¿Y si de verdad valoráramos nuestros bosques?
Seguimos esperando que los bosques se mantengan solos, como si el simple hecho de repetir que son valiosos fuera suficiente para conservarlos.
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No es ninguna novedad decir que los bosques son fundamentales para el clima, el agua, la biodiversidad, la salud mental, la inspiración poética y hasta para hacernos fotos bucólicas en otoño. Lo sabemos. Lo repetimos. Lo aplaudimos en jornadas, informes y actos institucionales. Y, sin embargo, seguimos esperando que se mantengan solos, como si el simple hecho de repetir que son valiosos fuera suficiente para conservarlos.
La paradoja es evidente: todos valoramos el bosque, pero casi nadie paga un precio justo por los productos y servicios que el bosque nos da. Ni como consumidor, ni como ciudadano, ni como sociedad. Es una verdad incómoda que muchas veces preferimos pasar por alto. Y como resultado, buena parte de nuestros bosques crecen sin gestión, sin actividad y sin horizonte económico. Lo que debería ser un activo estratégico para el territorio se convierte en un polvorín estacional, que solo recordamos cuando arde.
La pregunta, por tanto, no es si los bosques importan, sino cómo vamos a financiar su conservación y regeneración. O, dicho de otro modo: ¿cómo conseguimos que cuidar del bosque no sea un acto heroico ni un lujo, sino una actividad viable y sostenida en el tiempo? Porque si algo nos enseñan los incendios es que el abandono no es barato. Sale caro en vidas afectadas, en familias que pierden sus hogares o sus medios de vida, en dinero público, en emisiones, en suelos erosionados y en agua perdida.
Necesitamos consumidores dispuestos a pagar por el piñón, la trufa o la leche local, por la madera gestionada, por el vino o el aceite proveniente de mosaicos agroforestales. Mercados que valoren los productos que derivan de nuestros bosques gestionados, que opten por pagar un precio justo por productos de proximidad que ayudan y contribuyen a mantener nuestros paisajes y nuestras economías locales. Que cada vez más familias y ciudadanos prioricen nutrición, salud, regeneración, compromiso con la naturaleza y contribución social.
Y también empresas dispuestas a invertir en regeneración de los paisajes, no solo por filantropía o responsabilidad social corporativa, sino porque saben que su competitividad, su diferenciación en los mercados, su licencia social para operar en el territorio y su mitigación de riesgos climáticos y de pérdida de biodiversidad, pasan por implicarse de verdad en el territorio. Empresas comprometidas con la innovación en procesos y cadenas de valor regenerativas, que son capaces de atraer y canalizar inversiones importantes hacia el sector forestal y regenerativo.
No hay bosque vivo si el territorio se muere
Y, por supuesto, una administración que acompañe con marcos fiscales, incentivos y criterios de compra pública coherentes. Sin un enfoque transversal y valiente, seguiremos atrapados en el cortoplacismo, improvisando tras cada incendio y lamentando las consecuencias. Hace falta planificación, fomento de los emprendedores regenerativos, regulación exigente, herramientas de colaboración público-privada y visión a largo plazo.
Nada de esto será posible sin operadores sólidos que trabajen en el territorio con escala, ambición y capacidad de estructurar cadenas de valor completas. Y sin una visión compartida sobre qué significa un paisaje en mosaico: diverso, gestionado, productivo y funcional. Un modelo que reduzca riesgos, conecte sectores y devuelva vitalidad a las zonas rurales. Porque, seamos honestos, no hay bosque vivo si el territorio se muere.
Lo cierto es que tenemos buena parte de las piezas sobre la mesa. Lo que falta es una narrativa que nos saque de la melancolía del «ay, qué bonito era el bosque» y nos lleve al «cómo lo mantenemos, entre todos, vivo y útil».
Valorar el bosque no es romantizarlo, ni ponerle un marco en la pared. Es hacer lo que haríamos con cualquier infraestructura vital: invertir, planificar, profesionalizar y cuidar. Es entender que el bosque no es solo paisaje, sino futuro. Porque si de verdad creemos que sin bosque no hay futuro, ha llegado el momento de empezar a gestionarlo como si tal afirmación fuera cierta.
Joan Cabezas es CEO de Nactiva
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