Diversidad

Luchando contra los siglos

La igualdad entre hombres y mujeres se ve lastrada por unos roles de los que resulta realmente difícil desprenderse. Ha llegado el momento del cambio y para ello necesitamos nuevas reglas del juego.

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03
marzo
2016

El Premio Nobel de Economía Gary Becker afirmaba que el matrimonio en el viejo paradigma era una relación de beneficio recíproco en la que hombres y mujeres ganaban. Para ello tenía que haber una total especialización por géneros y debía ser un vínculo indisoluble.

El gobierno, la sociedad, la escuela o la familia desplegaban una serie de herramientas de control que garantizaran la asunción de roles pre-asignados. La ley, la opinión pública, la educación o la costumbre eran algunas de ellas y contribuían a construcción de los arquetipos masculino y femenino.

Jung define el arquetipo masculino como la abstracción subjetiva pero reconocible por todos de lo que es un hombre y sus atributos, lo mismo ocurre con el arquetipo femenino. Cuando a una mujer no le llama el instinto maternal y está concentrada en su carrera profesional es a menudo presionada ante la urgencia de los hijos. Y es que el arquetipo femenino está fuertemente ligado a la maternidad. Asimismo, uno de los dramas de esta crisis ha sido ver a hombres que han perdido su trabajo y con ello su autoestima, según Shere Hite, porque el arquetipo masculino está muy vinculado a su proyección profesional.

Aunque los arquetipos evolucionan con el tiempo, su vigencia supera la realidad. Es decir, que hombres y mujeres plenamente alineados en el valor de la igualdad de oportunidades son víctimas de una programación mental que los lastra con esos pesados arquetipos, inercias del pasado.

Pareciera que hace siglos que estamos hablando de igualdad de oportunidades, pero la especialización de Becker se produjo en las cavernas, donde las sinergias entre la gestación, la cría, el cuidado de los vástagos y los cultivos eran claras. La dureza de la caza estaba reservada para los hombres, más fuertes y corpulentos. Los duros trabajos de la supervivencia en el Cromañón se ven ahora mitigados por las máquinas, y la fuerza física es diferencial ya en muy pocos empleos.

Nos encontramos, pues, en los albores de un nuevo paradigma en el que las minorías creativas definidas por Fogarty y Rapoport empiezan a dejar de ser casos excepcionales. Una creciente masa crítica de hombres y mujeres sometidos al juego de prueba y error, habitual en cualquier proceso evolutivo, que reescriben las reglas del juego.

Los dos hitos más importantes en este cambio son el nuevo concepto de familia, más comprensivo, flexible y contingente. Y la incorporación de la mujer al mercado laboral, todavía infrarrepresentada en las cúpulas de decisión: solo el 17% son consejeras del IBEX y un 8% ocupan puestos de Dirección General.

Las estadísticas dicen que el liderazgo femenino es más colaborativo. Hay quienes justifican esta diferencia genéticamente, pero yo la veo como una consecuencia de siglos, milenios de esta especialización. La brecha salarial es una de sus efectos, a menudo fruto de la injusticia pero también derivada de la propia elección de las mujeres.

Algunos de sus condicionantes son la capacidad de negociación, la protección del salario familiar frente al individual, la falta de visibilidad, los prejuicios, la capacidad para generar y mantener redes de contactos, la asertividad, la elección de carreras (las mujeres son minorías en ingenierías y ciencias, que son las mejor remuneradas) o la valoración de otros aspectos del trabajo además del salario tales como la cercanía de casa, el ambiente laboral o el contenido del proyecto. Priorizar estos aspectos reduce la concentración en el salario.

Finalmente, nuestra ley de igualdad está explícitamente diseñada para proteger la maternidad,  y esto frente a la co-parentalidad. Me pregunto si algún día las mujeres podrán abandonar la crisálida del viejo arquetipo, que les liga unívocamente a la maternidad, si no favorecemos que los hombres añadan el cuidado al nuevo arquetipo masculino.

Tal y como está planteada esta ley discrimina a la mujer, madre o no, que siempre es vista por el empleador como última responsable de los hijos. Además, discrimina a los hombres que sobrepasando las barreras culturales por querer vivir su paternidad plenamente tienen que acogerse a medidas creadas para mujeres que no les protegen en igualdad. Es urgente revisar las reglas del juego para que los hombres también puedan elegir.

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