Opinión

«El capitalismo no tolera a los que deciden salir de esta rueda de hámster»

Luciano Concheiro (México, 1992), finalista del Premio Anagrama de Ensayo, reflexiona, desde el terreno de lo filosófico, sobre los tentáculos del capitalismo.

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25
enero
2017

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A los tres minutos pulveriza cualquier prejuicio en su contra. Su aspecto de imberbe y casi adolescente lo compensa con un discurso aquilatado, trufado de citas, humor, y no pocas ideas propias; su apariencia de niño bien la pone en jaque al hablar de borracheras, de cumbias, de su propósito firme como un desacato de entregarse a la vida. Porque a él le interesa eso mismo, la vida, y para vivirla, mejor la trenza con la filosofía, su vocación. Filosofía a ras de suelo, filosofía que habla de lo que importa porque duele: el endeudamiento de los países, la velocidad enfermiza de esta sociedad de consumo, la precariedad laboral… Tiene 24 años, es profesor de Historia del Pensamiento del Siglo XX en la Universidad Nacional Autónoma de México y acaba de ser finalista del Premio Anagrama de Ensayo con su texto ‘Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante’. A las respuestas, Luciano Concheiro (Ciudad de México, 1992).

Curioso que los planes de estudio nos acerquen al pensamiento de los clásicos como Platón, Aristóteles, Kant, etc., pero anulen o pasen fugazmente por los pensadores contemporáneos, que son los que nos rigen, Derrida, Deleuze, Foucault, Bachelard, Badiou…

Es cierto, hay una explicación sociológica en términos de incorporación al discurso público, fue más difícil porque llegaron de ciertas editoriales que no hicieron un gran trabajo. A eso se une que su prosa es bastante obscura, y lleva su tiempo extender su pensamiento a las masas, aun cuando Foucault vendía cien mil ejemplares en Francia. Además, atravesamos una crisis del pensamiento en tanto que el espacio que ocupa en la esfera pública es cada vez más reducido, pero ahora hay un resurgimiento; soy un beligerante defensor de la filosofía como una de las vías para vivir una vida más plena, un defensor de una filosofía de corte vitalista, si se quiere llamar así, que sirva no para encontrar la verdad y esas cosas aburridas…

¿La verdad es aburrida?

Aburridísima, como decía Cioran. Tenemos la vertiente de quienes buscan la verdad y la vertiente de quienes buscan lo interesante, la iluminación, la felicidad, la vida plena. Existen dos grandes corrientes, la de quienes creen que la filosofía sirve para algo más que para explicar una verdad pura, neutral inmutable, y quienes creemos que la filosofía es más bien combativa, sudorosa, parecida más a la cumbia que a un vals soso y tranquilo.

La gran crisis de la modernidad aparece cuando consideramos el mundo como un objeto, cuando ‘nos salimos de él’. ¿Es posible abrir un camino que nos permita incardinarnos de nuevo?

Sí, no solo una vía que nos permita colocarnos dentro del mundo sino mantener una relación fraternal con él. Lo que sucedió, como indicas bien, con la modernidad fue la disociación objeto-sujeto pero también, y aquí sale la vertiente marxista, la enajenación del sujeto con el sujeto por medio de la mercancía. Todas las relaciones sociales están mediadas por lo mercantil, no solo son ellas mismas una mercancía sino que todo sucede a través de un objeto. Creo que podemos imaginar una vida en la que no se den estas separaciones entre sujetos mediadas por una mercancía, por eso hablo del sudor, del tacto, de la cumbia, de la borrachera… todas estas esferas o conceptos que tiene que ver con otra manera de pensar las cosas, es decir, una manera en la cual lo que importe no sea necesariamente el beneficio económico, la productividad, el comercio, sino más bien otras cosas de corte afectivo, fraternal, amoroso.

¿Se puede emboscar al tiempo?

Creo que sí, hay que meterle además cuchillo, es decir, frente a la aceleración en que vivimos, esta rueda de hámster permanente en la cual es muy difícil entrever hacia dónde vamos, en la que el pasado muy rápido se vuelve obsoleto, más que ir más lento y meter un freno hay que inventar otro tiempo. Volver a la pregunta fundamental, porque pensar otro tiempo significa pensar otra vida. Otra economía, otra política, pero también, más importante, otra relación con los otros y con nosotros mismos. En ese ámbito está la discusión interesante hoy en día, me parece, no solo en buscar una nueva política sino en encontrar otra manera de estar en el mundo. Hemos llegado a una crisis no solo económica, política, social, sino civilizatoria, que se expresa, por un lado, en una terrible crisis ambiental que pone literalmente al borde del abismo y de la destrucción la Tierra, este lugar que hemos habitado; y, por otro, al borde de la destrucción la civilización moderna de la humanidad. Estamos en un punto inédito, ante la posibilidad de explotar, con sangre, violencia, desigualdad, hambre… Frente a eso, lo que se empieza quizás a ver es la necesidad de repensarlo todo.

¿Habla usted desde el contexto mejicano o su horizonte es global?

No quiero pensar mi libro como un libro mejicano, pero es importante tener en cuenta el contexto en el que se produce la reflexión, un país hundido en una profunda tragedia desde hace diez años, con miles de muertos y desaparecidos, feminicidios, desigualdad. Pensar las cosas desde Méjico implica pensarlas radicalmente porque el abismo es tal, el fango es tal, que no es simplemente una pequeña reparación lo que necesitamos, un nudito que arregle algo, necesitamos una cirugía profunda, porque no estamos muertos. Estudié en Inglaterra, en Cambridge, pero eso no es el mundo ‘real’. Hoy, la reflexión ha de ser radical, y nuestras propuestas arriesgadas, tenemos que ser creativos, locos, arriesgados, para imaginar nuevas posibilidades.

Usted sitúa al lector en cómo, desde la Revolución Industrial fundamentalmente, el propósito ha sido acortar los tiempos de producción primero y de desplazamiento después, lo cual está íntimamente relacionado con el consumo desaforado. Pero si cada vez los obreros (no sé si ya cabe hablar de obreros) tienen menos poder adquisitivo, este sistema ¿podría derrumbarse?

La cosa es que se nos obliga a tener dinero a través de la deuda, para que lo gastes, te endeudes más y sigas el ciclo, así se perpetúa. El endeudamiento es uno de los fenómenos hoy en día más importantes a estudiar, porque resulta una manera de hipotecar tu futuro, es decir, de imposibilitarte la salida de este círculo. Nuestro futuro hoy está vedado, no solo individualmente sino como sociedades. Los países están hasta el cuello de deuda, lo que significa que son países sin futuro posible, quemaron el cartucho. Podemos discutir qué tanto se puede recuperar de eso, si se puede no pagar, podemos analizar todas las ideas revolucionarias, pero el capitalismo nos incorpora una y otra vez a través de la deuda. ¿A quién no tolera el capitalismo? A los que deciden salir de esta rueda de hámster, a los vagos, los buenos para nada, los vagabundos, esos sujetos fuera de la lógica de la permanente circulación consumo-producción, son intolerables porque viven bajo otros principios vitales. Bajo esos resquicios es donde podemos entrever las posibilidades de un mundo distinto.

Somos sujetos autoexplotados… a esto hemos llegado. ¿Qué margen de acción tenemos?

Minúsculo, hoy por hoy pensar el cambio radical del sistema de la noche a la mañana es imposible y absurdo. Pensar en una revolución que deponga a los políticos o a los grandes empresarios no tiene sentido, porque el poder no está contenido en un solo lugar, es flujo, el capital se mueve de manera acelerada y globalmente, por eso una revolución nacional no tiene sentido, y ese tipo de revoluciones ya hemos visto que no funcionaron porque terminan reproduciendo muchos comportamientos de desigualdad y exclusión, machismo, poder jerárquico y vertical… tienen, en definitiva, sus problemáticas también. Lo que planteo es que, si por ahora no puede transformarse ese monstruo, debemos escapar de él. Siguiendo el pensamiento taoísta, no buscando la transformación o el golpeteo de lo que esté enfrente y nos asfixia sino su escape. Es algo que hacen los niños en el colegio: cuando te va a golpear el que tiene tres años más que tú sales por la ventana o la puerta de atrás. Huyes.

Como El arte de la guerra, de Sūn Zi, uno de los libros más pacifistas, pese a su título…

Es un manual militar antiguerra, frente a los manuales militares occidentales que te dicen cómo ganar la guerra, él te dice cómo no llegar a la guerra. Ahí está la gran sabiduría, hay que huir el combate y buscar lo marginal, lo obscuro, los pequeños resquicios polvorientos por los cuales podemos escapar para llegar a otro punto. Es un ‘mientras tanto’, es pesimista esa resistencia pero es la única vía que tengo para compensar y hacer resurgir la imaginación crítica, porque vivimos en una especie de bruma absoluta, los jóvenes en especial parecen vivir en una situación para la cual no hay salida y eso provoca un desencanto generalizado, grandes explosiones de descontento e insatisfacción y un retorno a la vida capitalista y asalariada. Quizás estos momentos, instantes, desde la revuelta violenta a la lectura poética, sirvan de bisagra o intersticio por los cuales ver el mundo por venir. Eso es importante, no como una meta sino como un ‘mientras tanto’.

Hablando de John Cage, usted propone otro tiempo posible. ¿Qué tan lento es lo más lento?

Sí, es una vocación a John Cage y a esa pieza magnífica, 4’33’’. Es el tiempo del no tiempo, es decir, un parasiempre entendido no como la eternidad en la cual no existe el tiempo sino bajo la lógica de la suspensión de los minutos y las horas, es decir, momento místico en el cual uno siente que el tiempo no transcurre, que el pasado, el presente y el futuro son lo mismo, y este es el tiempo del amor, de la poesía, como bien sabes. La poesía para quienes la leemos significa la incorporación de una musicalidad y un ritmo distinto, mítico o arquetípico, al de la linealidad. La metáfora siempre es un pensamiento ‘esto es aquello’, no es una relación causal, lineal, racional, sino que tiene que ver más bien con una eterna cadencia, con una superposición de imágenes que condensa en una sola construcción metafórica y eso lo que provoca es un tiempo simultáneo, un tiempo metafórico suspendido, el tiempo de la iluminación, del orgasmo.

Los instantes, los infraleves, que llama Duchamp, ¿pueden transformarnos la vida?

Sí, merece la pena intentarlo. Qué tan realista es esto del instante… quisiera salir de esa noción cuantitativa, es decir, dejar de hablar y valorar cuántos orgasmos tenemos en una noche, cuántos dólares hay en nuestra cuenta del banco, cuántas chaquetas en nuestro armario, y pensar en término cualitativos, es decir, en la densidad de la experiencias. Soy un romántico, de acuerdo, y además llevo una vida insana.

Insana, ¿por qué?

Qué sé yo: no hago ejercicio, como de modo desordenado, me gusta la fiesta, no duermo todo lo que debería, estoy, digamos, del tingo al tango… ¿Cuál es el sentido de la vida? Hay que regresar a esa pregunta clave. ¿Vale más una vida superficial, sin exabruptos, una vida larga y átona, lineal, que una vida corta cargada de intensidad? Hay una autora a la que admiro, una autora bastante obscura, feminista, que respeto mucho, Antonieta Rivas Mercado, que dice: «¿Y no hay más belleza en ceder al instante violento y vivir el resto del tiempo en austero apartamiento, a convivir sin pasión?». Se trata de un chispazo, vivir es un chispazo, quizás quemarse. Tenemos que repensar los presupuestos de lo que significa vivir. Quizás no es estar conectado a una máquina estirando la vida hasta el último momento, endeudándonos como locos, endeudando a nuestros hijos, tomando medicamentos a todas horas, respetando todos los límites impuestos sin cuestionarlos, no siendo felices. No me interesa delimitar qué es una buena vida, no me interesa la construcción de una liturgia, pero sí propongo meter una quilla a la vida que llevamos y pensarla. Eso del instante puede ser útil, puede ser una manera de entrever que otra vida es posible. Vivimos en esta rueda frenética de hámster en la que parece que lo mejor es comprar el último iPhone, tener éxito económico, una esposa vistosa y joven… Todo se ha vuelto mercancía.

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La experiencia del instante obliga a un olvido de sí. Y la vida que usted propone sugiere arreglar las cosas, repararlas, en vez de cambiarlas por otras nuevas, que es la propuesta del capitalismo.

Vengo de un país periférico, por momentos tercermundista, antiguo, en el que vemos extraños espacios de cosas de reparación, donde se reparan neumáticos, televisores… eso, en el primer mundo, exacto, no existe, el capitalismo lo ha erradicado, porque no quiere reparar ese objeto sino que compres otro, el nuevo, el más reciente. Como dices, eso ha pasado a la esfera de lo más íntimo, y esto que estamos discutiendo quizás sea uno de los más importantes objetos de mi análisis, porque da cuenta de cómo el capitalismo no solo es un sistema económico, político, cultural, sino, sobre todo, es una racionalidad, es decir, una manera de construir sujetos y de que esos sujetos se muevan por el mundo. Ha generado un nuevo tipo de sujetos, sujetos capitalistas, que conciben que son empresarios de ellos mismos, que ellos mismos son una mercancía que se vende, que lo importante es la productividad, el éxito económico y el beneficio. Luchar contra el capitalismo implica luchar contra esa subjetividad. En el libro le dedico una extensa sección a desentrañar cuál es ese tipo de subjetividad capitalista, una subjetividad estresada, ansiosa, deprimida, con prisas permanentes…

Pero que necesita de fármacos que alivien nuestra prisa…

Sí, necesitamos ansiolíticos por un lado y cocaína por el otro, estimulantes y calmantes, porque el sistema nos ha incorporado a su lógica acelerada, y hay unos límites biológicos y unos límites psíquicos que están siendo quebrados permanentemente por el sistema, y esto es importante entenderlo porque significa que la decisión no necesariamente es individual, ni el cambio es sistémico. Cuando te dicen, por ejemplo, «tranquilo, respira cinco veces», es absurdo e ilusorio, sería hacernos creer que somos acelerados porque queremos, y no creo que a nadie le guste tener prisa siempre y tener las uñas mordidas, ni esnifar coca para trabajar, ni tomar ansiolíticos para dormir. Es el sistema el que te impone una serie de principios ideológicos con los que configura tu vida.

Que esta pulsión por desechar y adquirir, acumular, haya llegado a la esfera del sentimiento da buena cuenta de hasta dónde se ha infiltrado el capitalismo, sin ser casi visto…

Pero es así, existe esa pulsión constante por lo nuevo, por tener el último gadget, el último ordenador de moda, y se ha desplazado también a la esfera de lo erótico y del deseo. Una nueva pareja es como tener nuevas zapatillas, los proyectos de una vida entera, la construcción de un proyecto vital común ha perdido sentido frente al deseo absoluto. Que conste que no estoy defendiendo la vieja familia católica del para siempre, lo que defiendo son modelos diferentes, que las parejas construyan vínculos más allá de las relaciones mercantiles.

¿Acaso el capitalismo confunde deseo (sexual) con amor?

El deseo lo relaciono más con la esfera del consumo, lo que yo entiendo por amor es otra cosa, la búsqueda de lo Otro, de lo Otro en el otro, de uno mismo en el otro, la búsqueda de la comunión, de una condición ética, la aceptación de nuestra condición de sujetos siempre arrancados de lo total y nuestra búsqueda por completarnos, no en un efecto masturbatorio sino siempre hacia el otro, o los otros. Esa búsqueda de una unión cósmica, si se quiere, ese eterno desecho, esa mera mercantilización del otro no funciona.

¿Cómo distinguir el deseo, que al fin y al cabo es lo que mueve al ser humano, con ese otro deseo perverso que nos confina en esa rueda de hámster que usted tanto menciona?

Porque el deseo capitalista tiene que ver siempre con el consumo y con la idea de plusvalía, de beneficio económico. El otro deseo del que hablamos tiene que ver con la comunión con el otro, con la relación armónica con el entorno, con tu pareja, en este deseo del que hablamos el otro nunca será mercancía ni un objeto. Para el capitalismo, da igual tu esposa que un bocadillo. Hay que consumir. Si se repiensa, lo que se busca es más la situación que el objeto, y la inspiración de esto, por supuesto, viene de los situacionistas franceses, que perseguían la construcción de un momento-espacio particular de densidad y experiencia plena. Todo depende de cómo recibamos y vivamos las cosas. En vez de ver la comida como un consumo simplemente de corte productivo, podemos aprovecharla como un espacio de esparcimiento, de conexión, de encuentro con el otro. De ahí el concepto de sobremesa, que no tiene traducción al inglés, un idioma tan productivista. La sobremesa es un momento fuera del tiempo, de inutilidad, un momento de comunión, donde suspendes y detienes el tiempo y permites el establecimiento de un vínculo que tiene que ver con otra cosa ajena a la mercancía.

Pero hasta ‘lo inútil’ por definición, la obra de arte, ha sido mercantilizada…

El mundo artístico es el único que ha alcanzado el ritmo vertiginoso del mercado financiero, porque es la única industria que puede convertir en un instante algo en otro algo de valor incalculable. Y le pone precio a lo que está más allá de la materialidad. Pero el arte también es un espacio de resistencia, no en tanto que consumo y de búsqueda de poseer esos objetos, sino en la generación de una relación nueva. El arte puede ser la cueva más capitalista de cuantas podemos imaginar, pero también el despertar de ciertas formas de vida distintas.

Depende de la disposición de ánimo con la que uno se enfrente a la vida, a los momentos…

Eso es, hay que ver la vida de otra manera, experimentar nuestro entorno de otra manera. La sobremesa puede y no ser un acto revolucionario, depende del contexto. Un partido de fútbol, que ya no es un deporte sino un espectáculo, con todo lo que ello implica, puede producir un momento de trascendencia. Una borrachera, un baile, el sexo, todo ello puede ser mercantilizado o ser una práctica de resistencia. La diferencia está en cómo uno emprende esa práctica y cómo la encarna.

Por cierto, llevas al ‘enemigo’ en tu muñeca, el reloj.

Sí, y veo en cambio que tú no. El reloj es y no un enemigo, el primer paso para cambiar el tiempo es pensar el tiempo, entender que es una convención social, no un a priori kantiano ahistórico, sino algo con un marco históricamente determinado. Tenemos que tratar al tiempo bajo sus propios términos, es decir, historizarlo para pensarlo políticamente. Por eso me gusta hablar de una cronopolítica, una reflexión política del tiempo, no como algo cerrado, físico, que no puede transformarse, sino como algo que puede ser maleable y transformable.

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