Cultura

Rosalía antes de Rosalía

Aunque 183 años después de su nacimiento es su tocaya quien suele acaparar la atención mediática, sin la obra de Rosalía de Castro no se puede entender la literatura española contemporánea: más allá de la importancia de su figura para reivindicar la importancia del gallego como lengua y de la belleza de sus versos, la escritora también destacó en la defensa de la libertad de las mujeres, educadas entonces para permanecer en casa al cuidado de su familia.

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24
febrero
2020
Rei Zentolo

Hace unos días, Twitter se encendía una vez más –si es que alguna vez está apagado– por una noticia en la que el diario ABC recogía los rostros de las personas con más entradas en Wikipedia según su provincia de nacimiento. A los comentarios reseñando la falta de mujeres en el mapa, se unía otro tipo de molestias de corte más local… que venían especialmente desde Galicia: por número de referencias, los cuatro gallegos ganadores eran Francisco Franco (A Coruña), Mariano Rajoy (Pontevedra), Manuel Fraga (Lugo) y Alberto Núñez Feijoo (Ourense). Poco después de su publicación, como suele pasar en la red social del pájaro, otro nombre de fuera de la lista se colaba en los trending topics: Rosalía de Castro.

Entre competidores de altura como Valle-Inclán, Concepción Arenal, Emilio Castelar, Camilo José Cela o Emilia Pardo Bazán, el nombre de una de las autoras más importantes de la literatura española contemporánea era reivindicado por miles de personas como una de las candidatas a hacerse con el escalón más alto del podio de ilustres. No en vano, la fecha de la publicación de su libro Cantares gallegos –el 17 de mayo de 1863– fue la elegida para establecer el Día de las Letras Gallegas, que desde 1963 se celebra cada año. Pero la importancia de su figura no se limita solo a la belleza de su obra o al papel que juega dentro de la transmisión del gallego: sin la autora coruñesa no podría entenderse el papel fundamental que jugaron las mujeres en la literatura española contemporánea.

«Rosalía de Castro fue siempre una escritora incómoda y, de algún modo, no ha dejado de serlo. De ahí, la fascinación absoluta que ejerce en sus más fervientes lectores, a los que, por otra parte, no les conviene tener demasiados prejuicios. Porque ella tampoco se siente a gusto en ninguna postura fija. ¿Poeta en lengua gallega? ¿Y en castellano? ¿Novelista también? ¿Nacionalista? ¿Feminista? ¿Ecologista incluso? Demasiadas etiquetas, tal vez, para la voz de una mujer que luchó desde su poesía contra todas las convenciones y en la que se despierta un futuro al que quizá no hemos sido capaces de llegar todavía sus lectores», escribe la filóloga María Vázquez Guisán en su trabajo académico En las orillas del Sar: Rosalía de Castro y el despertar de una nueva voz lírica femenina.

«Porque todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben», escribía en 1859

Más allá de la importancia de su figura dentro del Rexurdimento gallego y de la belleza de sus obras –consideradas, junto a las de Gustavo Adolfo Bécquer, las más importantes del Romanticismo español y pioneras de la lírica española moderna–, Rosalía de Castro también destacó en las reivindicaciones de su papel como mujer escritora en un momento en el que no era fácil serlo. Al igual que las ya citadas Concepción Arenal o Emilia Pardo Bazán, la poeta defendió la libertad de las mujeres, entonces educadas para permanecer en casa al cuidado de su familia. «Posible me sería añadir que mujeres como Madame Roland, cuyo genio fomentó y dirigió la Revolución francesa en sus días de gloria; Madame Staël, tan gran política como filósofa y poeta; Rosa Bonheure, la pintora de paisajes sin rival hasta ahora; Jorge Sand, la novelista profunda, la que está llamada a compartir la gloria de Balzac y Walter Scott; Santa Teresa de Jesús, ese espíritu ardiente cuya mirada penetró en los más intrincados laberintos de la teología mística; Safo, Catalina de Rusia, Juana de Arco, María Teresa de Austria y tantas otras cuyos nombres la historia, mucho más imparcial que los hombres, registra en sus páginas, protestaron eternamente contra la vulgar idea de que la mujer sólo sirve para las labores domésticas y que aquella que, obedeciendo tal vez a una fuerza irresistible, se aparta de esa vida pacífica y se lanza a las revueltas ondas de los tumultos del mundo es una mujer digna de la execración general», escribía en el prólogo de La hija del mar, una novela escrita en 1859 en la que reivindica la condición femenina. «Porque todavía no les es permitido a las mujeres escribir lo que sienten y lo que saben», denunciaba en sus líneas.

Esa condición femenina marcó toda su vida, más si cabe cuando decidió dedicarse a escribir, un oficio reservado a los hombres y considerado poco adecuado para ellas. «Se dice muy corrientemente que mi marido trabaja sin cesar para hacerme inmortal», escribía Rosalía de Castro en referencia a los comentarios sobre su matrimonio con el historiador Manuel Murguía, con el que se casó al poco de que el primero escribiera buenas referencias sobre La flor, un folleto de poesías en castellano que la escritora gallega publicó en 1857.

Mª Pilar García Negro: «Hoy, afortunadamante, leemos y comprendemos a la Rosalía de Castro histórica, no a la histérica»

«El feminismo de Rosalía de Castro es correlato lógico de su posición vital, filosófica y política. Actualiza la célebre sentencia de Fourier: “El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación en general”», analiza María Pilar García Negro, para quien la autora «universaliza lo femenino y feminiza lo universal». «Heredera del Padre Feixoo, de Olympe de Gouges, de Madame Roland…, portavoz de las sin voz, intérprete solidaria y cualificada de sus compatriotas, es pionera en la construcción del nuevo paradigma femenino (y, por esto, humano) y de una nueva legitimación. Hoy, afortunadamante, leemos y comprendemos a la Rosalía de Castro histórica, no a la histérica; a la textual, no a la legendaria; a la de carne y hueso, no a la interesadamente santificada en falso; a la gallega y a la universal, hondamente humana y, por eso, entendible por personas de la Humanidad tan distintas y distantes», escribe en Rosalía de Castro: una feminista en la sombra.

En un momento en el que no era fácil significarse en defensa de la mujer, la escritora gallega se posicionaba con claridad. Por ejemplo, en uno de los textos publicados en Lieders dentro de Álbum del Miño de Vigo (1858), cuando apenas tenía 21 años, Rosalía de Castro se denominaba libre frente a lo que la sociedad esperaba de ella. «Cuando los señores de la tierra me amenazan con una mirada, o quieren marcar mi frente con una mancha de oprobio, yo me río como ellos se ríen y hago, en apariencia, mi iniquidad más grande que su iniquidad. En el fondo, no obstante, mi corazón es bueno; pero no acato los mandatos de mis iguales y creo que su hechura es igual a mi hechura, y que su carne es igual a mi carne. (…) Yo soy libre. Nada puede contener la marcha de mis pensamientos, y ellos son la ley que rige mi destino», escribía.

Coincidiendo con el aniversario de su nacimiento, el 24 de febrero se celebra el conocido como Día de Rosalía, aunque, 183 años después de la muerte de la escritora, es una tocaya la que suele acaparar una atención que ella no siempre tuvo en vida. Eso sí, aunque vamos camino de celebrar el bicentenario de su muerte, la Rosalía que no escribía canciones ni poemas diciendo que quería billetes, pero que acabó apareciendo en ellos, ha llegado a puntos del cosmos aún no alcanzados por su tocaya de kilométricas uñas. Si la autora gallega escribía eso de «astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños, /sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?» el pasado mes de diciembre era ella la que alcanzaba, sin soñar, lo más alto de los cielos: los nombres de Rosalía de Castro y del Río Sar fueron los escogidos por nuestro país para bautizar a una estrella y un planeta situados en la constelación de Ofiuco, situado a 240 años luz de la Tierra.

Traducidos a decenas de idiomas –sus obras completas están disponibles incluso en japonés–, sus versos albergan una belleza capaz de transmitir con palabras el olor y el sonido la lluvia, la inmensidad de la naturaleza verde y la nostalgia por el hogar. Mientras tanto aquí, dentro de los límites de su planeta, «hora tras hora, día tras día, / entre el cielo y la tierra que quedan / eternos vigías,/ como torrente que se despeña, / pasa la vida».

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