Siglo XXI

Criptomonedas: la nueva fiebre del oro

Los expertos ya hablan de la «fiebre de las criptomonedas». Un fenómeno derivado del imparable auge del ‘bitcoin’, y de otras divisas digitales cada vez más populares que, sin embargo, plantean algunos retos, como la alta volatilidad de su precio y el fuerte impacto medioambiental que genera su actividad.

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Natalia Ortiz

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Carla Lucena
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22
diciembre
2021
Ilustración por Natalia Ortiz.

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La tarde del 11 de agosto de 1994, un joven de Philadelphia, Phil Brandenberger, encendió uno de los ordenadores de su oficina, entró en internet, pidió un disco del músico británico Sting y pagó 12,48 dólares (más gastos de envío). La operación le llevó más tiempo del que hoy cabría esperar, pero lo cierto es que Brandenberger tuvo que usar un software de encriptación de datos que le permitiese utilizar su número de tarjeta de crédito de manera privada.

Para muchos expertos, esa fue la primera transacción comercial online de la historia. Y también una de las más seguras. Desde entonces, el empleo de la criptografía –que consiste en hacer inteligible la información para aquellos que no están autorizados para verla– para realizar pagos por internet se ha extendido por todo el ciberespacio. A efectos prácticos, es lo que hoy nos permite hacer una transferencia bancaria de una cuenta a otra a través del móvil sin que nadie nos quite ese dinero.

Quince años después de que Brandenberger recibiese su CD, una o varias personas escondidas bajo el pseudónimo de Satoshi Nakamoto –cuya identidad sigue siendo un misterio–, hizo uso de la criptografía para un fin mucho más ambicioso: crear una moneda digital inquebrantable y un sistema de pago que no necesitase una entidad financiera central. Para llevar a cabo su plan, Nakamoto publicó un protocolo, una suerte de documento fundacional en el que se especificaba cómo utilizar y crear la moneda, a la que bautizó como bitcoin (BTC), una de las más valiosas del mercado actual.

Nakamoto hizo uso de la criptografía para crear una moneda digital y un sistema de pago que no necesitase una entidad financiera central

«Si la llegada de internet cambió nuestra manera de relacionarnos, con el bitcoin llegó el internet del valor», sostiene Íñigo Molero, consultor en comunicación y tecnología blockchain, y miembro de Blockchain España, un servicio de formación de esta tecnología, columna vertebral de las criptomonedas. «La tecnología de bloques (o blockchain) es como un gran libro de cuentas, una base de datos en la que se van apuntando las nuevas transacciones, y estas quedan registradas, cifradas y replicadas en cada uno de los nodos distribuidos que componen la red. Así las anotaciones permanecen intocables e infalsificables», explica el experto. «En el caso del bitcoin, cada 10 minutos se van generando bloques de información que están conectados entre sí criptológicamente. Si tú realizas una transacción y quieres cambiarla cuando han pasado seis bloques, vas a tener que modificar todos los bloques nuevos en los distintos nodos», detalla.

«La clave está en descentralizar la confianza», señala Molero. Y lo cierto es que una de las normas que Nakamoto impuso antes de lanzar el bitcoin fue que la emisión de su moneda estuviera limitada a 21 millones de unidades, cifra que se calcula que se alcanzará en 2140. Eso lo diferencia de las divisas corrientes como el euro o el dólar, cuya emisión es ilimitada y depende de lo que decida el banco central.

Molero: «Si la llegada de internet cambió nuestra manera de relacionarnos, con el ‘bitcoin’ llegó el internet del valor»

Eso no significa que el bitcoin se cree como por arte de magia. Es una tarea que llevan a cabo los mineros, personas con ordenadores muy potentes –llamados «equipos ASICS»– que se encargan de asegurar la capacidad de cómputo de la red. Hay repartidos miles por el mundo, y cada pocos minutos compiten entre ellos para resolver un complejo algoritmo matemático. El primero en solucionarlo es el encargado de generar un nuevo bloque de información indisociable de todos los anteriores y, a cambio, recibe una compensación en bitcoins. Aunque no siempre es la misma cantidad: al principio, cada minero ganaba 50 bitcoins por bloque, pero la cifra se divide a la mitad cada cuatro años. Ahora la recompensa está en 6,25 BTC.

El hecho de que sea un recurso limitado hace del bitcoin una divisa autónoma, pero también mucho más volátil. Nereida González, economista del departamento de Análisis Económico y de Mercados de Afi, señala que en el caso de las criptomonedas –que matiza que no pueden considerarse divisas como tal, porque no cumplen funciones como la de reserva de valor, de medio de cambio ampliamente aceptado o de unidad de cuenta– «la confianza recae en la red que trabaja para que la criptomoneda siga funcionando; es decir, que se sigan haciendo transferencias». En definitiva, no hay ninguna entidad financiera detrás, ni cuentan con respaldo o garantía alguna, sino que su valor está sometido a la ley de la oferta y la demanda, lo que explica su elevada volatilidad.

Basta fijarse en sus datos más recientes: en abril de 2021, batió su primer récord histórico al situarse en 63.000 dólares; en junio, su precio se desplomó por debajo de los 30.000 dólares, y en octubre superó el récord y conquistó los 65.000 dólares. «El precio del bitcoin presenta ahora mismo una volatilidad mensual del 87%», señala González, que subraya que, a pesar de estar sometida a enormes fluctuaciones, esta criptomoneda ha mantenido una tendencia alcista desde sus orígenes. Si hoy su precio alcanza las cinco cifras, en 2010 podía adquirirse por menos de 100 euros. «Hoy registra una rentabilidad anualizada en torno al 80% desde 2014», aclara la experta.

Como bitcoin, muchas otras criptomonedas están viviendo su edad de oro. Porque la de Nakamoto fue la primera moneda virtual, pero no la última. Hoy en día existen cientos, entre las que destacan ethereum (con un valor de cerca de 4.000 dólares en el momento de escribir este reportaje), binance coin, dogecoin o solana. Aunque cada una cuenta con sus particularidades, la gran mayoría están basadas en tecnología blockchain y todas han experimentado un crecimiento de tal calibre que hay quien no duda en hablar de la «fiebre de las criptomonedas».

Un 10% de los españoles posee y usa criptomonedas en la actualidad

«En los últimos años ha habido un creciente interés por parte de diferentes agentes del mercado, como los grandes inversores», señala la analista de Afi. Aunque, al parecer, los pequeños inversores también se han sentido atraídos por este nuevo sistema. Un claro ejemplo de ello es nuestro país, donde un 10% de la población posee y usa criptomonedas, como apunta un estudio de Statista. Esto supone cerca de 4 millones de personas, lo que sitúa a España a menos de dos puntos de países como Suiza o Grecia (con un 11%) y por encima de Estados Unidos (6%).

La digitalización provocada por la pandemia parece haber acelerado el auge de las criptomonedas. Pero hablamos de un fenómeno que viene de antes. Para Molero, se debe, sobre todo, a que la gente ha comenzado a perderle miedo a la tecnología y a informarse sobre un sistema que, asegura, proporciona conocimientos financieros.

Algo así le sucedió a Víctor Lavado, un ingeniero de inteligencia artificial de 29 años que, en noviembre de 2020, decidió invertir en criptomonedas. «Era un tema al que no le había hecho mucho caso porque todo lo que leía en los medios eran críticas negativas. Hasta que un amigo que trabaja en un banco me habló de ello y empecé a informarme sobre las cuestiones más técnicas», explica Lavado, quien ya tenía experiencia previa en pequeñas inversiones. Decidió probar con 100 euros, que transfirió a Coinbase, una plataforma online que facilita la compra, la venta y el almacenamiento de criptomonedas. Es lo que se conoce como casas de cambio o exchange, plataformas que ponen en contacto al comprador y al emisor y se llevan un porcentaje por ello.

criptomonedas

Con esa cantidad inicial, Lavado adquirió unos 0,005 BTC. Después, fue aumentando poco a poco sus inversiones en otras criptodivisas. «Como es un activo muy volátil, yo lo veo más como un fondo de ahorro, una inversión a largo plazo, más que como una moneda de cambio», expone Lavado, y explica que ese es el principal motivo por el que no las ha utilizado para comprar. No es cuestión de una falta de oferta. De hecho, según Coinmap, un portal que localiza los establecimientos de todo el mundo que permiten a sus clientes pagar con bitcoins, solo en Madrid, ya hay cerca de 101 comercios (entre los que destacan hoteles y tiendas de artículos de lujo) que aceptan monedas digitales como método de pago.

Invertir en criptomonedas es hoy en día relativamente fácil. Haga la prueba: busque la palabra en el servicio de aplicaciones de su teléfono móvil. Le saldrán cientos de apps que le ofrecerán guías rápidas sobre cómo empezar a adquirirlas. «La experiencia de usuario ha mejorado muchísimo en los últimos años, tanto en las webs de las criptomonedas como en las casas de cambio, donde solo tienes que completar un formulario para verificar tu identidad», señala Molero, que sugiere que esa simplificación de los procesos podría ser una de las razones de un auge que, a su juicio, no ha hecho más que despegar.

Para González, detrás de esta tendencia podría estar la promesa de una rentabilidad elevada futura: «Diferentes encuestas que preguntan a los inversores de criptodivisas por qué tienen exposición a este activo muestran cómo parte de los participantes dicen que es por la propia apuesta, como si se tratase de un casino», apunta.

A estas alturas, se hace complicado negar que las criptomonedas han ido ganando terreno en la vida pública. Sin ir más lejos, Eric Adams, el recientemente nombrado alcalde de Nueva York, anunció que cobraría sus tres primeros sueldos en bitcoins. Poco antes, El Salvador se convertía en el primer país en adoptar el bitcoin como divisa de curso legal y el gigante financiero JP Morgan se planteaba la creación de un fondo de inversión basado en estas criptomonedas.

El ‘bitcoin’ consume más energía en un año que países como Argentina

Sin embargo, hay quien nada a contracorriente. Y lo hace por motivos ecológicos. Es el caso del magnate Elon Musk, quien anunció que su compañía de automóviles eléctricos Tesla dejaría de aceptar bitcoins como moneda de pago debido al gran impacto medioambiental generado por el alto consumo energético que exige para funcionar. Una decisión respaldada por datos como los ofrecidos en un estudio del Centro de Energía Alternativa de la Universidad de Cambridge, que sugieren que el bitcoin consume más energía en un año que países como Argentina y representa cerca del 0,65% del consumo mundial de electricidad.

El principal problema está en el minado, según señalan en un artículo de investigación el catedrático Carlos Juiz y Belén Bermejo, doctora en Ingeniería Informática especializada en consumo energético. «Para resolver los acertijos y agregar bloques válidos a la cadena, los mineros utilizan la computación por fuerza bruta, y ahí radica el problema de la eficiencia computacional y energética: que los ordenadores se emplean de forma ineficiente», explican a Ethic. Y ofrecen una analogía ilustrativa: «Para averiguar el código secreto de una tarjeta de crédito de cuatro cifras tendríamos que probar todas combinaciones, más de 1.000 códigos diferentes. ¿Cuánto tiempo tardaríamos en ir probando estos códigos manualmente hasta encontrar el bueno? Probablemente horas, e incluso días, lo que genera un esfuerzo humano enorme. Si lo aplicamos al minado utilizado en las criptomonedas pero cambiando el esfuerzo humano por esfuerzo de cómputo, el resultado es una enorme cantidad de energía medida en kWh».

De hecho, el Índice de Consumo de Electricidad de Bitcoin (BECI) de la Universidad de Cambridge calcula que, en el momento de escribir estas palabras, el consumo de energía de bitcoin se encuentra en los 116 teravatios por hora (TWh) al año, una cifra superior a la del consumo anual de Filipinas (93,4 TWh) o los Países Bajos (110,7 TWh). Para que nos hagamos una idea, la electricidad consumida por la red de bitcoin en un solo año podría servir para calentar las teteras de todo el Reino Unido durante 26 años.

La enorme huella ecológica del bitcoin se repite a pequeña escala con otras criptomonedas. Un problema que se antoja cada vez más preocupante. «Mientras las monedas virtuales que se vayan emitiendo estén basadas en un algoritmo de computación que se resuelva por fuerza bruta, el consumo energético será enorme», señalan Juiz y Bermejo. Y concluyen: «Lo alarmante es que sigue incrementándose debido a la especulación con esta moneda virtual. Cuanto más éxito tenga bitcoin, más alto será su precio, habrá más competencia por conseguir ganar dinero minando y el consumo eléctrico será cada vez mayor».

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