Opinión

El medio ambiente, entre el campo y la ciudad

España debe reconocer el valor de sus recursos naturales e impulsar la economía verde en pueblos y ciudades, ya que sus proyectos son siempre rentables: los beneficios cualitativos en términos de sostenibilidad o cohesión social son ampliamente superiores a los costes.

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04
junio
2019

Seguro que recordarán cómo las protestas de la España vacía irrumpieron con fuerza en la pasada precampaña electoral. La amarga queja de los cerca de 50.000 manifestantes que se congregaron en la madrileña Plaza de Colón en representación de gran parte de nuestras zonas rurales, era el abandono institucional y la ausencia de medidas concretas para evitar su despoblación. Asociaciones como Teruel también existe o Soria ¡ya! calculaban que entre siete y nueve millones de personas en España sienten este abandono y exclusión social por vivir en determinadas partes de Castilla y León, Castilla La Mancha, Extremadura, Aragón o La Rioja. Como era de esperar, muchos de nuestros políticos se subieron a tan inesperado vagón, prometiendo subvenciones para la creación de empresas, oportunidades de empleo para mujeres, banda ancha y digitalización a cambio de votos.

El abandono del campo es, sin duda, una tragedia. No solo porque con la despoblación de amplias zonas rurales llegan la falta de infraestructura, la precariedad de los servicios, el envejecimiento de los habitantes que se quedan y la escasez de oportunidades de empleo y crecimiento, sino por el abandono del nuestro patrimonio natural y de las oportunidades de explotación sostenible de los recursos que ofrece. Sin embargo, aparte de la caza y de los toros, pocas se mencionaron en campaña. Mientras tanto, países de nuestro entorno están haciendo un verdadero esfuerzo por poner en valor los recursos naturales. Así, se está desarrollando una nueva generación de novedosos proyectos de infraestructura verde –desde purificación y almacenamiento de agua potable a adaptación al cambio climático– y oportunidades viables de desarrollo económico sostenible e inclusivo para la comunidad. El objetivo principal es reforzar los distintos servicios que ofrece la naturaleza como solución sostenible en los proyectos de infraestructura tradicionales o simplemente, como recursos de nuestra biodiversidad.

«Aparte de la caza y los toros, durante la campaña apenas se habló de las oportunidades y recursos que ofrece el patrimonio natural»

Una de las principales dificultades es identificar esos servicios e integrarlos en los planes de desarrollo. La definición del papel que pueden jugar nuestros bosques, los valles inundables o los diques vegetales por citar solo algunos, dentro de los sistemas de infraestructura resulta a veces compleja, aunque es cada día más fácil gracias a las nuevas tecnologías y el éxito demostrado de los primeros proyectos piloto. Otra dificultad fundamental es demostrar la viabilidad financiera de estos proyectos de infraestructura verde. Desde un punto de vista económico, estos proyectos son siempre rentables ya que los beneficios cualitativos en términos de sostenibilidad o cohesión social son ampliamente superiores a los costes del proyecto; pero estos beneficios, en ausencia de un precio sobre las emisiones de carbono evitadas o sobre el beneficio social de evitar la despoblación de una localidad, no se contabilizan en los resultados puramente financieros.

La Comisión Europea, con su Fondo para Inversiones en Capital Natural (NCFF) promueve la recuperación de espacios naturales y la explotación de servicios de la biodiversidad y ha financiado, por ejemplo, el fondo de inversión en microempresas Rewilding Europe Capital (REC), que tiene ya varias decenas de proyectos en sectores diversos, desde ecoturismo a producción de miel. También ha financiado acuerdos entre hidroeléctricas y propietarios de terrenos colindantes a las presas para que, en lugar de terrenos de pasto, planten árboles que estabilicen y protejan el suelo de la erosión, ya que se ha demostrado que los árboles reducen la evaporación y protegen parcialmente el caudal de riadas y de los efectos de los usos del suelo adyacentes, mejorando la calidad del agua en arroyos, ríos y lagos. De esta forma, la hidroeléctrica ahorra costes de mantenimiento, los agricultores obtienen una renta adicional por el uso de una franja de su terreno y la calidad del agua mejora. Además, da nuevas oportunidades de reforestación de terrenos, por ejemplo, y de monetizar ese capital forestal a través de la venta de derechos de emisión de carbono (absorbido de la atmósfera por los árboles en crecimiento), que es otro de los mercados emergentes gracias a la creciente preocupación de las empresas por neutralizar su impacto en el medio ambiente. O permite invertir en la recuperación de espacios degradados para ampliar la oferta de tiempo libre en zonas de gran riqueza natural para la observación de aves, fauna marina y otras formas de turismo sostenible de naturaleza.

Pero no solo el campo puede aprovechar las oportunidades que ofrece nuestro capital natural. Más del 70% de la población europea vive hoy en entornos urbanos y se espera que crezca a más del 80%. Es decir, 36 millones más de personas que necesitarán vivienda, empleo e infraestructuras en las ciudades de aquí al 2050. La integración de soluciones naturales en ciudades –como espacios verdes, pasillos vegetales, arbolado, huertos urbanos, fachadas y tejados vegetales, rehabilitación de espacios industriales, canales, fuentes y otras medidas–, es crítica no solo para mantener la calidad de los servicios urbanos y mejorar la calidad de vida del entorno urbano, sino para adaptar nuestras ciudades a los impactos del cambio climático.

«No tenemos un sistema energético capaz de abastecer las necesidades de transporte y edificios urbanos, por lo que urge la electrificación»

Hace unos días, el parlamento británico, muy enredado con los temas del brexit desde hace más de dos años ya, sacó tiempo para debatir sobre el cambio climático de nuevo y declaró que el planeta se encuentra en una emergencia climática. Es el primer país que lo hace pero, antes, muchas otras ciudades lo hicieron. Las ciudades han identificado claramente tanto su rol influyente en la atención del mayor problema ambiental del planeta, tanto en lo que respecta a las soluciones de movilidad urbana (el transporte es una de las principales emisoras de gases de efecto invernadero) como sobre todo por el papel contaminante de los edificios urbanos. No obstante, el coste de dicha acción es impreciso cuando no claramente elevado. No tenemos a día de hoy un sistema energético capaz de abastecer las necesidades de movilidad eléctrica que tenemos, ni las necesidades energéticas que la refrigeración de los edificios demanda, por lo que es urgente la electrificación de los servicios y la inversión en renovables para conseguirlo.

No obstante, se están produciendo cambios relevantes que permiten identificar nuevas ideas y acciones positivas. Por ejemplo, en la valoración de los edificios y viviendas se tiene cada vez más en cuenta su consumo y eficiencia energética, además de su ubicación y orientación, la calidad de los materiales usados o los servicios asociados. Los edificios suponen entorno a un tercio del total de las emisiones mundiales debido a la energía que usan, sobre todo en los procesos de enfriamiento y calentamiento que reclaman sus usuarios. La valoración de la calidad energética de los mismos no deja de ser un triunfo, ya que atacar ese foco de gasto energético es clave para la consecución de los objetivos climáticos y gran parte de ese proceso pasa por la mejora en la eficiencia energética, sobre todo en los hogares de rentas bajas.

En otro ámbito, encontramos experiencias positivas que tratan de multiplicar la acción directa de los núcleos urbanos. Por ejemplo, la iniciativa Global Climate City Challenge del Pacto Global de Alcaldes –que representa a 9.000 ciudades–, busca ayudar a desarrollar y acelerar planes de acción a través de las respectivas iniciativas de adaptación al cambio climático y mitigación de emisiones de los socios. Cuando sea posible, conectará estos planes para apoyar los compromisos asumidos por los gobiernos nacionales. Asimismo, el programa American Cities Climate Change, gracias a nuevos recursos financieros y asesoría, da la oportunidad a 25 ciudades de acelerar el cumplimiento de sus metas de reducción de carbono a corto plazo.

En definitiva, a pesar de que las expectativas en muchos foros son pesimistas, las actuaciones vinculadas a la mejora del medio ambiente y uso de recursos naturales en la lucha contra el cambio climático no paran de proliferar, mejorando la valorización que los distintos agentes –económicos o no–, hacen de los recursos naturales. Aunque será necesario desarrollar nuevas innovaciones en el futuro, un elemento esencial debe ser mejorar el conocimiento de experiencias que ya ocurren en otros ámbitos.

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