Cambio Climático

De la tierra a la mesa

La industria alimentaria es una de las que más impacto tienen sobre el medio ambiente. La sociedad, cada vez más, exige a las multinacionales que den un giro hacia la sostenibilidad.

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13
julio
2017

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Hace tres años, una frase sonó a visos de que las cosas aún pueden cambiar: «Solo es posible avanzar en los objetivos marcados si todos en la cadena alimentaria tenemos una visión comprometida con el medio ambiente y trabajamos conjuntamente». Lo valioso no es tanto su contenido como quién la dijo: el director de la Federación Española de Industrias de la Alimentación (FIAB), Horacio González Alemán. Durante aquellas jornadas sobre agricultura y sostenibilidad celebradas en Madrid, incluso concretó algunos de los retos de cara a 2020: alimentar a una población creciente en un entorno de escasez de recursos; gestionar el agua de forma más sostenible; mantener la competitividad industrial en un entorno de incertidumbre jurídica y dependencia energética; la mejora de la eficiencia de procesos y la mitigación del cambio climático, y minimizar el impacto ambiental de los envases. La fecha no es casual: «Todas las previsiones apuntan a que para el año 2030 será necesario aumentar en un 50% el suministro de alimentos para satisfacer las demandas de la creciente población mundial», advertía González. «Si el modelo actual de producción continúa, este incremento provocará una presión cada vez mayor sobre los ya escasos recursos naturales disponibles».

En los próximos 40 años, será necesario producir más comida que en el último medio siglo

La industria alimentaria se encuentra entre las que más impacto tienen sobre el entorno natural, en gran parte porque depende de él para producir. Paradójicamente, de ese mismo entorno depende su subsistencia. Muchas empresas del sector llevan un tiempo virando su manera de hacer las cosas hacia modelos más sostenibles que recorran toda su cadena de producción hasta llegar al consumidor. La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ya está marcando una hoja de ruta: centrada en el segundo objetivo de la Agenda 2030, da pautas para alcanzar un escenario en el que «la actividad agraria, forestal y la pesca sean más productivas y sostenibles». Desde la organización advierten de que también es importante cambiar los hábitos alimenticios. Todas estas medidas pretenden sostener una realidad cercana: en 2050, por el aumento poblacional, la producción anual de alimentos deberá pasar de las 8.400 toneladas a 13.500.

Una de las soluciones es la intensificación, esto es, producir más en el mismo terreno. Desde la FAO advierten, sin embargo: «Aunque tiene efectos positivos en el medio ambiente a través de la reducción de la expansión agrícola y, por consiguiente, la limitación de su avance hacia los ecosistemas naturales, también tiene repercusiones potencialmente negativas. El modelo de intensificación más difundido supone el uso intensivo de insumos agrícolas como agua, fertilizantes y plaguicidas. Lo mismo vale para la producción animal y la acuicultura, con la consiguiente contaminación de las aguas y la destrucción de los hábitats de agua dulce y de las propiedades del suelo. La intensificación también ha provocado la drástica reducción de la biodiversidad de cultivos y animales».

Precisamente en los últimos años, han surgido proyectos emprendedores en este sentido, para llegar a técnicas productivas que no impliquen aumentar la extensión de terrenos y al mismo tiempo respeten el medio. Es el caso de la española Nostoc Biotech, una empresa creada por profesionales con experiencia en el sector agrícola: «Nuestra misión es transformar la agricultura tradicional, sobrecargada de químicos, en una actividad más sostenible. Para ello desarrollamos soluciones naturales de fertilización y protección para todos los cultivos», cuenta un portavoz.

industria alimentaria alimentacion

Las grandes multinacionales afrontan el mayor reto en este sentido, porque, con sus intrincadas y desmesuradas organizaciones, son como buques descomunales que necesitan recorrer kilómetros para dar un giro de 180 grados. Es el caso de Unilever, con más de 30.000 productos de alimentación, higiene personal y hogar en su catálogo, que consume cada día más de un tercio de la población mundial. Con presencia en casi 200 países, trazar una estrategia global de sostenibilidad es una tarea ciclópea. Por eso, tomaron la delantera hace siete años. «Empezamos por marcarnos tres desafíos», explica la directora de Comunicación y RSC de Unilever España, Ana Palencia: «Mejorar la salud y el bienestar de 1.000 millones de personas en el mundo, reducir a la mitad la huella medioambiental de nuestros productos y que las materias primas procedentes de la agricultura sean 100% sostenibles. Todo esto, a la vez que crece nuestro negocio». Esto último no es baladí: de las más de 400 marcas que comercializa la empresa, las más sostenibles han crecido hasta un 50% más rápido que el resto en el pasado ejercicio.

Ana Palencia: «El 81% de los consumidores espera que las empresas actúen mejorando las condiciones sociales de su entorno»

«Somos conscientes de la responsabilidad que tenemos los grandes agentes de la industria alimentaria», explica Palencia, «y de que el consumo en poco tiempo superará la capacidad de la naturaleza para renovar los recursos». Da un dato alarmante: «Según Population Reference Bureau, se prevé que el planeta, en 2050, alcance los 9.000 millones de personas. Esto supone que en los próximos 40 años será necesario producir más comida que en los últimos 500 años. La implicación de toda la cadena de valor es esencial para utilizar los recursos naturales e impulsar sistemas de producción más eficientes y responsables».

En cuanto a las prácticas agrícolas, Unilever toma como referencia la agenda marcada por la FAO: «El Día de la Agricultura Sostenible, cuya primera edición fue el pasado 24 de noviembre de 2016 a través de nuestra marca Knorr, promovimos la concienciación de los consumidores por una alimentación sostenible y saludable», advierte la experta. Han publicado, además, un catálogo de buenas prácticas basadas en la idea de que la agricultura sostenible tiene que ir del campo a la mesa. «Hemos contado con la colaboración de la ONG SEO/BirdLife y diversos divulgadores naturistas de referencia, y se basa en los cinco principios propuestos por la FAO: uso más eficiente de los recursos naturales, conservación, protección y mejora de los sistemas naturales, protección y mejora del bienestar social en el medio rural, mejora de la capacidad de respuesta ante la adversidad, y fomento del equilibrio entre los servicios ambientales, los económicos y sociales». La empresa implanta el catálogo de buenas prácticas directamente en los agricultores con los que trabaja, «quienes aplican los 11 indicadores que hemos marcado que garantizan la producción de manera sostenible en cuanto a uso de fertilizantes, pesticidas, consumo de agua, biodiversidad…».

La industria alimentaria se mueve hacia un nuevo modelo a diferentes ritmos, en muchos casos insuficientes, pero se mueve. «Es lo que reclaman ahora los consumidores, que con toda la información que tienen, mucha más que nunca antes, utilizan su poder de decidir qué compran y qué no, y fuerzan a las multinacionales a ejercer buenas prácticas», opina Jorge Serrano, gerente de Empresas y Ecodiseño de Ecoembes, organización sin ánimo de lucro que gestiona el reciclado y la reutilización de envases en España. Ana Palencia, que lo vive en primera persona, lo confirma: «Hoy en día, el 81% de los consumidores esperan que las empresas actúen mejorando las condiciones sociales de su entorno, según el Barómetro Edelman. La demanda del consumidor hace que en Unilever debamos dar respuesta a lo que esperan de nosotros».

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Desde Ecoembes, confirman que cada vez más empresas alimentarias se suman al ecodiseño, esto es: que los envases sean sostenibles desde su fabricación hasta sus posibilidades de reutilización después de su uso. «Hasta hace no mucho, lo que estaba hecho con material reciclado se consideraba, por parte del consumidor, como algo cutre», señala Serrano, «pero hoy es justo al contrario; el consumidor valora la concienciación de la empresa y su esfuerzo por usar envases sostenibles, que ahora se ven como algo cool

Otros síntomas dan fe de estos movimientos: la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas (ANEABE) presentó hace tres años un documento firmado junto con el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, titulado 2015 Naturalmente, por el que el sector se comprometía a lograr objetivos mensurables en envasado, ahorro energético, ahorro de agua industrial y protección del entorno. Ese mismo año, el presidente de la Comisión de Medio Ambiente de la Asociación de Bebidas Refrescantes y Refrescos (ANFABRA), Joao Mário Nobre da Costa, revelaba un estudio según el cual se había reducido el ratio de consumo de agua del sector en un 8% en los dos ejercicios anteriores, y del energético total en un 10%.

Los españoles, los más implicados

El año pasado se presentó el primer Estudio sobre Agricultura Sostenible de Knorr, que incluía los resultados de una encuesta elaborada en España y otra a nivel internacional. En la primera, el 65% de los consumidores considera «relevante que los ingredientes de la lista de la compra procedan de la agricultura sostenible y un 79% destaca la diferencia entre este tipo de alimentos y los de origen convencional». En la comparación con el resto de los países, salimos inmejorablemente parados: «Los consumidores españoles, en un 81%, son los europeos que más se plantean la compra de productos con ingredientes de origen sostenible», por delante de Alemania (53%), Francia (53%) o Inglaterra (30%).

La Agenda 2030 reclama que la actividad agraria, forestal y la pesca sean más productivas y sostenibles

Ana Palencia lo constata: «Los consumidores valoran cada vez más cuidar su salud y mejorar su calidad de vida con productos que los  ayuden, pero valoran especialmente el producto si procede de marcas que cuidan de su entorno. Están generando cada vez más impacto en la estrategia de las marcas, conscientes de su poder de compra». Y da con la clave: «Están incorporando pequeños gestos sostenibles en su vida cotidiana, desde utilizar los recursos naturales con más responsabilidad a saber la historia y el propósito que hay detrás de las marcas»

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