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El amor por la muerte

¿De dónde surge la pulsión por la muerte entre los pensadores alemanes? Toni Montesinos repasa la obra de distintos autores de la cultura germana.

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13
mayo
2025
Imagen de portada de ‘El amor por la muerte en la cultura germana’ (El desvelo).

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Plagiando lo que ya habían dicho los pensadores grecolatinos dos mil años antes, o lo que expresó Quevedo en La cuna y la sepultura, en 1634, el nazi (fue miembro del partido entre 1933 y 1944) Heidegger, en Ser y tiempo (1927) —en la etapa, por tanto, en que es profesor en la Universidad de Marburgo, centro neurálgico del neokantismo—, espeta: «Tan pronto como un hombre llega a la vida, ya tiene edad suficiente para morir». Muy distinto será que otros decidan que ya ha llegado la hora de la muerte para millones de personas y haya que pegarles un tiro o meterlas en cámaras de gas, de lo que fue cómplice Heidegger —¿cómo decirlo de otra manera?— por el mero hecho de tener un cargo de responsabilidad, como rector de la Universidad de Friburgo desde la llegada al poder de Hitler; en ella, pudo presenciar, pasivamente, la quema de libros judíos y marxistas que se produjo delante de la misma biblioteca universitaria.

Por otro lado, entre el resto de medidas nacionalsocialistas que adoptó el filósofo, estuvo poner en práctica las instrucciones que, desde el Ministerio de Educación, indicaban que había que eliminar las ayudas económicas a estudiantes becados «no arios» y, asimismo, destituir a los funcionarios judíos del centro de enseñanza. En resumidas cuentas, Heidegger y otros intelectuales podían estar muy entretenidos comiendo en sus casas y recibiendo un sueldo del gobierno, pensando laboriosamente entre papeles y libros en el ser y la existencia, pero los verdaderos especialistas de ambos conceptos eran los que tenían que enfrentarse al peligro de dejar de ser ellos mismos y eran llevados al ostracismo de un gueto o un campo de exterminio, los que de súbito dejaban de existir por un balazo en la cabeza o por la inanición, la sed o el frío confinados en un tren camino de Auschwitz sin apenas aire para respirar ni poder hacer sus necesidades fisiológicas. Y, sin embargo, su libro tendría una gran influencia en diferentes tradiciones filosóficas, en particular en Francia, donde Jean-Paul Sartre, otro autor de educación elitista, vida acomodada y fanático extremista por el mero hecho de defender la política asesina de la Unión Soviética —si bien tuvo la espantosa experiencia de ser capturado por tropas alemanas en 1940 y pasar nueve meses como prisionero de guerra—, difundió el pensamiento de Heidegger en otro título ostentoso, lejos de la realidad de la vida, tan dura el año de su publicación: El ser y la nada y 1943, respectivamente.

Decía Heidegger que «tan pronto como un hombre llega a la vida, ya tiene edad suficiente para morir»

La cita del desmesuradamente ambicioso e ininteligible Ser y tiempo —que tantos supuestos expertos han logrado explicar, haciendo interpretaciones aún más inentendibles— la extraigo del teólogo Hans Küng, coautor, junto al profesor de literatura Walter Jens, de Morir con dignidad (1997): unas charlas impartidas en el Stadium Generale de la Universidad de Tubinga sobre la eutanasia y «a favor de la responsabilidad» de cada persona. Y esta es tal vez la palabra más importante en este terreno: responsabilidad, en la que podríamos pensar en su acepción vinculada al Derecho: la capacidad en todo sujeto para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Esto tiene que ver, principalmente, con el impacto y el dolor infinito que puede generar en personas próximas al suicida, dejando a padres, hermanos o hijos sin su ser querido. Quién sabe si este fue el caso de Eugen Gottlieb Winkler —aunque su padre murió cuando él tenía quince años—, pero en todo caso no pocos tuvieron que lamentar su muerte, siquiera aquellos amigos o colegas con los que pasó el verano de 1932: pintores, escultores y músicos en Colonia, o los que conoció en Múnich, Stuttgart o Tubinga, ya fuera en el ámbito literario, ya fuera en el artístico, que también profesaba.

Lo cierto es que el 28 de octubre de 1936, con solo veinticuatro años, pone fin a su tiempo con una dosis de barbitúricos. Se ha dicho que fue por temor a volver a ser encarcelado, pues tres años antes ya había estado diez días en prisión —tras lo cual ya hizo un primer intento de suicidio—, acusado de dañar en Tubinga un cartel electoral del Partido Nazi, que prohibiría la publicación de sus obras. De hecho, a inicios de la década Winkler escribió artículos críticos contra el nazismo, pero que no acabaron de ver la luz, aunque otro tipo de textos sí encontraron acomodo en diversas revistas alemanas (…)


Este texto es un fragmento de ‘El amor por la muerte en la cultura germana’ (El desvelo), de Toni Montesinos. 

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