Cultura

Marcas y arquitectura

El presente microrrelato, perteneciente a la obra ‘Relatos liberados’ de Mario Alonso Ayala, invita a reflexionar sobre el papel social que deberían jugar los arquitectos.

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27
mayo
2015

En la mesa de al lado hablaban de arquitectura. Yo tomaba un café tranquilamente bajo un soportal de una plaza de Luca. Fuera caía una lluvia fina. Un hombre maduro de corta estatura escuchaba mientras buscaba algo en un libro. Pude ver que era Gog.

«Fijaos lo que dice Papini —se levantó para reclamar la atención de los contertulios—. ¿Imagina, usted, un poeta moderno que quisiera introducir un verso suyo en medio de un canto de La Ilíada, o una escena de su invención a la mitad de un acto de Shakespeare? Y, sin embargo, lo que se pide a los arquitectos modernos, y que éstos bellacamente realizan, es un absurdo de ese género». Cerró el libro y continuó en lo que parecía un discurso. «Mientras que la cultura oriental ensalza la labor del grupo por encima de la del individuo, la occidental valora mucho más el éxito individual. En la escala de valores de nuestra sociedad prevalece el tener, más que el hacer o el ser, y por eso es competitiva, materialista y poco solidaria. Este modelo social ha trasladado sus efectos a la economía. Hasta el siglo XIX, el intercambio de bienes y servicios se basaba en el precio y la calidad. Con la llegada del capitalismo, las empresas se dieron cuenta de que para competir debían crear marcas. Las marcas son intangibles, de inmenso valor, que lo que buscan es diferenciarse para generar el comportamiento de compra, y constituyen uno de los pilares del consumismo que vivimos».

De vez en cuando hacía pequeñas interrupciones que concedían a sus palabras cierta solemnidad.

«Durante siglos, la arquitectura no ha tenido marca: se trazaban unos planos que se copiaban hasta la saciedad, y los pueblos, las ciudades, las comarcas, eran arquitectónicamente homogéneos », sentenció, mientras indicaba con el dedo varios de los edificios circundantes. «Mirad, en la arquitectura ha ocurrido lo mismo. Fijaos en esta plaza, o en cualquiera de toscana o en muchos otros lugares del mundo. Ahora ocurre todo lo contrario. El arquitecto quiere dejar su impronta, su sello, en definitiva, su marca que le diferencie. Pero no podemos olvidar que la arquitectura constituye un bien público, del que gozamos o sufrimos. Cuando el arquitecto se equivoca no sólo lo hace individualmente, sino que afecta a toda la sociedad, que padece su error. La arquitectura no debe ver en la diferenciación un objetivo en sí mismo, sino que sus fines deben ser la armonía, el equilibrio, la utilidad, la eficacia y, por supuesto, la estética. Que algunos arquitectos elegidos se puedan permitir tener su propia marca puede ser comprensible. El problema lo tenemos con el resto, que no tratan de imitar su obra, sino su comportamiento. Hay que volver a la arquitectura para el grupo y no para el ego del individuo que la practica. Quizás entonces, esta compleja mixtura de arte y técnica vuelva a ser reconocida y apreciada por todos».

Tras un largo silencio, no pude resistirme y aplaudí sin ningún rubor.

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