Sociedad

¿Son mejores los genes de los ricos que los de los pobres?

Diferentes estudios certifican que la mejor carga genética se concentra en las clases altas, al mismo tiempo que la fuerza del trabajo de masas, tan valorada en el siglo XX, empieza a ser prescindible. ¿Llevaremos la desigualdad escrita en nuestro ADN?

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05
noviembre
2019
RICHIE RICH, Macaulay Culkin © Warner Brothers

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Yuval Noah Harari, autor del aclamado Sapiens (uno de los tratados más sintéticos y certeros sobre la historia de la humanidad), escribía hace pocos años en una columna del Huffington Post americano: «La igualdad es uno de los valores más sagrados de la sociedad moderna. Sin embargo, la sociedad moderna está lista para convertirse en la más desigual de la historia». Una sentencia demoledoramente irrebatible, que apostillaba de la siguiente manera: «El ser humano pronto podría dividirse en castas biológicas, con individuos de clase alta transformados en dioses».

No es el único experto que anticipa un futuro así. Antropólogos, científicos e historiadores coinciden en que el concepto de riqueza se va a ampliar –e incluso a trasladar– en un futuro no muy lejano de lo material a lo intangible. Dicho de otro modo: las clases altas no solo se distinguirán por tener mejores coches, casas, ropa o alimentos que el común de los mortales, también serán más listas y talentosas. Pero no solo eso: los avances en manipulación genética llegarán a tal punto que se podrá seleccionar la potenciación de rasgos de la personalidad a la carta, de modo que los ricos serán también más valientes, sensibles, aguerridos, creativos, ingeniosos… Así se resume, en definitiva, un concepto que hoy suena a ficción distópica, pero mañana podría estar perfectamente normalizado a tenor de los augurios de gran parte del a comunidad científica: la desigualdad biológica.

En el siglo XX, las élites tenían interés en solucionar los problemas de los pobres, porque eran militar y económicamente vitales

Harari, en su disertación, llega a otra lúcida y desasosegante pregunta: «¿Qué preferiría hacer la élite india, china o brasileña en el próximo siglo? ¿Invertir en solucionar los problemas de cientos de millones de pobres o en mejorar unos pocos millones de ricos?». En el siglo XX, las élites tenían interés en solucionar los problemas de los pobres, porque eran militar y económicamente vitales. Eran la mano de obra que hacía avanzar a un país desde la base. Pero durante este siglo, con los avances tecnológicos, la fuerza bruta ha entrado en una fase de desuso progresivo, la masa de población mayoritaria comienza a ser un lastre inútil, y bastaría con que las clases altas invirtieran en sí mismas. «Para competir con Corea del Sur o Canadá, Brasil podría necesitar un puñado de superhumanos mejorados, mucho más que millones de trabajadores normales»,concluye Harari.

Gen rico, gen pobre

Las predicciones del autor de Sapiens no son infalibles. Porque el proceso podría ser justamente al revés, aunque la consecuencia sea la misma: los individuos de las clases altas no se modifican a sí mismos genéticamente, sino que son sus propios genes los que les han aupado a las élites. Así lo plantean en un artículo conjunto los economistas Daniel Barth, (del Centro de Investigación Económica y Social de la Universidad del Sur de California), Nicholas Papageorge, (de la Universidad Johns Hopkins), y Kevin Thom (de la Universidad de Nueva York).

Los tres son expertos en un campo emergente conocido como genoeconomía, que combina el estudio de la genética y la economía, y presagia que el ADN de cada uno puede predecir –en parte– su capacidad para tomar decisiones financieras inteligentes y, por tanto, acumular riqueza a lo largo de su vida. Algo que, inevitablemente, le llevaría a las clases altas de la sociedad.

El estudio contó con unos 4.500 individuos mayores de 50 años y sus cónyuges a los que, por medio del llamado puntaje poligénico, se vincularon 74 marcadores genéticos específicos con sus logros educativos. Según el índice obtenido se califica la calidad de los genes de una persona: las personas con puntajes altos tienden a ser más ricas que el resto.

Para poder contrastar estos resultados, los investigadores llevaron a cabo un estudio paralelo basado en factores externos o culturales. Variables que podrían predecir si una persona será rica o no como, por ejemplo, su nivel de educación y el de sus padres, las ganancias recibidas o la herencia familiar. La conclusión fue clara: «Si bien todos estos factores juegan un papel en la influencia de la riqueza individual, por sí solos no han sido suficientes para explicar las diferencias en la riqueza colectiva».

Las personas con puntajes genéticos bajos exhibieron en el estudio comportamientos diferentes a quienes obtuvieron altas puntuaciones. «Eran más propensos a reportar creencias extremas sobre la economía, incluida la probabilidad de auge del mercado de valores o una recesión severa», recoge el informe. Esto los retraía más a la hora de invertir y, por tanto, de acumular riqueza. En este mismo sentido, otro estudio de la Universidad de Edimburgo concluye que los genes «determinan la persistencia de cada uno, así como el autocontrol, dos piezas claves de la personalidad para alcanzar el éxito».

¿La genética nos hace ricos, o la riqueza nos da una mejor genética?

La capacidad de ahorro también es un factor clave para alcanzar la zona alta de la pirámide social. Los investigadores suecos Henrik Cronqvist y Stephan Siegel recopilaron datos de gemelos para mostrar cómo la genética afecta a nuestra manera de ahorrar. Las parejas analizadas, con los mismos genes, tenían un comportamiento similar en la gestión de su dinero. La conclusión del estudio fue que «aproximadamente el 33% de las variaciones en los comportamientos de ahorro dependen de nuestra genética».

¿La genética nos hace ricos, o la riqueza nos da una mejor genética? Cualquiera de las dos respuestas nos lleva al mismo lugar: en el futuro, cada vez más, los buenos genes se acumularán en los estratos altos de la sociedad, y serán mucho más codiciados que la fuerza física, cada vez más irrelevante. «La era de las masas puede haber terminado y, con ella, la era de la medicina de masas», advertía Harari en su artículo. «Los ejércitos ya no se basan en el reclutamiento de millones de soldados, sino en un pequeño número de expertos y tecnologías de vanguardia como los drones sin piloto. En el ámbito económico, los algoritmos están reemplazando a los humanos no solo en trabajos manuales simples, sino también en aquellos que exigen capacidades cognitivas más altas, como conducir taxis, cotizar en bolsa o diagnosticar enfermedades».

La cabeza cobrará más importancia que nunca sobre el resto del cuerpo. El reto está ahora en desterrar el concepto de «mente privilegiada», y conseguir que sea una virtud de todos, no solo de unos pocos.

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