Internacional

Cuando la democracia no es para ellas

Los matrimonios forzosos son una constante en Afganistán. Azita Rafaat, exdiputada en el parlamento afgano y ahora exiliada en Suecia, nos cuenta su historia.

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08
octubre
2016

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La edad legal para casarse en Afganistán partía hace poco de los 16 años. El parlamento post talibán logró subirla a 18. Pero la realidad es que, en los pueblos, las niñas hoy se casan desde los nueve. O, mejor dicho, las casan. De antemano. Previo pago a los padres.

Los matrimonios forzosos, esto es, en los que el hombre elige a la mujer -o niña- con la que quiere casarse y se la compra a sus progenitores, no son una práctica extendida en ese país: sigue siendo algo habitual en buena parte de Oriente Medio, el sur de Asia y África. En todo el mundo, hay 14 millones de niñas que están casadas a la fuerza.

Azita Rafaat (38), exdiputada en el parlamento afgano y desde hace un año exiliada en Suecia, contaba ayer su caso durante una ponencia en La Casa Encendida de Madrid: «Recuerdo una infancia feliz durante la época comunista de mi país, antes de que entraran los talibanes. Éramos un país musulmán con un estilo de vida muy parecido al de cualquier país europeo. Mi padre me daba todas las libertades, era profesor de universidad y se encargó de culturizarme y abrirme al mundo. Me animó a sacarme una beca para estudiar Medicina. Era mi héroe, lo tenía en un pedestal».

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Los talibanes se hicieron con el poder, impusieron su islamismo radical en todos los estratos del Estado y la sociedad, y no solo se derrumbaron las perspectivas de aquel país que miraba al futuro. También la imagen que Rafaat tenía de su padre. «Un día llegó mi primo a casa y le dijo que quería casarse conmigo para que le diera un hijo. ¿Podéis creerlo? Estaba convencido de que como era una chica joven, sana y bien formada seguro que le daría un varón, porque eso es lo que se considera bueno en mi país. Si tienes una hija es que no estás tan bien. Yo no me preocupé, daba por hecho que mi padre se iba a negar, además, ¡estaba a punto de estudiar Medicina! Pero mi padre aceptó el dinero y me obligó a casarme con mi primo e irme a vivir a su pueblo. A pasar mi vida sometida a un ignorante, a abandonar mi sueño de ser médica».

Cuando Rafaat dice «sometida», se refiere a muchas cosas. A su forma de vestir, a lo que debe opinar, a que nunca puede contradecir a su marido, a ser violada por él, a recibir palizas constantes. A obedecer sus órdenes con la connivencia de su entorno, en definitiva. Llegó el día del parto, y tuvo mellizas. «Fueron prematuras y salieron muy débiles, sobrevivieron de milagro. Pero mi suegra lo primero que dijo al verlas es que era una tragedia, que cómo iba a pasear por el pueblo ahora con la gente sabiendo que había tenido nietas en lugar de un nieto». Después tuvo dos hijas más. A la más pequeña, la vistió de chico y le cortó el pelo.

Con la caída del régimen talibán hace 14 años se instauró en Afganistán un parlamento presuntamente democrático. En esa época Rafaat se había granjeado un gran número de seguidores por su defensa de los derechos de la mujer a través de actos y publicaciones, aunque en su casa seguía siendo maltratada constantemente por su marido y su familia. El actual primer ministro, Abdulá Abdulá, aprovechó su tirón y la incorporó a su campaña. Gracias al sistema de cuotas establecido en el parlamento, pasó a ser diputada. En su casa, todo seguía igual. Una vez fue a denunciar ante un juez las violaciones que sufría por parte de su marido. «Aunque nuestra Constitución establezca la igualdad entre el hombre y la mujer, quienes lo aplican en el poder ejecutivo son hombres, la mayoría islamistas». La respuesta del juez fue que es imposible que un marido viole a su mujer, porque ella está obligada a satisfacerle sexualmente. Tras una terrible paliza, volvió ante un tribunal, pero para pedir el divorcio. «Mis hijas eran menores de edad y en Afganistán, la custodia pasa automáticamente al padre. Estaba con las manos atadas».

Las presiones también le llegaban desde fuera, por su activismo: en forma de cartas con amenazas e incluso agresiones por parte de los sectores radicales. El pasado marzo un periodista de Suecia escribió un libro sobre ella y la invitó a la presentación. Se fue con sus cuatro hijas y, una vez allí, pidió asilo. Hoy viven refugiadas en este país. La reacción de su marido fue tirar a la basura todas las pertenencias de las cinco.

«El parlamento afgano actual da una imagen al exterior que muchos gobiernos, y medios de comunicación, se creen. Pero la situación es otra muy distinta: la situación de la mujer en Afganistán sigue siendo trágica. Tenemos que difundir al mundo lo que está pasando, porque mi historia no es algo puntual, sino una constante allí», cuenta Rafaat.

Ella lo hace dando conferencias, como la de ayer en la Casa Encendida. La invitaron con motivo de la exposición fotográfica Mujeres. Afganistán en el centro cultural Conde Duque de Madrid. Es una de las retratadas. «Espero que la siguiente vez que venga sea para hablar del éxito de las mujeres en mi país. Pero me temo que falta mucho tiempo para ello».

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