ENTREVISTAS

«Los políticos son el peaje que pagamos por la democracia»

¿Quiénes han sido históricamente los enemigos del comercio? El filósofo Antonio Escohotado lleva enfrascado catorce años en alumbrar una trilogía sobre la historia moral de la propiedad.

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18
julio
2014

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Lo suyo son los proyectos ciclópeos a largo plazo. Diez años tardó en rematar su fascinante ‘Historia general de las drogas’ (Alianza) y catorce lleva enfrascado en alumbrar la trilogía ‘Los enemigos del comercio’. ‘Una historia moral de la propiedad’ (Espasa), cuya segunda entrega acaba de presentar. Entre medias, más de dos docenas de ensayos de todo pelaje y manifiesta profundidad. A sus setenta y dos años, Antonio Escohotado (Madrid, 1941) luce melena y bigote adensados por las canas, gasta un humor travieso, fuma con esa solemnidad que envuelve a ciertos vicios y ofrece una apacible conversación, quizás porque los progresistas teóricos tienen aspiraciones poco proclives a la epopeya.


Ha traducido a Newton, Hobbes o Jünger; es experto en Aristóteles y Hegel; ha escrito sobre sociología, filosofía y economía; ha impartido en la universidad numerosas materias, hasta ha cantado en un disco de Calamaro. Sin embargo, siempre será usted el autor de ‘Historia general de las drogas’. ¿Le molesta?

No. Estoy muy orgulloso de esa obra, aunque no creo que sea lo mejor que he escrito. Me molesta que me tomen por apóstol de las drogas, primero porque me parece de mal gusto y, segundo, porque es una falta de educación hacia la gente, que tiene su propio criterio. Me molesta que moleste que no haga un uso iniciático de las drogas sino un uso hedonista. Y me molesta, en fin, que confundan mi rebeldía con puro capricho.

Seguimos con el despropósito de que el narcotráfico mueva cientos de miles de millones al año, se cobre vidas, sojuzgue a mujeres a la trata de blancas… ¿se solucionaría con la legalización?

No tengo duda alguna. México le declaró la guerra al narcotráfico, y esa guerra lleva más de 40.000 muertos. Si se hubiera legalizado, la situación sería otra. Además, se crearían empleos. En Holanda, por ejemplo, el negocio del cannabis origina 100.000 puestos de trabajo directos e indirectos con los coffee shops.

¿Qué impide esa legalización internacional?

La hipocresía.

Centrándonos en su último libro, y sin ánimo de ser impertinente, no sé cómo se ha atrevido usted con este segundo tomo con la escasísima repercusión que tuvo el primero…

Nada de impertinente, tiene razón, no tuvo eco ninguno, ni una piedrecita en el lago, nada. Pero como ves no me desanimé y estoy convencido de que este segundo tirará un poco del primero. De cualquier manera, es un proyecto que merece la pena concluir.

Los del comercio, ¿han sido unos enemigos a su altura? Y de todos ellos, de los hostiles y adversos, ¿cuál ha sido el más contundente?

Ha habido, a lo largo de la historia, muchos enemigos del comercio. Son gente muy bragada, muchos de ellos de tenacidad insuperable, diría yo. Pero ninguno ha conseguido acabar con él. En cuanto a la segunda pregunta, te diría que es difícil encontrar personas con más capacidad para el combate y la oposición al comercio que Lenin y Trotski, que hicieron una auténtica revolución contra el comercio.

Dos ejemplos casi contemporáneos; sin embargo, el primer gran enemistado del comercio fue nada más y nada menos que Juan el Bautista.

Así es, Juan el Bautista fue un gran enemigo del comercio, que predicaba que la propiedad era un robo. Pertenecía a una secta de hombres pobres, los esenios, a la que se incorpora su primo Jesús a través del bautismo.

No esperaba que saliese tan pronto el asunto. ¿De qué no tiene la culpa la religión?

De qué no tiene la culpa… es una proposición negativa y, por tanto, es difícil sacar de ella algo que no sea un juicio negativo. Tal vez si la reformulamos…

¿La religión ha sido un aliado del comercio o de sus enemigos?

Para el monoteísmo judío, el comercio es la actividad más provechosa posible, en la medida que permite un intercambio pacífico de bienes y servicios. El Antiguo Testamento digamos que es pro comercio. El enemigo del comercio es el Nuevo Testamento, que se resuelve directamente comunista en la terminología moderna, ya que su base es bendecir a los pobres; además, plantea, de manera abierta y directa, una confrontación violenta derivada de poner primero a los últimos y desterrar al último lugar a los primeros.

Que las crisis económicas son estafas monetarias, como usted sostiene en este ensayo, ¿se hace hoy más palpable que nunca?

Cuando no había dinero en tanto que papel moneda también había estafas, inflación y crisis, pero éstas eran un movimiento lento hacia la extinción, porque no había progreso, al contrario, había involución. Es a partir del momento en que se acuña el papel moneda cuando se cimienta la base de  una nueva sociedad que conoce el desarrollo; pero el desarrollo se produce en forma de ciclos que, mirados con un poco más de atención, son espirales, por ahora, ascendentes; quiero decir: primero viene el entusiasmo, con el entusiasmo la burbuja, luego ésta se pincha y llega el desplome. Pero ese nivel de desplome está a un nivel de capitalización un poquito más alto que el desplome del ciclo anterior.

Es decir que para cuando la crisis se haya saciado, nuestro nivel de bienestar será mejor que el que consintió la anterior crisis.

Así es.

¿Hay salida para esta emboscadura, si me permite la terminología de Jünger?

No sólo se la permito sino que se la agradezco. Afortunadamente, como acabo de apuntar, detrás de cada crisis resulta que empezamos en un nivel más alto que en la anterior. Cuando termine la presente crisis, que bien podría durar setenta años, como la larga depresión del XIX (esperemos que no), estaremos mejor, sin duda. Y, por larga que sea la crisis, ésta tiene un fin.

Ayn Rand, una de las grandes teóricas del capitalismo, asegura en uno de sus ensayos que «el capitalismo ha sido el único sistema de la historia en el que la riqueza no se ha adquirido mediante saqueo, sino mediante el comercio». ¿Está de acuerdo con esta reflexión?

Admiro muchísimo a Rand, pero el origen de este pensamiento, de un modo más claro y profundo, se encuentra en la obra de Hume, en concreto en sus ensayos políticos; ahí dice, no tanto hablando del capitalismo sino de la sociedad comercial, que la regla para vivir en paz y prósperamente es cumplir dos principios: que la voluntad no se adquiere ni se pierde por violencia o fraude y que los pactos se cumplen y, en caso de incumplimiento, generan derecho de indemnización.

¿Debe tener una ética lo económico?

Entiendo por ética la pauta individual de actividad y por moral las pautas colectivas o las costumbres. Las crisis se desatan porque unos individuos particulares incumplen la ética, practican la consigna de ‘tonto el último’, y crean negocios que pueden funcionar pero no les interesa que lo hagan; prefieren venderlos cuando su valor está alto aunque, una vez vendidos, se desinflen y dejen de valer. A eso estamos asistiendo con el pinchazo de la última gran burbuja, la de los telecos, que compete a la imagen, el sonido y la información. Las crisis son inevitables en la medida que su fuente es la propia prosperidad.

Si las revoluciones, como apunta, coinciden con momentos de prosperidad, a día de hoy, con una situación global incierta y dramática, ¿no cabe esperanza reformadora ni siquiera en movimientos como el 15-M?

Vivimos un momento de enorme indolencia social, pero me cuesta pensar que la revolución que pudiera derivarse de movimientos como el 15-M tienda a ser pacífica; lo es mientras carece de medios de ataque pero, por la experiencia del repaso histórico a estos últimos dos mil años, este tipo de movimientos asamblearios siempre acaban raptados por un sector violento. En Rusia, el bolchevique; en las guerras alemanas, el anabaptista; en el Cristianismo de origen, los sicarios celotes, los mártires asesinos de la fe, los fanáticos, que decía Tácito. Siempre hay una elite que quiere la vía violenta. Claro que el 15-M podría ser la excepción, aunque soy escéptico al respecto.

¿La sociedad civil tiene capacidad para  provocar grandes cambios o los focos de poder son los mismos que hace dos mil años?

Siempre son los mismos, el poder siempre reside en los mismos focos, nunca en los ciudadanos. Sin embargo, ha surgido un factor revolucionario, decisivo y nuevo que es internet, a través del cual se dinamizará la posibilidad de la democracia directa; lo único que detiene la democracia directa es el estado de adocenamiento y aturdimiento de la ciudadanía, donde parece que si dependiera de ella las leyes, votaría no pagar impuestos y otras memeces por el estilo. La clase política debería empezar a  darse cuenta de que, tras disfrutar de un par de siglos de hegemonía, porque la clase política no es más el peaje que pagamos por la democracia, a partir de internet lo único que le cabe como futuro es ir yendo primero controlada y después estrangulada por la intervención y el control directo de la ciudadanía. No será una cuestión de la noche a la mañana, pero internet es un hallazgo comparable al descubrimiento del fuego.

Y a los sindicatos, ¿qué papel les aguarda el futuro?

Cada vez tendrán una actividad y un peso menor en el conjunto del mundo; desde finales del XIX y durante gran parte del XX han sido el gran actor no sólo político sino económico, se erigieron árbitros de los precios, con su eterna amenaza de las huelgas, sobre todo de la general, establecían cuánto valían las cosas, introduciendo lo que los economistas llamarían externalidades en el proceso espontáneo de producción-consumo que desembocaron directamente en la I Primera Guerra Mundial, y después en la II. El movimiento sindical, el autogobierno de los operarios, de los trabajadores por cuenta ajena, porque hay que recordar que el sindicato no agrupa al trabajador en general porque da por supuesto que el trabajador por cuenta propia es un explotador, serán prescindibles.

Asegura en su libro que «ser occidental significa de alguna manera tener sitio en el corazón para un altar donde lo venerado es la igualdad humana». Esa igualdad, ¿no es más oficiosa que oficial?

Siempre pienso en términos comparativos, siempre pienso ¿qué pasó antes? ¿cómo eran antes las cosas? Porque los parámetros absolutos, como las utopías, son formas más o menos encubiertas de sabotaje y, si me apuras, inmorales. Dicho esto, en comparación, estamos mejor en cuestiones de igualdad, lo cual no supone que debamos relajarnos ni dejar de trabajar para que esa igualdad sea mejor y mayor.

Llama la atención que, a lo largo de estas casi ochocientas páginas, no haya encontrado un solo juicio de valor. Usted, como Spinoza, trata de no juzgar ni asombrarse por las acciones humanas, sino de entenderlas…

Le agradezco el recuerdo grato de Spinoza, no es fácil mantenerse en la aspiración de la ecuanimidad, le aseguro que es mucho más fácil dejarse llevar por el adjetivo o por el adverbio. En ambos volúmenes huyo de ellos, y recibo la compensación del descubrimiento, del hallazgo imprevisto, el fogonazo de cuando uno comprende las cosas y entiende esa extraña armonía que encadena ciertos sucesos, y eso es una de las formas más agudas de la felicidad que puedan imaginarse. No hay en estos dos volúmenes una sola línea que no sea fruto de un hallazgo, de una solución de malentendidos.

¿Quién asume el papel de los profetas y de los filósofos en estos tiempos modernos del comercio?

El comercio siempre ha estado capitaneado por el emprendedor, éste es el gran protagonista, llamémosle empresario, de naturaleza tan variada como la diferentes formas de producción y distribución; lo que es necesario es producir suficiente ahorro en cada una de las etapas para mantener la tasa de inversión; los filósofos tenemos el deber o la posibilidad de orientar las investigaciones y evitar los simplismos, y los profetas espero que se hayan jubilado para siempre.

¿No es obsceno o irónico que, tal y como está enclavijado el sistema, el despilfarro se haga necesario?

Me hace gracia que le resulte obsceno. Si para evitar el despilfarro hay que dejar el poder en manos de planificadores centrales se produce un despilfarro mil veces superior, como se ha visto en la Unión Soviética, o en la China más actual; para que no le resulte obsceno puede comparar el despilfarro con la extravagancia. Una sociedad en la que no se pueda ser extravagante es una sociedad de salvajes u homicidas. En todo sistema existen grietas, pero le aseguro que si compara un sistema que contiene una cantidad X de despilfarro, como el capitalismo industrial, y otro que se prohíba el despilfarro, como la Unión Soviética, este segundo crea un despilfarro un millón de veces superior.

Por terminar de un modo simpático, aquel exordio del economista Guizot, «enriquézcanse, señores, con trabajo y dedicación», llegó a España con la segunda parte de la frase mutilada, ¿verdad?

Hay que pasar de cervantinos a anglosajones; el latino, en especial el español, piensa que trabajar es una maldición y pone todo su empeño en trabajar lo menos posible; llega a la oficina y ya está pensando en salir. El anglosajón, en cambio, como Milton, enorme poeta y puritano, considera que trabajar es rezar. Nuestra asignatura pendiente es dejar de ser latinos en tanto que ladronzuelos, pícaros e indolentes, porque debajo de eso yace un fondo más terrible de envidia, resentimiento e incompetencia.

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