Innovación

Mitos y realidades de la obsolescencia programada

¿Por qué cuándo compramos un producto no dura más tiempo? ¿Por qué nos vemos obligados a sustituirlo tan rápido? La respuesta es simple: están programados para no vivir más.

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15
marzo
2011

¿Por qué cuándo compramos un producto –desde un iPod hasta una nevera- no dura más tiempo? ¿Por qué nos vemos obligados a sustituirlos tan rápido? La respuesta es simple: están programados para no vivir más. Es lo que se denomina caducidad u obsolescencia programada, uno de los motores «secretos» de nuestra sociedad de consumo, nacido junto con la producción en masa.

En un economía basada en el crecimiento continuo, los productos se diseñan para ser sustituidos en un periodo de tiempo limitado. Cosima Dannoritzer, directora del documental «Comprar, tirar, comprar», que ha dado la vuelta al mundo con gran repercusión, explica a Ethic su visión de un fenómeno complejo en el que el sistema de producción industrial entra en conflicto con la lógica de un crecimiento inteligente que no devore unos recursos que son limitados.

https://vimeo.com/20286507

«Nuestra sociedad está dominada por una forma de crecimiento cuya lógica no responde a satisfacer nuestras necesidades, sino a crecer por crecer. No se trata de una empresa en concreto, es un problema del sistema entero y de la sociedad de consumo. Hay muchos ejemplos. La idea era empezar un debate serio, alejado de todas esas leyendas urbanas que circulan por Internet en torno a la obsolescencia programada», afirma Dannoritzer en un encuentro mantenido con esta publicación en Barcelona.

¿Cómo comenzó todo?

Fue en los años 20 cuando los fabricantes decidieron agruparse y formar cárteles para acortar la vida de los productos y aumentar las ventas. En ese momento ingenieros y diseñadores recibieron un nuevo cometido: hacer productos frágiles, confeccionados para tener un ciclo de vida muy por debajo de sus posibilidades. Incluso hubo  un prominente inversor inmobiliario, Bernard London, que tras el crash del 29 pidió que la obsolescencia programada fuera obligatoria.

Ya en 1928 una influyente revista de publicidad afirmaba que “un artículo que se niega a estropearse es una tragedia para los negocios”. Hay productos que incluso han llegado a desaparecer del mercado porque no se rompían. Esto explica, por ejemplo, la desaparición de las medias de nylon a prueba de carreras.

«El resultado es mucha basura. Los recursos naturales y las materias las convertimos en chatarra con un sistema de producción muy rápido, diseñado para reemplazar las cosas en poco tiempo, y además reciclamos muy poco. Producimos 50 millones de basura electrónica al año y sólo se recicla el 24%. El resto va a parar al tercer mundo. Esto está haciendo mucho daño», lamenta la directora alemana.

La bombilla –cuya imagen es símbolo de la innovación- se convirtió, paradójicamente, en la primera víctima de la obsolescencia programada. «Un día de Navidad de 1924 se creó, en Ginebra, el primer cartel de fabricantes de bombillas, Phoebus, cuyo objetivo era controlar el tiempo que duraban», explica Marcus Krajawesky, de la Universidad Bauhaus de Weimar.

Si en 1881 Edison puso a la venta su primera bombilla con el objetivo de que durara mucho tiempo, cuarenta años más tarde la industria creó el «Comité de la 1.000 horas», donde estaban representadas numerosas empresas, como por ejemplo la holandesa Philips o la española Teka, para que técnicamente ninguna bombilla superara esta duración.

En el documental «Comprar, tirar, comprar» muestran, además,  alguna anécdota muy ilustrativa sobre cómo el hombre ha invertido la lógica de la calidad para que los productos no duren. En un parque de bomberos de Livermore (California) descubrieron hace décadas la bombilla más antigua del mundo: funciona desde 1901 y nunca ha dejado de dar luz. Cuando cumplió 100 años miles de curiosos se acercaron a Livermore a celebrarlo.

El documental, rodado en España, Francia, Alemania, Estados Unidos y Ghana, aporta pruebas de una práctica empresarial que se ha convertido en la base de la economía moderna y muestra las terribles consecuencias medioambientales que se derivan de ella, como los enormes vertederos de “basura electrónica” que surgen alrededor de ciudades como Accra.

Con el paso del tiempo, las técnicas de la obsolescencia programada se han vuelto más sofisticadas. Cada vez se trata más de influir en el consumidor, de seducirle para que cambie voluntariamente un determinado objeto. «Tengo un teléfono que funciona sin ningún problema pero prefiero comprarme uno que tiene más prestaciones y un diseño más moderno». Así pensamos muchas vences los consumidores.

«Las empresas están empezando a darse cuenta de que el modelo tiene que ser diferente. Warner Philips, un biznieto de los fundadores de Philips, por ejemplo, ahora hace una bombilla que dura 25 años», añade esta realizadora, consciente de que su trabajo en este documental, que se ha llevado a cabo durante tres años en plena era de Internet, cuando las reflexiones se reducen a los 140 caracteres de Twitter, «ha creado mucho debate en torno a nuestro modelo de crecimiento y una energía muy positiva».

Para Dannoritzer, «hay una pregunta constante que es muy válida. Si todo dura más: ¿qué hacemos con los puestos de trabajo ? Es una pregunta muy importante porque la obsolescencia programada nos ha funcionado muy bien: ha creado riqueza, puestos de trabajo… Pero el problema son los recursos, que son limitados, y también que hay que pensar si este modelo de crecimiento genera o no felicidad y bienestar».

Dannoritzer está pensando ahora en dirigir un documental sobre el concepto de riqueza en el mundo occidental. «Creo que también se puede replantear. Hemos vinculado la riqueza a objetos y a consumo, y gastamos el tiempo libre en centros comerciales. Una cosa es la necesidad pero hay cosas que no se pueden satisfacer así. La riqueza puede estar en las relaciones humanas, en la amistad, en el tiempo libre,  en una mejor educación, en un trabajo que realmente nos parezca interesante… Creo que son cosas importantes y que afectan de forma directa a nuestras vidas».

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