Diversidad

Mujeres de hoy: rompiendo barreras

La plena participación de la mujer, en todos los sectores y a todos los niveles, resulta fundamental para construir sociedades más justas y economías más robustas.

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30
septiembre
2016
© Matthew Wiebe

La plena participación de la mujer, en todos los sectores y a todos los niveles, resulta fundamental para construir sociedades más justas y economías más robustas. ¿Cómo romper los techos de cristal sin antes deshacerse de los estereotipos de género? Ethic reúne a un grupo de mujeres de distintos ámbitos y generaciones en un nuevo encuentro de Woman 21, que ha contado con la colaboración de Telefónica.

La historia de la humanidad ha sido contada y protagonizada por hombres, mientras que las mujeres han estado aparentemente ausentes en todos los ámbitos de la ciencia, la política o la cultura. Apartadas de la historia oficial. Invisibilizadas. Y de aquellos polvos, estos lodos. Hablan los datos: en España, las mujeres representan menos del 20% de los consejeros del Ibex, menos del 30% de los Ministros, menos del 20% de los catedráticos, menos del 10% de los embajadores y menos del 14% de los jueces del Tribunal Supremo.

«Estamos andando un camino que se inauguró en el siglo XX, antes de ayer, como quien dice. La fuente que conmemora la entrada de las mujeres en la Universidad de Yale es del 69. Estamos hablando de milenios de permanencia de un modelo que está cambiando ahora», contextualiza Margarita Alonso, directora de la Fundación IE y profesora del Centro de Diversidad. «Es como jugar un partido fuera de casa, estás en desventaja».

«La mujer es la recién llegada a un club de hombres, regido por unas reglas de juego en las que ella no está entrenada y se queda fuera. Tiene mucho que ver con la capacidad para que las mujeres aprendan las reglas del juego y puedan manejarse en esas barreras invisibles», opina Elena Herrero–Beaumont, miembro de Transparencia Internacional. «Es un entorno muy beligerante. En parte, sí es un tema de capacitación, de lo que supone el desarrollo profesional y llegar a esos puestos. Alcanzaremos la igualdad cuando el hombre más torpe esté donde la mujer más torpe», añade Elena Valderrábano, directora de Negocio Responsable de Telefónica. «En mi familia −continúa− la referencia femenina viene de mujeres muy aguerridas, fuera de la norma, pero cuando empecé a trabajar encontré a compañeras que sí tenían un estigma con la relación trabajo-maternidad, y parece que es un tema en el que no hemos mejorado».

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«El techo de cristal nos lo ponemos nosotras», opina Montserrat Tarrés, directora de Comunicación de Novartis y presidenta de Dircom. «Hacemos el mismo trabajo que ellos y, sin embargo, creemos que no lo hacemos tan bien, nos sentimos pequeñas. Siempre he intentado no copiar patrones masculinos, hacer lo que considero que debo hacer sin pensar en cómo lo hace el que siempre triunfa. No somos ni mejores ni peores que los hombres; somos nosotras mismas y debemos defenderlo. Yo soy lo que soy porque lo he querido ser. Nuestras madres fueron las heroínas». La emprendedora Carlota Mateos, fundadora de la empresa turística Rusticae, recuerda que su madre siempre le repetía: «Si trabajas fuera, no trabajes dentro, y con los niños más vale calidad que cantidad». «Yo no me he encontrado nunca con techos de cristal, pero obviamente los hay. No es lo mismo un trabajo por cuenta propia que por cuenta ajena, y todavía hay muchas barreras que derribar».

«Además de mujer, soy madre de tres hijas», cuenta Ana Sáenz de Miera, directora de la red internacional de emprendedores Ashoka en España y Portugal. «Y eres constantemente una víctima de la desigualdad, en referencia al comentario de que he elegido el trabajo en vez de a mis hijas. Nada me da más rabia que ese tema, y tengo que explicar que no he renunciado a ellas. Hay que gestionar el tiempo y también el sentimiento de culpa».

«Lo que demuestra que sí hay techos de cristal es que, para definir lo que somos, hacemos referencias a vivencias particulares. Mi madre me educó en la independencia económica. Estoy profundamente agradecida de haber nacido en una familia que me ha educado para estar orgullosa de mí misma, para buscar mi camino. Hay muchas mujeres a las cuales eso no les ocurre, y por lo tanto sigue existiendo una desigualdad estructural; sigue dependiendo de las circunstancias particulares que a cada uno nos tocan», sostiene Rita Maestre, portavoz y concejala del Ayuntamiento de Madrid. «Yo no he tenido un techo de cristal en el ascenso político; es ahora, en mi extraña vida de concejala, donde hay diferencias en el tratamiento. Es tan evidente como que comenten tu ropa en el pie de foto de las crónicas periodísticas».

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La mujer en las esferas de poder

En el campo de lo político, son varios los estudios que coinciden en que una mayor participación política de las mujeres está asociada a una menor corrupción. «Hay una correlación entre pobreza, corrupción y desigualdad de género, es decir, aquellos países donde se promueven políticas de igualdad, y no solo desde el punto de vista de participación porcentual, sino de participación efectiva, suelen tener un mayor desarrollo económico sostenible y un menor índice de corrupción», explica Herrero-Beaumont. Pero advierte: «Ante ello, existe la tentación de caer en el titular de «Las mujeres son menos corruptas que los hombres», y eso es peligroso. Aunque hay evidencias de que a mayor número de mujeres, menos corrupción, las causas no tienen por qué ser una cuestión de género».

Ese fenómeno, según Montserrat Tarrés, se debe «a la forma en que el hombre y la mujer viven el poder. El hombre lo vive en esencia, es su mayor aspiración. Para la mujer, es una herramienta para alcanzar otras metas. Es biológico». Elena Valderrábano discrepa: «Son cosas aprendidas. De alguna forma, nosotros mismos prolongamos el estereotipo. Estamos dando pasitos, pero en muchas cosas vamos para atrás, porque seguimos con esa la misma cantinela procedente de una base cultural».

«Es una disputa teórica, en un nivel amplio de sociología y antropología. Respecto a la ciencia natural, hay una parte biológica que no sabemos hasta dónde llega, pero lo cierto es que cuanto más peso tenga lo biológico, menos capacidad hay de cambio, porque todo lo que asumamos como biológico, lo asumimos también como intrínseco, determinado e irreformable», considera Rita Maestre. «Tenemos que ampliar el campo de lo construido, porque en eso es en lo que se puede trabajar».

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Roles pre-asignados

Desde la publicidad, pasando por los medios de comunicación, el cine, los videojuegos o las revistas de moda, los mensajes que perpetúan estereotipos son constantes. Según un estudio realizado por el Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC) durante la campaña de Navidad de 2014, cuatro de cada diez anuncios televisivos emitidos contenían estereotipos de género. El 61,8% se correspondían a «lo femenino» y el 38,2%, a «lo masculino»; los más comunes para los niños eran el poder y la fuerza −coches o figuras de acción−, mientras que aquellos dirigidos a las niñas hacían referencia al cuidado, la empatía y la belleza física.

«La masculinidad está construida, a lo largo de siglos de experiencia, sobre el liderazgo, el poder, la virilidad, mientras que el arquetipo femenino se ha construido en torno al cuidado (de los dependientes, de los hijos…). Las mujeres no jugamos en casa en el mundo de liderazgo, y los hombres no juegan en casa en el mundo del hogar y el cuidado», explica Alonso. El reto, según Herrero-Beaumont, es que los sistemas políticos, sociales y económicos recojan esos valores del cuidado, en lugar de ir en contra de ellos. «Lograr que la mujer, en esa participación efectiva en la vida pública, introduzca esos valores sociales tan importantes que a lo largo de la historia no lo han sido para el hombre. Lejos de ser algo considerado débil, hay que ponerlo en valor».

Valderrábano matiza: «Hay que deconstruir los dos arquetipos; no se puede construir el femenino otra vez en contraposición al masculino. Si solo construyes este, te quedas cojo. Es lo que pasó hace unos años, cuando se empezó a avanzar en el feminismo: hubo y hay una crisis masculina. Hay hombres que prefieren quedarse en sus casas cuidando de sus hijos, y eso está mal visto».

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«Si nos vamos a un nivel superior, en esta vida la naturaleza, y por ende los seres humanos, funciona por un equilibrio puro y ancestral. De lo que se trata es de recuperarlo. No creo que tengamos que rehacer los arquetipos femeninos y masculinos, sino volver a ser el equilibrio que somos en esencia», opina Carlota Mateos. «Todos estamos conformados por un aspecto femenino y uno masculino, y ambos tienen que estar en equilibrio en cada uno de nosotros, en los hombres y en las mujeres. Vivimos actualmente, sobre todo en Occidente, en una cultura híper masculinizada, porque los hombres, al estar en el mundo del poder, han llevado al máximo la parte masculina de ellos mismos, restringiendo su propia feminidad. Se debería crear un espacio nuevo para podernos reequilibrar».

«Yo creo en la belleza de la diferencia entre el hombre y la mujer», dice Ana Sáenz de Miera. «Hay unos mínimos rasgos comunes, y es peligroso generalizar. Yo he sido monitora de Scout de niños y niñas de 6 años durante, también, 6 años, y la diferencia año tras año entre ellos y ellas era enorme. Me parece una pena que la forma de que haya igualdad entre hombre y mujer sea acabar con esos rasgos diferentes». Según Maestre, «no se trata de acabar con ellos, sino de permitir que cada uno pueda elegir y pueda desarrollarse con libertad».

«No hay que destruirlo. Cuesta ver si algunos estereotipos que calificamos como definitorios de hombre o mujer son realmente definitorios o puramente culturales. No todo lo que metemos en el saco como femenino o masculino es biológico», apunta Valderrábano. «A una niña al nacer le ponen pendientes y la visten de rosa para que todo el mundo sepa que tiene que ir por un camino predeterminado. Efectivamente −comenta Alonso− hay una serie de herramientas de control que te dirigen constantemente».

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