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Los 'urbanicidios' que inundan la geografía española

Ciudades fantasma, aeropuertos sin aviones, autopistas a ninguna parte… Convertidos en símbolos del despilfarro, los ‘cadáveres arquitectónicos’ inundan nuestro paisaje.

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08
septiembre
2015

«Macrourbanizaciones fantasma, edificios públicos abandonados o infraestructuras a medio hacer forman hoy parte indeleble de un paisaje sacudido por una absurda megalomanía institucionalizada. Se trata de un fenómeno generalizado a nivel nacional y abarca tanto el plano territorial como el socio-político».

Así, sin eufemismos, se presenta Cadáveres inmobiliarios, una web que recoge cada uno de los excesos del ladrillo que se extienden por el mapa español y que pretende servir de punto de partida para futuros proyectos que propongan soluciones a un modelo estancado.

Los desmanes urbanísticos se aprecian mejor en la distancia. Otra iniciativa que da muestra de ello es Nación Rotonda: gracias a la visión aérea que ofrece Google Earth, esta web ha recogido más de 700 imágenes que exponen los estrepitosos cambios en el uso del territorio durante los últimos 15 años. Sorprenden los barrios con calles pero sin edificios, los aeropuertos sin aviones, las autopistas a ninguna parte, los proyectos a medio levantar, los campos de golf en medio de secarrales y la proliferación de rotondas (muchas, injustificadas). Ya se ha hecho famosa la rotonda de Isaac Rabin, entre la Avenida de la Ilustración y la calle de Nueva Zelanda (Madrid), que contiene nada menos que 19 semáforos.

Pero para extravagancias tenemos aquellas macrourbanizaciones pensadas para turistas que nunca llegaron, como Polaris World, un resort con centenares de adosados y un hotel de 5 estrellas rodeado de piscinas, gimnasios, spas y campos de golf. Cuesta creer que para su inauguración, en 2008, Woody Allen se acercara hasta la localidad murciana de Torre Pacheco para dar un concierto de jazz en el hotel. Más tarde la empresa, con tal de evitar la quiebra, perdería 1.170 millones de euros y al complejo no le quedaría más remedio que cerrar sus instalaciones durante varios meses.

Marina d’Or-Ciudad de Vacaciones, ubicada en Oropesa del Mar (Castellón) es otro testimonio rocambolesco de la burbuja inmobiliaria. Está compuesta por cinco hoteles, cerca de 15.000 apartamentos, ocho parques de atracciones, balneario y más de veinte restaurantes. «Marina D’Or es el clímax de un frenesí ibérico de la última década», escribe Íñigo Domínguez, corresponsal de El Correo en Roma, que en el verano de 2008 recorrió la España del Mediterráneo sin saber que estaba a punto de producirse el estallido de la burbuja, y que luego reunió sus crónicas en ‘Mediterráneo descapotable’ (Libros del K.O). «El viajero fuma un pitillo en el décimo piso del hotel-balneario de cinco estrellas de Marina D’Or. Y eso que no fuma. Pero se lo pide el cuerpo, este sitio es uno de esos lugares donde uno piensa que el mundo va mal», predecía.

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Y acertó. La venta de apartamentos en Marina d’Or proporcionó al presidente del complejo, Jesús Ger, ingresos millonarios antes de que la burbuja estallase. A partir de 2007 las ventas se redujeron un 60%, se frenaron nuevas obras (ni el proyecto Marina d’Or Golf ni las pistas de esquí artificiales llegaron a salir de la maqueta) y se despidió a un millar de trabajadores. «Hace años que muchos de los pisos pasaron a los bancos; nos quedarían unos 300 por vender», explicaba un comercial en declaraciones a El País.

Con todo, Oropesa no se resigna a abandonar la política del ladrillo y prevé duplicar para 2031 su parque de viviendas a pesar de admitir que ha crecido de forma desproporcionada: de las 20.800 viviendas que en la actualidad abarca el municipio, más de la mitad se construyeron en la última década. De ellas, 16.410 son segundas residencias y, según el censo de población, están sin vender 8.565.

Casas vacías

Según  los últimos datos del INE (que se remontan a 2011), en España hay casi tres millones y medio de viviendas vacías, un 10’8 más que hace una década. Aunque esa cifra es solo una estimación que no recoge los edificios a medio construir, las urbanizaciones sin acabar y otros ‘cadáveres’.

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«Esto genera problemas medioambientales pero, sobre todo, genera muchísimos gastos a los ayuntamientos porque se ven obligados a mantener el alumbrado, la pavimentación, pagar el canon por la evacuación de las aguas a la confederación hidrográfica, etc. Mientras, los propietarios de esas viviendas no pagan el impuesto de bienes inmuebles, ni ningún otro, porque en este caso concreto esas edificaciones han pasado a manos del Sareb, el famoso banco malo, por lo que los ayuntamientos no reciben ningún ingreso y tienen en cambio que mantener estos espacios, al menos, en condiciones de transitabilidad», apunta Jose Luis Sánchez, profesor de Geografía Humana en la Universidad de Salamanca.

A lo largo de los últimos años han surgido numerosos proyectos que han tratado de arrojar algo de luz sobre este escenario. Entre ellos se encuentra el ‘mapeado’ de viviendas vacías casastristes.org, puesto en marcha por el colectivo Derivart; ‘Ni un metro más de hormigón’, de Ecologistas en acción; Ruinas Modernas; los mapas de Nacion Rotonda; el mapa de deshaucios de 15m.cc y los 6.000 kilómetros de basurama.org.

Miguel Álvarez, Esteban García y Rafael y Guillermo Trapiello, los integrantes de Nación Rotonda, aseguran que ninguna comunidad autónoma se libra del desastre de los esqueletos de hormigón. No visualizan un modelo absoluto y sostenible en el tiempo, «pero para empezar podríamos ir aprendiendo de políticas que nos ayuden a generar propuestas para rehabitar tantas neo-ruinas: el sistema educativo de Finlandia, la gestión de residuos de Suiza, las energías renovables de Dinamarca, la inversión de I+D de Japón…». Aunque, según ellos, España se lleve la palma en Europa, el campeón mundial sigue siendo China, «que en los últimos tres años ha consumido más hormigón armado que Estados Unidos en todo el siglo XX».

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