Opinión

«Hay más desplazados por el clima que por guerras»

Economista y escritor, Moisés Naím (Libia, 1952) destaca por su faceta de pensador. «Estamos a punto de ver una auténtica renovación de los partidos políticos», afirma en esta entrevista.

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27
julio
2014

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Realizar un ensayo sobre un cambio de paradigma de algo tan absoluto como el poder requiere sin duda una elevada capacidad intelectual y cultural, pero ante todo osadía. Algo que a Moisés Naím no le falta, por eso afronta sin ambages en su libro ‘El fin del poder’ –no falto de aciertos- el inicio de una nueva era en la que ya estamos inmersos.

Economista y escritor, Moisés Naím (Libia, 1952) destaca por su faceta de pensador. Un atributo que suele asociarse con la pasividad, pero en su caso es todo lo contrario, porque a él le va más la hiperactividad: ha sido ministro de Fomento en Venezuela, ha dirigido durante 14 años la prestigiosa revista Foreign Policy, es, desde 1993, el principal investigador en economía internacional del ‘think thank’ de Washington Carnegie Endowment for International Peace, es columnista habitual del El País, galardonado por el Premio Ortega Y Gasset -uno de los más importantes en lengua castellana-, dirige desde 2011 Efecto Naím, un programa semanal de televisión sobre asuntos internacionales que se transmite en decenas de países y ha publicado una docena de libros. El último, El fin del poder, pone en entredicho las estructuras jerárquicas tal y como las concebíamos hasta ahora.

Si nos ceñimos al título de su libro y nos abstraemos del contenido, ‘El fin del poder’ puede sonar algo impreciso. Hoy en día el debate gira en torno a la traslación de ese poder, concretamente desde el político al financiero.   

Eso es muy matizable. Hoy en día es mucho más fácil que nunca acceder al poder, pero también es más fácil que nunca perderlo. Una gran mayoría de los ejecutivos jefes de las empresas que causaron el inicio de la crisis financiera en Estados Unidos están procesados. JP Morgan, por ejemplo, tiene una multa de 13.000 millones de dólares. El ejecutivo jefe de Barclays fue despedido por comprar activos de Lehman Brothers.

Pero es indudable que algunas empresas tienen una clara influencia en quienes  ejercen las tomas de decisión. Eso significa que tienen más poder que antes. 

Lo tienen. Pero hoy en día, la garantía de que una empresa se mantenga en una posición de líder es menor. Ahí está el ejemplo de Nokia. La probabilidad de que una empresa se mantenga entre el 20% de las más punteras de  su sector ha bajado estrepitosamente. Caen las grandes y aparecen otras que ocupan su lugar.

Usted basa el fin del poder en tres revoluciones…

Para empezar, en la revolución del ‘más’.  Hay más de todo: más gente, más tecnología, más partidos políticos, más ONG, más países… Las curvas de crecimiento son exponenciales. Hay más  prosperidad. Hasta el año 1950 llegamos a ser dos mil millones, ahora crecemos esa cifra cada 20 años.  Somos un planeta más urbano: desde 2007 ya hay más personas en las ciudades que en el campo. También somos el planeta más joven que ha existido nunca. Obviamente, esto varía según el país, pero es un hecho. Luego está la revolución de la “movilidad”. Como me dijo un reputado autor, para un gobierno es más fácil matar a 100 millones que controlar a 100 millones. El poder necesita audiencia cautiva, circunscrita. Pero las fronteras ya no nos contienen, todos somos vecinos, y eso también tiene consecuencias. Y por último, y como consecuencia de todo esto, está la revolución de la “mentalidad”. Una mentalidad generalizada que denota un cambio en los valores, que cada vez va más en dirección al rechazo al autoritarismo, a una mayor tolerancia hacia el diferente, a un mayor interés por cambiar.  Un ejemplo: según un estudio, en la India están aumentando los divorcios en matrimonios de la tercera edad. Hablamos, por tanto, de matrimonios concertados. Pero lo más significativo es que son sobre todo las mujeres las que se divorcian. Aquí hay un cambio claro de mentalidad. La combinación de estas tres revoluciones es lo que hace que el poder sea más fácil obtener, más difícil de usar y más fácil de perder que nunca.

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 ¿Cuál es el fundamento real, sociológico y político, que está detrás de estas tres revoluciones y la consiguiente degradación del poder?  

Por un lado la demografía, el aumento de la población, pero también los cambios que hemos vivido a partir de la caída del muro de Berlín. Un acontecimiento que hizo más difícil defender políticamente ideas como el comunismo. Y posibilitó, por ejemplo, la entrada de China en la economía mundial como proveedor. Y también de países emergentes como Turquía, Perú, Indonesia, México, Brasil… Y esto propició la aparición de una nueva clase de consumidores. En la última década hay miles de millones que han salido de la pobreza, tienen capacidad de consumo, capacidad de ahorro, actitudes y expectativas más típicas de la clase media. Y por supuesto también han motivado estas revoluciones la globalización y los cambios tecnológicos.

La tecnología y las redes sociales han sido sin duda herramientas de contrapoder.

Internet y las redes sociales son importantes, pero no nos olvidemos de que son instrumentos, tienen detrás a usuarios con motivaciones. Internet era la tecnología de la liberación, sobre todo en las dictaduras. Pero también de represión. En Cuba y en Irán, por ejemplo, se está usando para reprimir.

El fin del poder… ¿Nos hará vivir en un mundo mejor? ¿O todo lo contrario?

Esta es la época de la humanidad más pacífica de la historia. Estadísticamente, es la época con menos asesinatos y menos guerras. Pero aun así tenemos grandes amenazas a nuestra seguridad. Y no vienen de que nos matemos entre nosotros, sino de la madre naturaleza. En el futuro, las razones para la inseguridad y la muerte no van a ser las guerras, sino el cambio climático, hay catástrofes medioambientales cada vez más frecuentes, huracanes, tifones… El número de refugiados por problemas ambientales es mayor que los desplazados por razones de conflictos humanos. Hoy ya estamos viviendo las consecuencias, ya no es un problema a futuro, el cambio climático ya nos está afectando.

Y esto nos lleva a un concepto que usted ha acuñado, el «minilateralismo».

El déficit más peligroso del mundo es  el número de problemas globales que un solo país no puede solucionar por sí mismo. Los países, cada vez más, deben actuar colectivamente. Pero la capacidad del mundo para resolver colectivamente los problemas ha ido declinando. El cambio climático, la crisis financiera, las pandemias… La respuesta a todo eso pasa por el multilateralismo. En la ONU ya hay 193 países que deben tomar decisiones. Suena muy romántico, la humanidad decidiendo colectivamente, pero la realidad es que no toman decisiones, no pasa nada. ¿Cuándo fue la última vez que una cumbre tomó decisiones relevantes para solucionar todos estos problemas? Por eso abogo por el «minilateralismo»: para los 20 problemas más importantes no hacen falta 193 países. Un número menor, entre 15 y 20 países, pueden resolver el 80% del problema. Es la manera de avanzar y solucionar crisis como el cambio climático, que se nos va de las manos.

Una solución más expeditiva, pero menos democrática…

Sí, porque eso podría llevar a pensar que las crisis que asuelan el planeta se dejan en manos de los más grandes y poderosos, y dejamos fuera a quienes también tienen derecho. Pero la duda es: ¿Tomar decisiones planetarias menos democráticas o no tomar decisiones?

¿Eso no podría llevarnos a pensar que un gobierno, cuanto más democrático, es menos efectivo que si tiende a ser autoritario?

Últimamente hay debate sobre la posibilidad de que los gobiernos autoritarios sean efectivos y las democracias no, porque estos últimos se ven en más dificultades. Pero los gobiernos autoritarios también tienen cada vez más dificultades, aunque no las veamos porque son más opacos, menos accesibles, no está tan claro que tengan una situación más estable o un pronóstico mejor.

Usted habla del fin del poder, pero como venezolano, ¿no considera que precisamente el chavismo, lejos de debilitarse,  sigue teniendo un peso real en la forma de funcionar de su país?

Venezuela confirma mi tesis. Chávez tenía menos poder y podía hacer menos de lo que podía hacer al principio. En su última etapa tenía una oposición más organizada, sufría una indudable caída en su popularidad. Cada vez un porcentaje mayor empezaba a tener dudas de su visión, y a Maduro le dejó un legado envenenado: tasas de homicidio entre las más altas del mundo, de inflación, de  desabastecimiento, parte de la población sin los recursos básicos para vivir. Es un gobierno fallido, un estado incapaz de cubrir las necesidades básicas, como la seguridad ciudadana, el suministro eléctrico, las medicinas… Y unos niveles de corrupción altísimos. Los datos demuestran que el poder no iba en ascenso. El chavismo es una forma de gobernar que tiene dificultades para ser sostenible.

Si el poder político pierde fuerza… ¿Cobran más relevancia las movilizaciones sociales que estamos viviendo recientemente?

La gente toma las calles porque no encuentra en los partidos políticos vías de participación para sus reclamos, sus expectativas. Eso tiene que cambiar. En los movimientos sociales hay muchísima energía política, pero muy poca atracción. La energía no está conectada. Los partidos políticos son los que tienen que conectar esa energía.

Obviamente, no lo hacen. ¿Cuál es la fórmula?

Vivimos en una época de innovación. En la última década hemos descubierto más cuerpos celestes que en los últimos 200 años, hemos decodificado el código genético, desde que te levantas hasta que te acuestas usas tecnología que se ha inventado en los últimos 15 años. La innovación está tocando constantemente la esencia humana. En todo, menos en la manera en que nos gobernamos. Pero estamos a punto de ver una auténtica renovación de los partidos políticos, estoy seguro de eso, porque el sistema está desfasado. Deben aprender de las ONG qué es lo que genera pasión, lealtad, ganas de cambiar las cosas. Los partidos políticos son percibidos como oligárquicos, excluyentes. Las ONG son más concretas, su lucha está más localizada y además son muy eficaces. Pero la democracia no puede estar basada en ONG, sino en partidos políticos con opinión sobre la tasa de cambio, la educación, las políticas energéticas, la agricultura, los avances sociales…. Ese es un lujo que las ONG se pueden dar.

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