Opinión

Éxito líquido

«La versión moderna del éxito no es más que un espejismo, un oasis que se evapora en cuanto crees que has llegado a él», escribe Pablo Blázquez, editor de Ethic.

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22
junio
2016

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He leído de un tirón Instrumental, el libro en el que el célebre pianista británico James Rhodes relata con sensibilidad, ironía y mucha crudeza cómo la música le salvó la vida tras ser violado durante años por su profesor de boxeo en un colegio muy exclusivo de Londres. Después de sufrir esa experiencia tan injusta y brutal vinieron las secuelas: sentimiento de culpa, excesos con las drogas y el alcohol, aislamiento social, autolesiones y locura. Esta trágica relación de hechos encierra una lógica oscura pero aplastante: ¿cómo no acabar en un psiquiátrico después de haber sido violado por un cabrón desalmado desde los 5 hasta los 10 años?

A lo largo de 300 páginas en las que Beethoven, Bach y Rajmáninov siempre suenan de fondo, Rhodes rinde tributo a la música, y en uno de los capítulos narra cómo, lejos aún de convertirse en el pianista que escandalizaría al conservador mundo de la música clásica con sus particulares performances, su estilo rock n’ roll y su obsesión divulgativa, decidió seguir a rajatabla el manual-de-instrucciones-para-ser-todo-un-hombre-de-éxito. Por fin había dejado las drogas, pero se embarcó en una huida hacia delante. Lo que parecía el refugio perfecto acabó con su ingreso en una institución mental. La fachada funcionaba como tal: trabajaba en La City, ganaba 15.000 libras a la semana, vivía en una casa con jardín, muebles de diseño y un imponente piano de cola Steinway en la zona pija de Randolph Avenue y se había casado con una hermosa mujer con la que tendría un hijo. Pero en realidad todo –menos Jack, su hijo– era puro escaparate. Y tras esa sofisticada vitrina al público tan solo atisbaba un agujero de angustia, inestabilidad e inseguridades.

Es súper evidente que Rhodes sufrió una experiencia durísima que ha marcado su vida con letras de fuego y eso le convierte en un caso excepcional. Pero esa idea falsa y distorsionada del éxito no atiende solo a casos aislados. Está en todas partes. Se fabrica en las más prestigiosas agencias de publicidad, la introducen en los suplementos de los periódicos, se desliza por nuestros buzones, salta bruscamente, cuando menos te lo esperas, en las pantallas de los smartphones, descansa entre las miradas efervescentes que se cruzan dos adolescentes, la reproducen en universidades y escuelas de negocio. La versión moderna del éxito no es más que un espejismo, un oasis que se evapora en cuanto crees que has llegado a él. Enciende tu ordenador y contempla cómo funcionan esos scalextrics para la felicidad virtual y el narcisismo idiota que son las redes sociales. Convénceme de que no tengo razón.

«Find what you love and let it kill you», sentenció Charles Bukowski, un día que no tenía resaca pero decidió hacer uso de esa licencia para la exageración que tienen los grandes escritores. Las tablas de salvación de Rhodes fueron su hijo Jack y la música. Ya ha grabado seis discos y sus conciertos, que pueden celebrarse tanto en teatros de relumbrón como en salas del circuito rock y alternativo, (casi) siempre se llenan. Con su cruzada para llevar la música clásica a todos los públicos, está consiguiendo algo que resulta fascinante: llegar a los más jóvenes. Pero si hay algo que a estas alturas Jimmy tiene claro es que el éxito siempre es líquido y relativo.

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