«Luchar por la democracia, aunque sea injusta y esté llena de desigualdades, vale la pena»
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COLABORA2019
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José Alberto ‘Pepe’ Mujica lideró Uruguay entre 2010 y 2015. Durante ese tiempo –y hasta hoy–, muchos ojos se han fijado en este líder humilde que no encaja con la imagen habitual de un presidente de Gobierno y que reclama, como un mantra, la tranquilidad de una vida sencilla que él no siempre tuvo: en septiembre de 1973, durante la dictadura militar, fue detenido y apresado, víctima de un cautiverio que duró doce largos años. Solo la edad –acaba de cumplir 84– lo apartó de la política, pero su legado, que ha dado el salto incluso a la gran pantalla, sigue más vigente que nunca.
Cuando era líder de la organización armada Tupamaros fue detenido por un grupo de militares. Pasó doce años aislado en las prisiones más hostiles del país. ¿Cómo sobrevivió?
Gracias a la convicción y a la esperanza. La convicción en que todo camino tiene un final, y la esperanza, inherente a la condición humana.
¿Se sintió cómodo participando en las dos películas que se presentaron en el pasado Festival de Venecia y con que su historia se volviera tan pública?
En el caso de La noche de 12 años, hace varios años le di un libro al que más tarde fue el director de la película, escrito por un par de compañeros míos que vivieron esa peripecia. Hace más de cinco años lo leyó y pensó que valía la pena llevar eso al cine. No tuvo nada que ver una iniciativa nuestra, se dio por esas cosas de la vida. En cuanto al documental [El Pepe, una vida suprema], surgió a raíz de una visita que me hizo Emir Kusturica [el director] en la que conversamos mucho. Además, hay otra película muy buena, hecha por un puñado de muchachos, muy inteligentes, brillantes, que se llama Frágil equilibrio. Salió de un reportaje y de algunos discursos. Prácticamente lo único que sale es la voz, pero para mí es una joyita cinematográfica por lo que muestra en su contenido. En cualquier caso, la fama es puro cuento, en este mundo nos vamos como venimos…
Defiende haber luchado por la democracia. ¿Es este sistema político la mejor solución?
Por supuesto. En el planeta ha habido y hay varias dictaduras. En América Latina las hemos sufrido. Tienen una historia y unas causas, por eso sería bueno que tuviéramos memoria. La vida me enseñó que siempre se puede estar peor. De ahí que luchar por la democracia, aunque sea injusta y llena de desigualdades, vale la pena. A pesar de todos los pesares. No se puede ser neutral. Estamos a las puertas de una revolución tecnológica que permitirá que, en el futuro, sea posible entrar y controlar la conciencia de las grandes masas. Ninguna dictadura en la historia de la humanidad ha tenido esos recursos. Hoy sabemos que esto existe y todos nos debemos comprometer, pues la batalla por la democracia está lejos del fin. Soy muy viejo, pero tengo esperanza en el ser humano. Quizá son solo sueños míos…
«América Latina no existirá si no somos capaces de construir una patria común»
Siempre ha recordado sus humildes orígenes. ¿Influyó su infancia en la decisión de convertirse en, como usted describe, un animal político?
Mi familia siempre ha tenido preocupaciones políticas. Mi abuelo, con quien pasaba largas temporadas, hacía fiestas por la unidad italiana. Murió celebrando una. Mi madre de alguna forma fue también un poco militante política: enfrente de mi cama había la imagen de un caudillo político de la historia de mi país, un guerrero. Mi padre era granjero y murió cuando yo tenía ocho años. Con catorce empecé a militar y no he parado hasta hoy. La política es una pasión que se tiene o no se tiene. En mi manera de sentir, es la expresión de un interés por la solidaridad y, tal vez, una lucha inconsciente por el cariño de la gente. De la misma manera que algunos se aferran a la religión, otros nos aferramos inconscientemente al cariño de la gente. A quien le guste mucho el dinero, por favor, que se dedique a otros trabajos, a los negocios. Porque a ese hay que alejarlo de la política.
Durante su mandato, renunció a la residencia presidencial, repartió su sueldo entre los desfavorecidos y se negó a vender su escarabajo Volkswagen por un millón de dólares. Se le ha llegado a considerar ‘el Gandhi de los latinos’.
Vivo desde hace 35 años en el mismo sitio (en una granja a las afueras de Montevideo) y todo es más o menos igual. Fui ministro, senador y presidente, pero no se me subió nada a la cabeza. Soy un hombre sencillo, como la mayoría de las personas de mi pueblo, y así voy a morir. En la magnitud del universo, todos somos menos que una hormiga.
¿Qué no logró conseguir?
¡Mil cosas! Tenemos mucha más capacidad de construir esperanzas y sueños que de poder concretarlos. La realidad nos pone trabas y mi pequeño país es hermoso y dotado de grandes recursos naturales, pero todavía hay una pobreza injustificable. Debí haber sido menos bueno y, a veces, más duro.
Los jóvenes le recuerdan por haber legalizado la marihuana en el país. ¿Por qué decidió adoptar esa polémica medida?
En Uruguay tenemos dos problemas: el narcotráfico, que llevamos combatiendo 80 años, y una plaga de drogadicción. Si empezamos a regular la venta y legalizamos, nos sacaremos el narcotráfico de encima. En cuanto al consumidor, podremos identificarlo, conocerlo y atenderlo a tiempo. El mundo lo rigen los veteranos, que se olvidan de que, cuando éramos jóvenes, cuanto más nos prohibían algo, más ganas de probar teníamos. Las drogas son una plaga, pero prohibirlas es igual que decirle a un joven: «probá». No hay bicho más estúpido que el hombre; es el único capaz de hacerse mal a sí mismo.
Los movimientos nacionalistas de extrema derecha se están dispersando por el continente europeo y han alcanzado ya la presidencia de un país latinoamericano como Brasil. ¿De dónde cree que proviene este fenómeno?
Creo que es el precio que está pagando parte de la humanidad por ese fenómeno que llaman globalización. Este fue impulsado por el voraz capital trasnacional y el sistema financiero, que han congelado los ingresos de las clases medias, cada vez más frustradas. Eso explica por qué los de en medio no miran hacia arriba, que es donde está la responsabilidad, y dirigen su mirada hacia abajo. Así, no pueden ver que el responsable de todos los males es la transnacionalización de la economía, que concentra demasiado y reparte muy mal.
«En la magnitud del universo, todos somos menos que una hormiga»
Y la izquierda de Latinoamérica, ¿qué papel juega?
Nosotros (los países latinoamericanos) venimos de muy lejos. En Uruguay, por ejemplo, había mucha gente con hambre, sin abrigo, con casas miserables. En cierta medida, logramos ayudarlos a ser buenos consumidores, pero no pudimos transformarlos en ciudadanos. Los procesos son muy lentos. Es más fácil resolver el problema de la comida que el problema de la conciencia. No podemos olvidar la inmensa dependencia que tenemos en este mundo actual, que se estrecha cada vez más. Queremos consumir como el primer mundo, pero no hemos resuelto algunos de los problemas más básicos. Eso nos crea brutales contradicciones. El mundo desarrollado empezó a caminar 200 años antes que nosotros. Pero no todo está perdido. Siempre que llovió, paró. No creo que la extrema derecha pueda hacer otra cosa que concentrar más la riqueza, por desgracia, y tendremos que aprender a ser menos burros, más pacientes, y a seguir trabajando. Los términos izquierda y derecha son demasiado modernos, pero la cara solidaria y la cara conservadora son tan viejas como el hombre que está allí, sobre la Tierra. Andaremos…
Entonces, Brasil sobrevivirá al Gobierno de Jair Bolsonaro.
El pueblo brasilero encontrará el camino para resistir y salvar lo mejor de sí mismo. Aunque creo que lo que se anuncia es peor de lo que hay. Porque no sé cómo se van a poder resolver contradicciones como la de poner a un superministro de economía, abierto y liberal, como dice ser Paulo Guedes, y que tenga que lidiar con la burguesía de São Paulo, que es la más proteccionista de toda América Latina. ¿Cómo se arregla ese entuerto? No sé, así que «cosas veredes, Sancho, si vivieres». Una cosa son las palabras y otra, los hechos.
¿Cuál es el camino a seguir para América Latina?
Somos un conjunto de países a los que nos hace falta construir una patria común. No existiremos si no tenemos la capacidad de sobrellevar nuestras diferencias y constituir un único cuerpo compatible con un mundo que, aún con contratiempos, idas y venidas, y retrocesos coyunturales, marcha hacia grandes unidades. Creo que estaremos algún día juntos o estaremos vencidos, ese es nuestro principal desafío. Pero es un reto al que nos enfrentamos todos. ¿Cuándo se hará bilingüe Estados Unidos, reconocerá sus vientres latinoamericanos y entenderá que su propio ser necesita de nuestro ser? Cuesta aceptar algo así, ¿verdad?
Viendo figuras como Trump, Chávez o el mismo Bolsonaro, ¿cree que es posible que emerjan políticos que, además de ser efectivos, sean honestos, íntegros y veraces?
Toda la cultura contemporánea, la del marketing y lo subliminal, viene a decirnos que, en este mundo, el que no se hace rico, fracasa. Por tanto, no tendríamos que asustarnos de que proliferen señores como esos. Tenemos que ser conscientes de que recogemos lo que sembramos. Sin embargo, siempre hay gente que tiene honestidad y sueños, y lucha para que la humanidad esté un poquito mejor. Puede no lograrse lo que se sueña, pero vamos subiendo algún escalón. Si se rompe, hay que arreglarlo y seguir. Triunfar en la vida es aprender a arrancar de nuevo cada vez que nos caemos.
¿Qué dirección está tomando Uruguay?
El actual presidente, que es un viejo amigo, hace lo que puede. Nadie tiene una varita mágica. Ahora bien, pienso que los gobernantes deberían vivir como vive la mayoría de su pueblo y no dejarse llevar por esas reminiscencias feudales y monárquicas de alfombra roja, cornetas y un montón de adulones. Hay que volver a las fuentes del republicanismo. Y este es un camino duro.
A 8.000 kilómetros de Montevideo se encuentra la frontera con México, donde cada día se acentúa más la brecha con Estados Unidos. ¿Cuál sería la mejor solución para la crisis migratoria?
Cuando terminó la Primera Guerra Mundial, las consecuencias para los perdedores fueron devastadoras. Un joven Keynes dijo «esto es horrible, va a desatar un desastre» y así fue. En la Segunda Guerra Mundial, en cambio, se entendió muy claramente que no se tenían que repetir las cosas y se respondió con el Plan Marshall, que sugería que había que levantar Europa. El problema que tiene Estados Unidos con Latinoamérica se resuelve de la misma manera: tratando de ayudar a levantar Centroamérica, no con muros. Esa es la gran respuesta.
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