Educación

«Un pacto educativo es imprescindible, pero no suficiente»

Su trabajo con escuelas changemaker le ha enseñado otra forma de hacer las cosas. Desde Ashoka, la mayor red internacional de Emprendedores Sociales, impulsa la empatía, el trabajo en equipo y la creatividad.

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02
marzo
2017

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Niega ser una experta en educación, pero su trabajo con escuelas changemaker le ha enseñado que hay otra forma de hacer las cosas. Ana Sáenz de Miera (Madrid, 1980) es directora de Ashoka España y Portugal y codirectora de Ashoka Europa, la mayor red internacional de Emprendedores Sociales, desde donde impulsa valores como la empatía, el trabajo en equipo, la creatividad o el liderazgo compartido.

La vuelta al cole no llega para todos al mismo tiempo, ni del mismo modo. En términos generales, ¿cómo ves la educación en España?

Considero que hay un consenso esperanzador sobre la necesidad de modernizarla y adaptarla al cambio. Y el tema está de moda, y eso es buena señal. Cada vez es más común escuchar en conversaciones del día a día temas como el método educativo del colegio al que llevas a tus hijos, qué significa aprender por proyectos o cómo se enseña el inglés. La mala noticia es que las cifras de abandono, fracaso escolar o innovación educativa en España son realmente alarmantes. La buena es que esto va a cambiar. Espero que sea más pronto que tarde. Tiene que haber un apoyo de la legislación, pero es importante cambiar la raíz; el por qué, el para qué y el cómo de la educación, y eso no se consigue solo con un pacto por la educación.

¿Qué es una escuela ‘changemaker’?

Es un tipo de escuela que, además de alcanzar la excelencia académica, enseña a los alumnos habilidades que les van a permitir mejorar su entorno a lo largo de su vida. Una escuela en la que, además de aprender Matemáticas, Literatura o Historia, se enseña a los niños y las niñas a trabajar en equipo, a practicar la empatía, a ser creativos y a liderar de forma inclusiva. En definitiva, una escuela que apuesta por la «innovación educativa para el bien común». En España ya hay escuelas que están trabajando así. Todavía son poquitas, pero las hay. Las escuelas changemaker representan algunas de ellas. No queremos que las siete Escuelas Changemaker que hemos seleccionado en España sean interpretadas como un ranking. Son colegios que representan diferentes realidades educativas, diferentes geografías, rurales, urbanas, católicas. Buscamos la heterogeneidad, de modo que cualquier escuela en España tenga dónde reflejarse, para poder transformarse.

El método Montessori, la escuela democrática, la pedagogía Waldorf. De todas las metodologías que existen, ¿debemos escoger una o son complementarias?

No se trata de juzgar cuál es mejor o peor. Lo importante es la visión del colegio. ¿Qué espera el colegio obtener de mi hijo durante estos años? ¿Que sea el mejor de su clase? ¿Que sea un experto en programación? ¿Que sea buena persona y un ciudadano preocupado por mejorar el mundo? Estés en la ciudad que estés, sea público, concertado o privado, Montessori o Waldorf… el mejor colegio es aquel que está alineado con tus valores. Aquel que coincide con lo que tú crees que es importante. El ideal es que toda la escuela pública se transforme y adapte a las necesidades de la sociedad actual, para que de verdad haya una oferta donde quepa toda esta demanda –cada vez mayor– de una educación más práctica y más anclada al mundo real.

Los «padres helicóptero» son una figura a menudo contraproducente. ¿Qué papel desempeñan los progenitores en la educación?

Todo lo que ocurre en casa es esencial. Es ahí donde se fraguan los cimientos. Pero asegurar que todo el mundo aprenda empatía en su familia sería algo muy difícil de lograr. Sin embargo por el colegio pasamos todos. Y muchos años. Se trata de una oportunidad única para generar un cambio muy grande. Pero está claro que los padres jugamos un papel clave en la educación. No podemos delegar toda la responsabilidad a la escuela. En casa hay que ser consecuente, tener claro cómo educamos a nuestros hijos en la igualdad, en sus derechos y en sus deberes, cómo les damos voz en la familia y fomentamos su autonomía. Y eso, los ‘padres helicóptero’ lo tienen más difícil de conseguir. Es muy importante que lo que ocurre en la escuela y en la familia esté alineado. Cuando ves incoherencias entre lo que se enseñan en casa y lo que se enseñan en el colegio, cuando los padres se ponen en contra del profesor que ha suspendido su hijo… algo está fallando. Como padres, tenemos que darnos cuenta de que es un error obsesionarse con el éxito académico, porque ya sabemos que no es el único componente del éxito profesional. Sin el dominio de la inteligencia emocional, de la creatividad o de la habilidad de trabajo en equipo, la probabilidad de éxito es muy limitada.

En un artículo para la revista Forbes, declarabas que preferías que tus hijos aprendieran empatía en vez de chino. ¿Sería suficiente con implantar la educación emocional en el calendario escolar?

Sí, lo es. Pero yo creo que preferiblemente no solo metido en una asignatura, sino logrando que sea algo transversal en todo el colegio, que se refleje en cómo se evalúa, en cómo se trabaja en los recreos y en las extraescolares, en cómo se enseña en el aula. Que hubiera una asignatura de empatía podría incluso llegar a ser contraproducente, como ocurrió con «Educación para la Ciudadanía». De repente se convirtió en el tema de moda, se politizó y generó opiniones a favor y en contra. Yo creo que nadie debe estar a favor o en contra de cosas tan básicas como la empatía y la educación emocionales. Son habilidades muy necesarias que hay que aprender y practicar. El artículo que escribí era una metáfora, sin juzgar a la gente que apunta a sus hijos a chino, por supuesto. Quería transmitir que no hay que volverse locos, sino volver a lo básico. En un folleto de propaganda de un colegio te suelen hablar de las instalaciones deportivas, de la fiesta del colegio y de las extraescolares, pero no te cuentan cómo trabajan para que sus alumnos sean generosos o ciudadanos responsables. Ver otro tipo de “indicadores de éxito” a la hora de describir un colegio sería una muy buena señal.

Asignaturas como «Educación para la ciudadanía» y «Valores» hacen que nos preguntemos: ¿cómo afectan los intereses partidistas en la creación de los itinerarios escolares?

Desgraciadamente afectan bastante. Al final, los colegios –y por tanto los alumnos– son los que sufren todos estos cambios. Lo que tienen que hacer los partidos políticos es dejar a los colegios –que son los que saben qué hay que hacer– espacio para innovar. Ahora mismo las innovaciones más potentes que se están consolidando, fueron “ilegales” cuando nacieron. Tuvieron que ser ocultadas a los inspectores de educación. La administración no tiene que poner trabas, sino dejar espacio para que los directores y el personal docente tengan la autonomía y el apoyo suficientes para poder innovar, y adaptarse a las necesidades de sus alumnos. Desde luego que un Pacto por la Educación es imprescindible, pero no suficiente. Tiene que haber un cambio de mentalidad, también por parte de los padres. Aún los hay que piensan «esto de la innovación está muy bien, pero que mi hijo aprenda como yo aprendí, que así le irá bien en la vida».

En el Libro blanco de la profesión docente y su entorno escolar, José Antonio Marina propone convertir a los maestros en un cuerpo de élite con siete años de formación: cuatro de grado, uno de máster y dos de prácticas, siguiendo el modelo médico de los MIR. ¿España tiene un buen sistema para elegir a los maestros?

Lo que es innegable es que la profesión de docente tiene que estar muchísimo más valorada y en ello influyen gran cantidad de factores, desde el cómo se enseña Educación en las universidades, cómo se eligen los maestros, o la cantidad de rotación que hay. Personalmente no estoy de acuerdo con la propuesta de Marina. Creo que hay que cambiar muchos factores que tienen que ver con cómo se remunera, cómo se incentiva, cómo se valora lo que hace un profesor en el aula (especialmente en la escuela pública). Tenemos que aprender de otros países, donde esto sí que está funcionando bien.

¿Filosofía y Sociología reciben la atención que merecen? ¿Hasta qué punto son importantes para aprender a pensar?

No soy una experta en educación. Pero como madre y psicóloga claro que pienso que la filosofía es imprescindible. Hay que enseñar a pensar a los niños y para eso hace falta algo más que una asignatura. Si al final todo se basa en aprobar un examen final, es muy difícil saber si están aprendiendo. La filosofía es importantísima, pero, de nuevo, la asignatura por sí sola no es suficiente. Enseñar a pensar debe ser transversal.

Hay quien sigue defendiendo aquello de «la letra con sangre entra». ¿Se le da más importancia a «estudiar para trabajar» que al crecimiento como persona?

Sin duda. Y es un error. Yo creo que es difícil ser un líder exitoso en la empresa si no sabes ponerte en el lugar de las personas a las que estás liderando. El potestas frente al autoritas. Tienes que ganarte la autoridad y eso es imposible sin este tipo de habilidades. Para ello hay que adaptar la forma de enseñar, pero también de evaluar. Tanto el conocimiento, como la calidad de nuestra educación. Lo que no se mide, no se valora, como se suele decir.

Ya lo advertía la OCDE y ahora la OMS lo corrobora: el 51% de los niños españoles se siente agobiado por los deberes para casa.

Yo no estoy en contra de que los niños se lleven trabajo a casa alguna tarde, lo que pasa es que la palabra deberes suele ir asociada a aprender de memoria, rellenar fichas o estudiar para un examen toda la tarde, y ahí es donde viene el agobio y el estrés. En el colegio donde van mis hijas, que es un estilo muy “changemaker”, en primero de primaria sus deberes consisten en traer a casa una pregunta sobre las que mi hija tiene que investigar el resto de la semana. ¿Por qué llueve? ¿Por qué los delfines duermen con los ojos abiertos? Ella lee, busca en Google, nos pregunta, piensa, lo escribe y luego en clase pone en común el resultado de su “investigación” con el resto de compañeros y con la profesora, hasta encontrar entre todos la “respuesta correcta”. Y esa, aprendida con la experiencia y con el autodescubrimiento, no se les olvida al día siguiente. A mi este tipo de trabajo en casa, puntual y más de pensar y consolidar, me parece bien. Lo que no puede ser es que los niños pasen tres horas diarias en casa haciendo deberes y se pierdan el tiempo de jugar, estar en familia y descansar. Que está demostrado que es esencial.

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