Una muerte ecológica (o cómo pasar por la vida sin dejar rastro)
La muerte puede ser altamente nociva para el medio ambiente. Los ataúdes contaminan la tierra, y la incineración, la atmósfera. Te contamos algunas alternativas sostenibles.
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Recientemente, la CIA publicó un recuento macabro: en el mundo, cada día, mueren 371.520 personas. Una cifra tan exacta puede desconcertar, pero el omnímodo servicio de inteligencia de Estados Unidos, como ya ha quedado demostrado, tiene los recursos para leer el mensaje de whatsapp más insignificante del ciudadano más discreto del lugar más remoto del planeta, con lo cual este dato de mortandad merece credibilidad. Obviamente, no todos los cadáveres tienen su correspondiente sepelio o incineración, pero sí un elevado porcentaje. Y tanto un ataúd enterrado como el proceso de reducir un cuerpo a cenizas, son especialmente dañinos con el medio ambiente. Efectivamente: el ser humano contamina mucho en vida, pero también después de dejarla. Nuestra muerte es altamente insostenible.
No existen datos globales, pero según el Green Burial Council, una organización que certifica el impacto medioambiental de los funerales en Estados Unidos, en ese país se emplean cada año, en los entierros tradicionales, 2.000 toneladas de acero, unas 2.500 toneladas de bronce y cobre y 1,4 millones de toneladas cemento, utilizado para mantener la forma de las tumbas. Por si no fuera poco, los procesos de embalsamamiento suponen residuos de hasta 3,1 millones de litros de fluidos en los que predomina el formaldehído, un compuesto químico que, según la Agencia para la Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos (EPA), es posible agente cancerígeno.
Los funerales en Estados Unidos consumen 1,4 millones de toneladas de cemento al año
Algunos componentes de un ataúd, como el barniz que les da lustre, son altamente tóxicos, y obsta decir que el espacio que ocupan en la tierra (vean las cifras antes dadas y calculen un porcentaje) se convierte en infértil. No piensen que nosotros (o lo que queda de nosotros) salimos mejor parados. La descomposición de los cadáveres libera contaminantes químicos, como los compuestos a base de carbono, cloruro, amoniaco, sulfato, sodio, potasio o, por ejemplo, los restos de tratamientos hospitalarios pre mortem, como la quimioterapia. Y los malogrados, esto es, quienes mueren antes de tiempo, también contaminarán el medio ambiente con lo que llevaran dentro antes del imprevisto. Por ejemplo, cocaína o éxtasis en la sangre, letales, tras su proceso químico, para cualquier elemento de la naturaleza. Añadamos a esto medicamentos, estimulantes, o tantas y tantas sustancias ingeridas con habitualidad en esta etapa humana de estrés y consumismo.
No crean que convertir su cuerpo en cenizas, por muy romántico que parezca, es más sostenible. Un estudio reciente de Reino Unido calculó que el 16% de la contaminación por mercurio en el aire deriva de las incineraciones. Y la cremación emite a la atmósfera óxidos de carbono, dioxinas y otros contaminantes.
Funerales por inmersión
Los ataúdes ecológicos existen, y aunque su aspecto no es tan solemne como uno de caoba con cuatro capas de abrillantador, desde luego son mucho más respetuosos con el medio ambiente y dejarán la conciencia de quien lo more mucho más limpia. Son de cartón y celulosa, lo que significa, para empezar, que requieren talar menos árboles para su construcción. Y su material es biodegradable, por lo que desaparece al cabo de unos pocos meses o, en caso de que se incinere junto al cadáver, el proceso es más corto y emite menos gases tóxicos.
El 16% de la contaminación por mercurio en el aire de Reino Unido es por las incineraciones
Hay otras soluciones más radicales, con las que el impacto de nuestra muerte en el medio ambiente es prácticamente nulo. Quienes hayan visto la serie Breaking bad estarán familiarizados con el asunto. Los protagonistas, para hacer desaparecer los cuerpos de los malos, los sumergían en una solución sulfurosa. Pues bien: en Estados Unidos y Canadá cada vez se extiende más una tercera vía que no pasa por el entierro ni por la cremación, sino por la inmersión. Tiene un nombre tan prosaico como hidrólisis alcalina, y se trata de sumergir el cadáver en una mezcla de hidróxido de potasio y agua a más de 160 grados. El cuerpo queda disuelto en unas pocas horas, menos los huesos, que se reducen posteriormente a cenizas. El líquido resultante es, como defienden en la funeraria estadounidense Bradshaw Funeral (que practica lo que ya muchos denominan incineración verde), un gran fertilizante, y se puede devolver al ciclo del agua, porque las bacterias y otros agentes parásitos se han eliminado en el proceso.
Hay alternativas a la incineración menos drásticas y más sentimentales, claro, como la de la Bios Incube, una empresa que está dando mucho que hablar. Aunque no puede evitar los gases emitidos en la cremación, sí garantiza que los restos no solo no deterioran el medio ambiente, sino que aportan. Se trata de unas urnas biodegradables con una composición de tierra y agua y una semilla que, junto con las cenizas, hará crecer una planta o incluso un árbol, en el campo, en tu jardín o incluso dentro de tu casa. ¿Hay mejor manera de perpetuar la memoria de alguien comprometido con el planeta?
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