Opinión

Cuatro años después: ¿un mundo árabe poco primaveral?

Después de la ola de protestas que conmocionó al mundo árabe a inicios del 2011, muchos se preguntan qué ha sido de la llamada Primavera Árabe.

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14
mayo
2015

“La impotencia  es el emblema de la desdicha árabe en la actualidad. Una impotencia para actuar y afirmar tu voluntad de ser, aunque fuese solo una posibilidad, frente al Otro que te niega, te menosprecia y hoy, nuevamente, te domina.  Impotencia para acallar el sentimiento que no eres más que una cantidad insignificante en el tablero planetario, cuando la partida se está jugando en tu casa”. Samir Kassir, periodista libanés.

Después de la ola de protestas que conmocionó al mundo árabe a inicios del 2011, muchos se preguntan qué ha sido de la llamada Primavera Árabe. Las poderosas imágenes que circularon por redes sociales a nivel mundial y la innegable fuerza que adquirió un movimiento ciudadano iniciado por la juventud árabe parece hoy haber cedido el lugar a lo que se ha calificado como “invierno árabe”, entendido como el regreso al despotismo (Egipto) o a desenlaces apocalípticos de anarquía (Libia, Yemen) o de guerra civil prolongada (Siria, Iraq). Túnez parece ser el islote que escapa al retroceso y, sin embargo, su fragilidad en términos económicos y de seguridad también la coloca en alerta amarilla.

Activismo y nuevas voces

A manera de antecedente, es importante resaltar que en las últimas décadas la región ha presenciado un desarrollo de movimientos cívicos de resistencia, en busca de justicia social y de una mayor participación política. En la primera década del siglo XXI se fueron formando coaliciones ciudadanas, ya sea dentro o fuera de instituciones existentes, para canalizar las necesidades de sus comunidades. En ocasiones las campañas estaban enfocadas en temas de política exterior (la cuestión palestina), pero más frecuentemente en torno a  los derechos laborales, donde los sindicatos tuvieron un papel importante.

En 2011 ese activismo encontró finalmente la ocasión de ventilar en la esfera pública una serie de insatisfacciones acumuladas. A raíz de la inmolación del tunecino Mohammed Bouazizi y de la muerte de Khaled Said a manos de la policía egipcia, pero sobre todo mediante la circulación de esta información por redes informales (internet o telefonía móvil), las masas son convocadas a las calles clamando “Pan, libertad y justicia social”, y dirigen su frustración contra los gobernantes, exigiendo “la caída del sistema” y  de sus mandatarios.

La dimisión de los presidentes Ben Ali y Mubarak da pie a una reacción en cadena en otros estados autocráticos. Los levantamientos populares se suceden y dan pie al emprendimiento social, entendido como “todo esfuerzo ciudadano para movilizar a las comunidades en aras de responder a las oportunidades o crisis y avanzar en el bienestar colectivo”, según la definición de la internacionalista Maryam Jamshidi.

Participación y geopolítica: cantidad vs. calidad

El crecimiento de la oferta política ha sido exponencial. Según Zied Boussen, miembro de Jeunes Démocrates Indépendants y de la asociación Al Bawsala en Túnez, en su país ha habido una multiplicación de partidos políticos que pasaron de 7 a 117, y más de 11.000 candidatos en las últimas elecciones parlamentarias. Las cuotas que se han establecido para mujeres y jóvenes en los partidos políticos han hecho que se renueve la participación, así como las campañas desde medios sociales.

Sin embargo, estas ganancias democráticas palidecen ante dos eventos: el golpe militar de julio de 2013 en Egipto y el auge de Estado Islámico (EI). La cerrazón en materia de cambio político y la exclusión de movimientos como los Hermanos Musulmanes han precipitado que EI y otros movimientos radicales adquieran un llamativo sobredimensionado y se transformen incluso en opción ideológica válida.  El ascenso meteórico de EI en Iraq y Siria obedece al deterioro de las desigualdades sociopolíticas que ha precipitado un sectarismo sin precedentes.

La torpe invasión de Iraq por la coalición liderada por EEUU a partir de 2003 crea un vacío de poder pésimamente administrado, en particular por el exprimer ministro iraquí Nuri al Maliki. Si a ello sumamos la brutal represión del régimen de Bashar al Assad en Siria, la provisión de armas y recursos financieros provenientes de países del Golfo (Arabia Saudí y Qatar), la tibieza y doble rasero occidental, la connivencia de Turquía,  la activa penetración iraní, el apoyo de Rusia a Assad, no es extraño que cualquier transición pacífica sea, parafraseando a García Márquez, la crónica de una muerte anunciada.

Medios, narrativas, memoria

Sabemos que los medios son el cuarto poder y la batalla de narrativas también explica la aparente derrota de la Primavera árabe. El apoderarse de los términos “revolución” y “legitimidad”, el designar culpables con el dedo o descalificar oponentes son clásicos de los escenarios mediáticos. Es cierto que hubo una apertura inicial de los medios de comunicación tradicionales en 2011, pero hoy el regreso de la censura es evidente. La diversidad de opiniones esbozada al principio también ha sido reemplazada por la polarización política. Y no solo se trata del binomio simplista que opone nacionalistas a islamistas, sino que hay una serie de implosiones dentro de los distintos campos, y las lealtades no obedecen a lógicas ideológicas ni sectarias, sino tribales.

En este contexto, la cultura se ha convertido en una línea de defensa crítica en contra de la tiranía. Tomados por sí solos, el grafiti, las fotos de baja resolución y el argot árabe no parecen agentes sociales de transformación. Sin embargo, en conjunto su impacto ha tenido profundas implicaciones en países como Siria, donde la revolución cultural que acompañó al levantamiento político es quizás el único desarrollo positivo en más de cuatro años de conflicto brutal. Si algún logro puede destacarse de la Primavera, es justamente que las poblaciones ya no aceptan imposiciones y exigen cuentas a sus gobernantes.

No obstante, para muchos analistas el déficit democrático y educativo cultivado por los dictadores es y será el principal impedimento para el avance de los procesos de diálogo y la creación de consenso. Por ello, a imagen del Saturno de Goya, las revoluciones devoran a sus propios hijos, como señalaba el escritor alemán Georg Büchner. Son procesos largos; baste pensar en el complejo recorrido de las revoluciones francesa, rusa o china. Y uno de los grandes problemas de estos países convulsionados será lidiar con sus problemas de memoria y reconciliación.

Se estima que en 2020 habrá más de 100 millones de jóvenes árabes desempleados, cuyo potencial debe ser canalizado de alguna forma. Recordemos que detrás de la inmolación de Mohammed Bouazizi en Túnez estaba la impotencia frente la pobreza. Una impotencia profunda, como señala la cita de Samir Kassir que abre este artículo, en la que el ciudadano árabe percibe que está sometido a dinámicas que no controla. Una crisis de identidad ligada a su pasado colonial, su frustrado desarrollo y sus complejas relaciones internacionales  que plantean un rompecabezas con pocas certezas.

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