Opinión

El mito de Pigmalión y la posverdad

«En el siglo XXI, el cercenamiento de nuestra libertad se ejerce de manera muy sutil y, quizás por eso, el peligro de caer en las redes de la manipulación es mayor», reflexiona el abogado Luis Suárez Mariño.

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06
noviembre
2018

«La tierra ha de sufrir todavía mucho, pero lograremos nuestro objetivo, llegaremos a ser Césares y entonces pensaremos en la felicidad universal». El Gran Inquisidor (Dostoievski)

Más allá de lo que ocurre en la mente de ciertas personas afectadas por enfermedades psíquicas, como ya concluyera el sociólogo estadounidense W.I. Thomas en los años veinte del pasado siglo, «las impresiones subjetivas se proyectan en la realidad de tal modo que llegan a ser verdaderas para quienes las proyectan».

Si esto ya era así antes de que la publicidad contase con medios tan poderosos como la televisión, hoy en día resulta casi imposible escapar a la tesis de Thomas, pues convendremos que la finalidad de la publicidad resulta ser precisamente la generación de impresiones subjetivas tan reales que incitan el deseo compulsivo de adquirir todo aquello que con ellas se nos ofrece: la juventud, la belleza, la libertad, el reconocimiento social, etc.

Estudios de psicología social y neurociencia han demostrado que las decisiones de los consumidores se basan en sensaciones subjetivas, y estas sensaciones son las que activan el sistema de recompensas de nuestro cerebro. Son las neuronas espejo las que, activando nuestra mente, hacen que sintamos identificación con lo que quieren transmitir las imágenes, y nos incitan a pensar: «Yo podría verme así».

Si al constante goteo de la publicidad sobre nuestros cerebros unimos la ingente y, en ocasiones, poco contrastada información a la que estamos expuestos –no solo proveniente de múltiples medios de comunicación que para sobrevivir necesitan contar con esa misma publicidad sino, hoy también, proveniente de cualquier individuo que con conexión a la red tiene en su mano el poder de transmitir en tiempo real, bajo su propio nombre u otro de ficción, cualquier tipo de información, manipulando, cercenando y modelando a conveniencia la realidad a sabiendas (las cada vez más frecuentes fake news)– concluimos que la publicidad, como medio de figuración de una realidad idílica que determina nuestra conducta, y la  información dirigida o filtrada, según intereses de uno u otro tipo que distorsionan el mundo real y lo reemplazan por el mundo simulado que percibimos, son elementos novedosos en la historia de la humanidad que nos apartan de la realidad misma, haciéndonos de una manera casi imperceptible menos libres.

Si este fenómeno comenzó a hacerse perceptible en el siglo XX y dio un paso de gigante con internet, otro paso más en la construcción de ese mundo ficticio lo han dado las nuevas tecnologías que, ya sin ambages, nos ofrecen el disfrute de un mundo virtual perfecto y fantástico, tendente a sustituir –sin disimulo alguno– con increíble sensación de realidad al mundo realmente real; como le ocurriera a Pigmalión que, en busca de la mujer perfecta, se enamoró de una estatua, tan bella, que acabó, por obra de Afrodita, cobrando vida y haciéndose real.

Ese mundo irreal en el que resulta tentador caer se asemeja al que las drogas ofrecen al drogadicto como medio de evasión de la realidad que le incomoda

Ese mundo irreal en el que resulta tentador caer, y muchos caen compulsivamente, se asemeja al que las drogas ofrecen al drogadicto como medio de evasión de la realidad que le incomoda, y tiene –como le ocurre a aquel– el peligro de acabar sometiendo al que se entrega a él, perdiendo así la propia y singular personalidad, la familia, los amigos, así como los placeres y también los sinsabores, más naturales y humanos.

Al final, el ser humano se transforma en un autómata sin libertad, sin experiencias reales, sin dolor, sufrimiento e historia. Un ser humano parecido al que vaticinara Aldous Huxley en Un mundo feliz (1932), dominado por la publicidad, la propaganda y la búsqueda del placer sensorial sin límite.

Cómo el mismo Huxley advirtiera, un cuarto de siglo después de publicar la famosa novela, en una serie de artículos escritos en la revista Newsday y recogidos en otro libro, Nueva visita a un mundo feliz (1958), muchas de las premoniciones que en la novela se planteaban ya se estaban produciendo, en realidad antes de lo que había previsto el propio escritor.

En ese imprescindible libro, Huxley expone que la prensa libre había obviado «lo que en realidad había sucedido, sobre todo en nuestras democracias capitalistas occidentales: el desarrollo de una vasta industria de comunicaciones en masa, interesada principalmente, no en lo cierto ni en lo falso, sino en lo irreal, en lo más o menos totalmente fuera de lugar. En pocas palabras, no tuvieron en cuenta el casi infinito apetito de distracciones que tiene el hombre».

Mientras que En un Mundo Feliz se utilizaban deliberadamente «distracciones ininterrumpidas» con objeto de impedir que la gente dedicase su atención a la realidad que le circundaba, en el ensayo posterior, Huxley ya describe –pensemos de nuevo el año en que lo hace, nada menos que en 1958– una sociedad en la que «la mayoría pasa la mayor parte de su tiempo, no aquí y ahora ni en un futuro previsible, sino en otro sitio, en otros mundos» (hoy concretaríamos en los mundos de las redes sociales, los juegos de ordenador y las experiencias virtuales de muy diverso tipo), con la consecuencia de que ese vivir «ajenos» a la realidad implicará –concluye el escritor inglés– que «el hombre tenga dificultades para hacer frente a las intrusiones de los dispuestos a manipularla y dominarla».

Cómo afirmó Huxley, «las dictaduras del futuro lo serán valiéndose del consentimiento de los dominados, en parte por nuevas técnicas de propaganda»

Hoy podemos confirmar la tesis de Huxley, así como que la manipulación y dominación –como el previno– no son ejercidas solo por compañías comerciales sino que lo son también, y cada vez más, por partidos políticos que «recurren –en palabras del genial escritor– a las debilidades de los votantes, nunca a su fuerza potencial», y que lejos de «intentar educar a las masas y capacitarlas para que se gobiernen a sí mismas, se contentan con manipularlas y explotarlas, y para este fin movilizan y ponen en acción los recursos de la psicología y de las ciencias sociales».

Cómo afirmó Huxley, en una famosa entrevista realizada por Mike Wallace, «las dictaduras del futuro lo serán valiéndose del consentimiento de los dominados, en parte por nuevas técnicas de propaganda, evitando el lado racional del hombre y apelando a su subconsciente, sus emociones más profundas y su fisiología».

El ejercicio de la libertad exige sacrificios. Los que vivieron en dictaduras políticas de uno u otro signo conocen su coste. Hoy, el cercenamiento de nuestra libertad está siendo ejercido de manera más sutil y –quizás por eso– el peligro de caer en las redes de la manipulación y de una visión acrítica del mundo es más grande. Frente a lo que continuamente nos propone la sociedad de consumo –un placer aparente que todo lo llena, y una información enlatada sin contrarréplica–, solo puede vencer como contrapartida el estudio, la lectura y el cultivo propio, la búsqueda del silencio, la reflexión, la conversación y el trato personal con nuestros semejantes. Quizás así podremos reencontrarnos con el mundo real que, aunque imperfecto, resulta sin duda más fantástico que el virtual y ficticio que nos ofrece la posverdad.

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