Opinión

Las 'startups' de la integración

El desempleo en personas en riesgo de exclusión oscila entre el 25% y el 40%. Durante los últimos 40 años, en Europa han aflorado ejemplos de empresas que promueven activamente la integración.

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31
mayo
2017
trabajo exclusion social

Cuando uno pierde el empleo, parece perderlo todo: no puede sustentar a su familia, pierde su autoestima y su dignidad, muchas entran en depresión. Los efectos del desempleo son devastadores y se hacen sentir no solo en las personas, sino también en sus seres queridos y pueden llegar a afectar profundamente a toda una comunidad. Una teoría que defiende Amartya Sen, Premio Nobel de economía de 1998, incansable en su argumento según el cual el empleo es esencial para el desarrollo económico, social y personal.

Una realidad que se evidencia con más intensidad aún en el caso de las personas denominadas «en riesgo de exclusión», para quienes los mecanismos tradicionales de inserción socio-laboral no se adaptan y en las cuales las tasas de desempleo se disparan: según el colectivo en cuestión, oscilan entre el 25% y el 40%, frente a una media del 18,4% de toda España.

La denominación«en riesgo de exclusión» agrupa realidades extremadamente diversas; personas sin techo, inmigrantes, jóvenes ninis (ni estudian, ni trabajan), personas con «capacidades diferentes» (citando nuevamente Amartya Sen), parados de larga duración, mujeres víctimas de violencia doméstica, etc. Pero todas estas personas, de una manera u otra, cargan además de su historia personal, difícil y llena de obstáculos, el peso de la discriminación, tácita, pero bien presente.

Así, un experimento llevado a cabo en Estados Unidos por la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de Estados Unidos en el año 2015 ha demostrado que las empresas tienden a rechazar más a las personas con discapacidad que tienen un buen currículo, aunque la disfunción no afecte a su productividad. Lo mismo pasa con jóvenes inmigrantes o hijos de inmigrantes y otros colectivos.

Durante los últimos 30 y 40 años, en Europa han aflorado ejemplos de empresas que, de un modo u otro, intentan afrontar este problema promoviendo activamente el empleo de personas que, de otra manera, no habrían podido encontrar un trabajo en la empresa tradicional.

Del trabajo seguro hacia el trabajo significativo

Podría decirse que las empresas sociales con estas características aparecieron en España en la década de los 80, impulsadas por organizaciones locales, eclesiásticas (Fundación Engrunes, Emaús) o de padres de personas «con capacidades diferentes», como es el caso de Fundación DAU. Estos emprendimientos tenían una prioridad: el trabajo. Su impacto social se medía por el número de puestos de trabajo creados para personas en riesgo de exclusión social. Hoy en día cada vez más emprendimientos sociales van un paso más allá. Plantean resolver también y sobre todo el tema de la calidad o la satisfacción en el trabajo.

El desafío hoy es, para muchos, hacer que el trabajo responda a las necesidades de autonomía e independencia de estos colectivos, pero también a sus capacidades e intereses. De este modo, se refuerza el impacto social positivo del empleo creado manteniendo a la persona motivada a lo largo de su recorrido personal y profesional. El enfoque ha pasado del trabajo como instrumento a la realización personal a través del trabajo.

Con este objetivo, hay emprendedores sociales que han desarrollado plataformas online que ayudan a colectivos en riesgo de exclusión social a escoger un trabajo que responda a su perfil e interés, como la plataforma Disjob.net en España. Del mismo modo, otros han creado sistemas de mentoring que juntan a profesionales seniors de un sector específico con una persona de un perfil similar, pero con dificultad de acceso al mercado (como jóvenes inmigrantes), ayudándoles a desarrollar sus capacidades y encontrar un empleo. Es el caso de Duo for a Job, en Bélgica.

Otros han desarrollado proyectos que hacen de las capacidades especiales de determinados colectivos su fuerza: Specialisterne, empresa danesa que ha replicado su modelo en España, utiliza la capacidad de los autistas con síndrome de Asperger para trabajos que requieren atención al detalle y foco; Discovering Hands, en Alemania, utiliza la capacidad sensorial de las personas ciegas para detectar el cáncer de mamá; Rising Youth, en Holanda, construye sobre la fuerza de superación de los refugiados; y Batec Mobility, en España, tiene un personal comercial en silla de ruedas para vender su producto estrella, la ‘Batec’, que transforma la silla de ruedas en un pequeño todo terreno.

Existen también otras iniciativas que promueven no solo el empleo, sino también el auto-empleo. Así, el danés Refugee Entrepreneurs ha creado una incubadora dirigida a refugiados emprendedores que tienen una idea de negocio y necesitan ayuda para hacerla crecer. El supuesto es que una vez funcione su negocio, emplearán a otras personas en riesgo de exclusión social, generando así un efecto multiplicador positivo.

Estos ejemplos demuestran que las oportunidades se multiplican y se diversifican, tocando más sectores productivos y categorías de personas en riesgo de exclusión social. Las empresas que se generan son de tamaño pequeño o medio. Muy pocas veces se encuentran ejemplos exitosos de empresas sociales que han escalado fuera de su contexto local o de sus fronteras nacionales. El futuro del sector está, por lo tanto, en la diversificación de las oportunidades en el interior de un mismo territorio y en la multiplicación de pequeñas y medianas empresas para fortalecer el tejido de empresas sociales que promuevan la inclusión social de todos los colectivos.

Un desafío pendiente: la medición

Todas ellas tienen el desafío pendiente de la medición de impacto: demostrar claramente que están creando una diferencia positiva para el individuo: un individuo satisfecho, más seguro, más autónomo y con más calidad de vida, para su familia y para la sociedad en general. Muchos proyectos sociales siguen midiendo únicamente el número de puestos de trabajo creados. Sin embargo, esto no es suficiente.

Algunos han realizado ejercicios esporádicos de medición del efecto del empleo en la persona, su familia y la sociedad: L’Estoc, La Fageda, la Xanda y otros en España han utilizado el método del Retorno Social sobre la Inversión para probar que, por 1 euro invertido en la empresa, existe un retorno mayor para la sociedad. Pero estas mediciones son largas y costosas y, sobre todo, puntuales.

Aún falta generalizar la práctica de la medición y sobre todo integrarla en la gestión de la empresa social y en sus indicadores claves de desempeño, con el objetivo de que puedan verificar y demostrar claramente el valor social añadido de su trabajo y su efecto en la realización personal de sus trabajadores. Además de medir el número de puestos de trabajo creados, podrán confirmar que el trabajo ha sido un factor clave en la mejora de su calidad de vida.

En otras palabras, para diferenciarse del resto, las empresas sociales deberían reforzar su área de gestión de las personas, aplicando instrumentos que les permitan entender mejor qué están aportando a estos individuos y si contribuyen a que alcancen su pleno potencial, de acuerdo a las expectativas de cada uno. Un enfoque defendido por Amartya Sen en su Teoría de las Capacidades, que junta economía y filosofía, siempre en el interés del desarrollo humano.

Sophie Robin es socia fundadora de Stone Soup Consulting y coautora del estudio ‘Empleo con impacto social: el caso de Momentum Project’.

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