Opinión

Estudiar sin límites

En España, hay casi un millón y medio de personas con discapacidad en edad de trabajar. Menos del 18% tiene estudios superiores, lo que explica que su tasa de empleo roce el 25%.

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04
mayo
2017

En España, hay casi un millón y medio de personas con discapacidad en edad de trabajar. Menos del 18% tiene estudios superiores, lo que explica que su tasa de empleo roce el 25%. La educación tiene mucho que ver con estas cifras. ¿Está el sistema educativo diseñado para responder a las necesidades de todos los niños? ¿Allana el camino hacia los estudios superiores? ¿Qué papel deben desempeñar las universidades en este proceso? ¿Están las nuevas generaciones contribuyendo a derrumbar mitos en torno a la discapacidad? Ethic y Fundación Repsol, con la colaboración de Deusto Business School, reúnen a varios expertos para reflexionar sobre la educación como pasaporte hacia un entorno realmente inclusivo, tanto dentro de las aulas como fuera de ellas.

Un millón treinta y dos mil ciento ochenta y nueve. Son las visualizaciones alcanzadas por Una semana en silla de ruedas, uno de los vídeos de la youtuber malagueña de 19 años Esther Cañas publicado en su canal Atrapaunsueño. La pieza audiovisual tan solo necesitó unas horas para hacerse viral desde que fuera subida a la red. Nada insólito en el concurrido mundo virtual de estos portavoces de las generaciones más jóvenes, si tenemos en cuenta que los niños pasan cinco horas delante de una pantalla; que, por primera vez, Internet ha ganado terreno a la televisión, y que, en este panorama, Youtube se sitúa como la joya de la corona.

La red social es, claro está, una mera plataforma, y ni lo novedoso del formato ni la juventud de sus usuarios garantiza que todos los contenidos sean de corte pedagógico o sensibilizador, como el mencionado al principio de este reportaje. En absoluto. Si bien no sería la primera vez que un youtuber se moja en una causa social. Otro ejemplo en esta comunidad virtual: YellowMellow y María Cadepe (más de 300.000 suscriptores) se embarcaron el año pasado en el Artic Sunrise de Greenpeace rumbo al Ártico para apoyar una campaña de la ONG. El objetivo era conseguir 100.000 firmas y, en los dos primeros días, ya habían conseguido 88.000.

Pero lo realmente interesante de esta nueva forma de entretenimiento y de consumo de información es que los jóvenes eligen el contenido: donde antes eran atrapados por la caja tonta, ahora ven productos online bajo demanda. Ello nos concede un torrente de pistas valiosísimas sobre sus intereses. Iñaki Ortega, director de Deusto Business School, lleva tiempo indagando sobre el perfil de estos jóvenes que han nacido con Internet en sus bolsillos y a los que no se les ha tardado en bautizar: la Generación Z. «Son nativos digitales y, también, nativos en nuevos valores», asegura. Y si los Y comenzaron a trabajar con la diversidad (personas con discapacidad, mujeres y LGBT), los Z lo llevarán al siguiente nivel, porque la tecnología les ha hecho más tolerantes.

«Los jóvenes de la Generación Z responden por la diversidad, por la pobreza, por la desigualdad. No sabemos hasta qué punto puede tratarse de una pose, pero van en ese camino», predice Ortega. «Pensemos que, desde que tienen uso de razón, han visto a un presidente negro, algo que para nosotros representa un logro. O que tienen compañeros en clase con dos padres o dos madres, por eso no entienden debates como el del matrimonio homosexual», continúa. La diversidad, la inclusión o la igualdad de oportunidades son valores que estos jóvenes ya llevan incorporados, lo que los hace relacionarse con el mundo de manera muy diferente a las generaciones anteriores. «Se dan una serie de circunstancias que hacen que podamos levantar barreras históricas», adivina Ortega.

La prueba se encuentra en las propias aulas. Sonia Viñas, subdirectora de Fundación Universia, comparte la anécdota: «Nos hemos topado con casos en que los hijos dan lecciones a los mayores. Recuerdo una ocasión en que los padres mostraron rechazo a que a sus hijos les impartiera clase un profesor con discapacidad. La reacción de los niños, radicalmente opuesta, dejo entrever un nivel de empatía impresionante». «El movimiento –opina Viñas– es imparable, y el plano educativo, el germen para conseguir esa transformación».

Pongamos nota a la diversidad

«Un colegio inclusivo es una forma de ser», señala Adoración Juárez. Sabe de lo que habla. Esta experta en integración dirige, desde que abriera sus puertas en el año 2001, el colegio Tres Olivos de Madrid, un centro concertado de educación inclusiva preferente de discapacitados auditivos, donde conviven sordos y oyentes en un entorno normalizado de enseñanza. El centro inició su andadura con 300 alumnos; a día de hoy, están escolarizados cerca de 1.100, de los cuales el 10% son discapacitados auditivos. «Es un goteo continuo de niños que van al otorrino, a la revisión del implante… No es tan fácil que se sientan plenamente alumnos si tienen que estar constantemente saliendo al centro médico y a supervisiones. La educación inclusiva existe a nivel teórico, pero falta llevarla a la práctica», reivindica Juárez, quien afirma que «no hay un interés político por darle un reconocimiento a la inclusión».

Isabel Martínez, comisionada para Universidad, Juventud y Planes Especiales de la Fundación ONCE, ahonda en este punto: «A nivel legislativo, España está liderando los índices de inclusión de la discapacidad en centros de educación ordinaria y en universidades. Tenemos leyes muy garantistas y muy pioneras. Sin embargo, las políticas públicas no están cumpliendo con el mandato establecido». En este sentido, escuelas y familias se topan con un problema primario: la falta de recursos adecuados, como el hecho de que haya, en muchos casos, un solo orientador para todo un colegio; la no formación del profesorado; la inaccesibilidad de los contenidos, de las instalaciones o de las prácticas; exámenes no adaptados; etc.

«La Administración debería proveer al entorno educativo de las herramientas necesarias para que cualquier niño pueda desarrollar su potencial», indica Luisa Roldán, gerente del Área Social y de Voluntariado de Fundación Repsol. Martínez insiste: «Se piensa que, llevándolos a la escuela, ya están cumpliendo. Lejos de ahí, de entrada, lo más posible es que ni siquiera lleguen a titular. El sistema no los acompaña». Y, luego, la mayor barrera: la del prejuicio. «En el imaginario colectivo, las personas con discapacidad llegan a ser barrenderos, operarios, profesiones poco cualificadas. No los vemos curando en un hospital ni enseñando en universidades», añade Martínez.

Aún no hemos entendido que las normas no bastan. «Independientemente del derecho, tenemos que hacer el camino para que esa parte impuesta trascienda y sea abrazada por lo social. ¿De qué sirve que una escuela sea perfecta en términos de inclusión si luego no encuentro trabajo, ni grupo de amigos, ni tengo ocio? A veces, lo mejor es enemigo de lo bueno», reflexiona Ana Berástegui, directora de la Cátedra de Familia y Discapacidad de la Universidad Pontificia Comillas. «No vale que la escuela sea el único espacio social que tenga que incluir. Tiene que proyectarlo fuera. Necesita de otros agentes con los que cooperar, como el barrio, la comunidad y la sociedad civil en general. El objetivo es estar incluido en el cole y también cuando sales por la puerta».

«La otra gran barrera es la de la sobreprotección. Claro que es necesario sentirse seguro, que existan contextos de protección afectiva, ambiental y social, pero no de sobreprotección: es una línea difusa que exige un profesional constantemente reflexivo, valorando las circunstancias, las diferentes edades, los distintos escenarios… Me preocupa que el chaval sea la mascota de la clase», expresa Berástegui. La experta pone en valor la figura del alumno enlace, y recuerda su propia experiencia en la universidad acompañando a una chica ciega. «El ecosistema cambia, es más creativo, se hace más cooperativo. Se aprende más y se aprenden otras cosas. Sin contacto, no hay aprendizaje», asegura.

¿Son los campus espacios inclusivos?

Raquel, alumna con diversidad funcional de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, conoce bien la figura del alumno enlace, aunque desde la otra orilla. Desde que empezó la carrera, hace tres años, logra acceder a clase gracias a que compañeros, bedeles o docentes la aúpan escaleras arriba, porque no hay ascensor ni grúa para que pueda llegar con su silla de ruedas.

Con todo, pertenece a un porcentaje exiguo de personas con discapacidad que asisten a la Universidad: el primer paso para garantizar la no discriminación en el acceso a un empleo cualificado y a la posibilidad de desarrollar una vida autónoma, cuenta Luisa Roldán. Esta creencia es el motor que impulsa la iniciativa Campus inclusivos. Campus sin límites, un proyecto de Fundación Repsol, Fundación Once y el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que nació en 2011 para actuar sobre una doble vertiente: por un lado, reducir el abandono escolar temprano de los estudiantes con discapacidad, y, por otro, facilitar que las universidades participantes puedan detectar oportunidades de mejora para sus campus mediante el acercamiento a alumnos que más tarde se integrarán en sus aulas, de manera que estén mejor preparados para ofrecerles una educación universitaria inclusiva.

Una iniciativa bienvenida en un país donde solo el 17,9% de personas con discapacidad en edad activa tiene estudios superiores. Si bien España supera en tres puntos la media europea (15,5%). Aunque queda mucho trabajo por delante, la perspectiva siempre suele arrojar un poco de luz: en 2007, la Universidad contaba con unas 7.000 personas con discapacidad; ahora, hay más de 20.000. Un salto incuestionable. «Lo que hace 30 o 40 años era una intuición ahora es una convicción: si la sociedad es diversa, no atender al reflejo que esa sociedad tiene sería injusto, pero también ineficiente», matiza Fernando Riaño, director de RSC y Comunicación de Ilunion y vicepresidente de la Unión Mundial de Ciegos. «La rentabilidad económica solo es posible con rentabilidad social. Ninguna organización está en condiciones de poder renunciar al talento. Ni de renunciar a un cliente. No olvidemos que, en nuestro entorno, 1 de cada 5 personas convive con una persona con discapacidad. A lo que habría que añadir el hecho sociológico de que cada vez vivimos más, y la edad está muy vinculada a la discapacidad», analiza.

El quid está en focalizar el talento, apunta Myriam Ganado, responsable del Plan Familia de Fundación Adecco. «Debemos captar el talento de todas las personas, con o sin discapacidad, para potenciar sus capacidades y conseguir, así, una mayor empleabilidad y un mejor futuro», concluye. «La educación inclusiva puede tener una connotación de frustración para la persona que lo vive; tendemos a crear héroes», explica Luisa Roldán. «Entender que el talento también es diverso, que está en todos los colectivos de la sociedad, y saber buscarlo, es clave para lograr una sociedad verdaderamente inclusiva».

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