre nosotros y con la naturaleza? ¿Será ese panorama en el que todos los seres humanos nacen, viven y mueren en igualdad de condiciones?

No podemos estar seguros. No porque no fuéramos capaces de conseguirlo, que lo somos, sino porque creo que no hemos determinado aún ningún destino para el desarrollo tecnológico y cultural, más allá de ser una sociedad cada vez más desarrollada. Lo único que importa es avanzar, pero no hacia dónde. Es verdad que los adelantos en campos como la medicina o los derechos sociales parecen indicar que vamos en la dirección correcta, pero no podemos confiarnos. A lo mejor sí es la utopía la que esta delante, o puede que no, que el no-lugar al que nos dirigimos se parezca mucho a este, con tecnologías diferentes, pero las mismas diferencias aberrantes entre personas y naciones. Un lugar estresante y tóxico, con tanta hambre como obesidad, insalubre en todos los extremos, con una alimentación deteriorada, una naturaleza consumida…

Si realmente tuviéramos control sobre la maquinaria del progreso, crearíamos solo lo que necesitamos, que es mucho menos de lo que tenemos y consumimos. Nos hubiéramos dispensado del trabajo repetitivo para dedicarnos, por ejemplo, al ejercicio de las artes, el estudio, la contemplación y la virtud. Nos hubiéramos liberado de la producción y el consumo, en vez de someternos a ellos de tal forma que no podemos parar de consumir porque, como estamos viendo, todo el sistema económico se desmorona. Es verdad que el desarrollo tecnológico y mercantil nos permite vivir con más comodidades, pero puede que no más cómodamente.

«El desarrollo por el desarrollo nos lleva a correr, pero no sé si a mejorar»

Avanzar es solo una consecuencia, no lo que justifica el movimiento. Es verdad que podemos progresar hacia formas civilizatorias mucho más justas. Creo ciegamente en el progreso y la perfectibilidad del ser humano, pero no en ese progreso vanidoso que ahora ostentamos –que no es otra cosa que la arrogancia de dominar la naturaleza y sentirnos cada vez más altos–, sino en el otro, en ese progreso que agacha la cabeza y se somete a otros objetivos más humanos que le dan sentido. Para mí, no pueden ser otros que la Justicia, la Libertad y la Dignidad del Ser Humano.

En cambio, el desarrollo por el desarrollo, o el crecimiento por el crecimiento, nos lleva a correr, pero no sé si a mejorar. Tengo la impresión, desde mi experiencia humana particular –no puedo generalizar–, que voy a una velocidad desbocada, que siempre hay algo que hacer, incluso varias cosas al mismo tiempo. Casi nunca tengo tiempo para el recogimiento. Y me pregunto dónde me llevará toda esta velocidad. A juzgar por las prisas, parecería que tiene que ser un lugar maravilloso.

¿A dónde vamos tan rápido? Si la respuesta que Fermi dio a su paradoja es acertada, a lo mejor no nos interesa correr hacia ese final trágico. Y, si no lo era, puede que queramos disfrutar un poco más del paisaje o pensar cómo nos gustaría que fuera. Aún estamos a tiempo de levantar el pie del acelerador y decidir a dónde nos conduce todo este desarrollo tecnológico y cultural. A lo mejor ese lugar está más cerca de lo que pensamos.


(*) Samuel Gallastegui es doctor en Arte y Tecnología por la Universidad de País Vasco.

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