Opinión
Cuando el frío llegó a Europa
En el siglo XVI, con una sociedad feudal completamente dependiente de la agricultura, la crisis climática alteró por completo todos los ámbitos de la vida, desembocando en una auténtica crisis intelectual. Hoy, el mundo entero se enfrenta a una situación como mínimo similar a la que se vivió en aquel entonces, si no muchísimo peor.
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Hacia finales del siglo XVI comenzó lo que se conoce como Pequeña Edad de Hielo, un período caracterizado por un drástico descenso de las temperaturas que afectó a Norteamérica, Europa y Asia durante los siglos siguientes. Situaciones tan impensables hoy en día en la cuenca mediterránea como heladas en puertos como Marsella o en ríos tan meridionales como el Ebro ocurrían entonces. En Londres fue frecuente que el Támesis se congelase en invierno, llegando a ser utilizado en numerosas ocasiones como pista de patinaje o como superficie para celebrar las famosas ferias de hielo. Cuando el frío era especialmente severo y el grosor del hielo lo permitía, como sucedió en el invierno de 1684, la superficie del Támesis se llenaba de casetas, tiendas y carruajes como si de una parte del trazado de la ciudad se tratase, y esta se convertía en la principal atracción de la ciudad.
El libro de Philipp Blom El motín de la naturaleza (Anagrama, 2019) reflexiona sobre las consecuencias de esta alteración climática y su relación con el surgimiento del mundo moderno. Aunque se trató de un fenómeno que afectó principalmente al hemisferio norte del planeta, su impacto fue especialmente severo en Europa. La radical bajada de las temperaturas, además de los fenómenos meteorológicos extremos, que se hicieron mucho más frecuentes, tuvo un impacto dramático en las cosechas. En un sistema feudal tan dependiente de la agricultura estas circunstancias provocaron un aumento de las hambrunas y la muerte de muchísimas personas. De esta manera, la búsqueda de mecanismos para hacer frente a estos cambios que estaban teniendo lugar se convirtió en un auténtico desafío existencial para el continente. A pesar de que las transformaciones posteriores en ámbitos como la agricultura, la economía o la cultura no tuvieran una relación causal directa con el descenso de las temperaturas, su efecto sirvió para evitar unas consecuencias potencialmente catastróficas y situaron a Occidente como la potencia dominante a nivel global durante los próximos siglos, una hegemonía aún vigente hoy en día.
Otras partes del mundo también fueron gravemente afectadas por las consecuencias de este enfriamiento del clima, pero no se desarrolló una respuesta similar ni se produjeron cambios comparables a los que tuvieron lugar en Europa. El Imperio otomano, que ya sufría de otra clase de problemas, vio cómo unos durísimos inviernos cada vez más frecuentes acabaron con sus cosechas y agravaron aún más su situación, llegando el hielo incluso al Bósforo. El comercio internacional ya se había alejado del Mediterráneo oriental para expandirse por el Atlántico y el Pacífico, lo que dificultó paliar los efectos de las malas cosechas y las hambrunas de igual forma a lo que estaba sucediendo en Europa, quedando así relegados a una situación periférica respecto del comercio mundial. Su ocaso llegó con la derrota en el sitio de Viena de 1683; ante la falta de recursos llevar a cabo otra vez una empresa semejante era sencillamente imposible. En el caso de Rusia –donde los durísimos inviernos también llevaron a la hambruna y a la muerte a una gran parte de la población–, la receta de consolidar un imperio colonial basado en el comercio no estuvo tampoco tan fácilmente al alcance de un territorio sin acceso a mar abierto y para el que, además, fue menos necesario al contar con una superficie terrestre tan amplia. Por último, aunque en China sí tuvo lugar una intensa actividad comercial con Europa, una serie de desastres naturales, así como las cosechas fallidas y las hambrunas provocadas por la Pequeña Edad de Hielo llevaron al colapso de la dinastía Ming en 1644. Aunque se podrían encontrar explicaciones a este fenómeno de muy diversa índole, la geografía tuvo un papel crucial a la hora de decidir el destino de estos territorios. Tanto Rusia como la Sublime Puerta no tenían un acceso directo a los océanos, lo que impidió tomar un camino basado en el comercio de ultramar y el establecimiento de imperios para mitigar los efectos de una oferta alimentaria en declive. Europa contó, de manera natural, con una clara ventaja sobre sus principales competidores que le situaría en una situación predominante de cara a los siglos venideros.
«El motivo que estaba detrás de estos cambios fue la búsqueda de poder y dinero frente a otras potencias»
Pero no solo la geografía salvó a Europa, sino también una asombrosa capacidad de adaptación. Los viñedos se desplazaron hacia el sur cientos de kilómetros en busca del sol necesario para que la uva madurase; se diversificaron los cultivos para incluir plantas más robustas a las condiciones climáticas, como la patata y el maíz; el desarrollo de nuevas técnicas agrícolas aumentó la producción de grano hasta tres veces, y el comercio de cereales sirvió para solucionar algunos de los problemas de desabastecimiento. Europa estaba aprendiendo a convivir con el frío, pero, además, estaba transformándose. El comercio exterior la había hecho más rica, aunque a costa de los más pobres y aquellos que no podían defenderse, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Por supuesto, el idealismo no fue el motivo que estaba detrás de estos cambios, sino la búsqueda de poder y dinero frente a otras potencias. El desarrollo económico y social de Europa también fue una cuestión de supervivencia para muchas naciones. Se abrió entonces paso un proceso de fragmentación competitiva que potenció el desarrollo tecnológico y económico de los países, así como la alfabetización y el aumento de la educación en la población.
Sin embargo, este proceso de transformación económica y social que se vivió en Europa no constituyó un horizonte de progreso para el conjunto de sus habitantes. Para las clases medias y la burguesía de las ciudades el surgimiento de nuevos mercados y el desarrollo del comercio fue ligado a su emancipación social. Esta nueva clase empezó a comprender que sus intereses no debían ir de la mano del viejo orden, sino que debían crear uno propio en el que pudieran hacerse cargo de su propio destino. La Ilustración fue también producto de la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, para los desposeídos, los pobres de las zonas rurales, los jornaleros, los obreros de las zonas urbanas, así como aquellos que se encontraban en la red europea de colonias y sus plantaciones esclavistas, este proceso de transformación fue un desastre a gran escala. Los impuestos, la inflación, el vallado de las dulas o las penosas condiciones de vida en las ciudades y sus consecuencias, las pandemias, acrecentaron los problemas de una parte de la población que ya tenía dificultades antes de que este proceso comenzase a desarrollarse. Por eso mismo, la Pequeña Edad de Hielo podría haber tenido un papel protagonista en conflictos como la Revolución francesa de 1789. Francia fue uno de los últimos países en introducir la patata en sus cultivos, considerada un alimento propio del vulgo, a pesar del éxito que este tubérculo había tenido en el resto del continente. Durante la década de 1780 se sucedieron una serie de malas cosechas que pudieron contribuir a fomentar el resentimiento de los franceses para con sus gobernantes, más preocupados en mantener su lujoso tren de vida en Versalles.
Ya en el siglo XIX, mientras se empezaban a observar los últimos vestigios de la Pequeña Edad de Hielo, tuvo lugar el conocido como «año sin verano», en 1816. El descenso de las temperaturas, junto con la erupción del volcán Tambora en Indonesia el año anterior provocó un invierno volcánico que tuvo consecuencias a nivel mundial, llegando a producirse heladas en pleno verano en algunos territorios. El frío de ese invierno, además de las fuertes lluvias, provocó el fracaso de una gran mayoría de cosechas en toda Europa, lo que llevó a la peor hambruna del siglo XIX, que más tarde se tradujo en grandes disturbios y saqueos. El frío se despidió de Europa, pero dejó un legado: ese mismo año Mary Shelley, que había pasado ese oscuro y húmedo verano en Suiza, empezó a escribir Frankenstein, que se publicaría dos años más tarde.
«La Ilustración fue también producto de la lucha contra el cambio climático»
La adaptación al cambio que las sociedades europeas llegaron a desarrollar de manera esporádica, es decir, sin una planificación u objetivos previamente establecidos, condujo a un nuevo orden económico, el capitalismo temprano. Europa sufrió una transformación sistemática. En una sociedad feudal completamente dependiente de la agricultura, la crisis climática alteró por completo todos los ámbitos de la vida, desembocando en una auténtica crisis intelectual. Las preguntas ya no podían responderse únicamente desde un punto de vista teológico, eran necesarias otras respuestas. Estos cambios desencadenaron auténticas revoluciones respecto del orden anterior: sociedades en las que el comercio o el dinero constituían prácticamente fenómenos anecdóticos comenzaron una progresiva orientación hacia un sistema económico monetario. Como apuntamos antes, el idealismo humanista no era el motivo que estaba detrás de la mayoría de estos cambios. El objetivo último del crecimiento económico era la necesidad de mantener un Estado seguro capaz de hacer la guerra. Para estos nuevos imperios coloniales europeos, el desarrollo de la industria y el comercio era una herramienta más para expandir su dominio. Europa había conseguido saciar su hambre en un mundo más frío, pero también había construido los cimientos de su poder. No obstante, aunque consiguió dominar el mundo a través del capitalismo, este crecimiento económico estaba basado en un sistema global de explotación económica y extracción de recursos. Tanto para los habitantes de los territorios coloniales, como para los esclavos africanos, los jornaleros sin tierra o los obreros industriales de las grandes urbes, este sistema constituyó, como mínimo, la sustitución de una tiranía por otra.
El camino que tomó Europa no estaba predeterminado. Perfectamente podría haber ido por otra dirección y de ser así es probable que hubiera tardado más en deshacerse del Antiguo Régimen si el clima no hubiera presionado hasta el punto de suponer una amenaza existencial para el continente. Hoy, varios siglos después, el mundo entero se enfrenta a una crisis climática como mínimo similar a la que se vivió en aquel entonces, si no muchísimo peor. El desafío sin resolver de la Ilustración, los derechos humanos universales, junto con la promesa de la democracia deberían constituir dos objetivos irrenunciables en contra de quienes dejan entrever que la solución a la actual crisis climática pasa por una regresión autoritaria. Lo que necesitó de varios siglos de debates y revoluciones para convertir esos ideales en realidades podría necesitar mucho menos tiempo para desaparecer.
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